CONFINADO VII.

Escribir es dejar impresos en un soporte cualquiera ideas o estados de ánimo. Y me inclino por una mayor importancia de lo segundo, porque incluso las ideas se exponen con más o menos claridad según el estado de ánimo de quien las expresa. Los impulsos que parten desde el cerebro hasta los dedos para transformarse en palabras, vienen teñidos del color del traje con el que está vestida el alma al tiempo de escribirlas. El hombre tiene la capacidad de pasar de una posición vital de absoluta tristeza a una de inmensa alegría, pasando por cientos de estados intermedios, tales como  apatía, emoción, desolación, melancolía, expectación, impaciencia, entusiasmo, resignación…. Es imposible enumerarlos todos, y lo cierto es que en un simple día se pueden atravesar muchos de ellos sin tener muy claro cuáles son los detonantes del paso de uno a otro.

  Hoy he escuchado una interesante reflexión sobre la nostalgia y me ha hecho pensar que yo la padezco en un grado casi patológico. Pero lo más sorprendente es que no la refiero a algún momento concreto de mi vida, sino que sobre todo, tengo nostalgia de lo que no he sido. De todas las posibilidades que se perdieron por el camino, de las ocasiones perdidas, de las palabras no dichas. De haber estado preso de miedos, vergüenzas y auto castraciones mentales. A menudo he actuado pensando en los demás, en lo que puedan llegar a pensar de mí. En suma, creo que tengo nostalgia de la libertad, de haber sido verdaderamente libre. Pero de esta limitación sólo yo tengo la culpa, lo que realmente me hace más culpable. Pude ser libre y elegí no serlo, o no me atreví a serlo, pero en todo caso es una cuestión estrictamente personal y no de libertad política. Obviamente estas reflexiones no interesan a nadie, pero al menos hoy me doy el capricho de escribir lo que realmente quiero, sin concesiones a la opinión de los demás.

   Este cuaderno de bitácora se está convirtiendo inevitablemente en una manifestación de los estados de ánimo que se suceden durante este confinamiento. El propósito manifestado en la portada de este blog, era observar la realidad circundante, el mundo que tengo a mi alrededor,  y descubro que en gran medida, en vez de eso,  lo dedico a observarme a mí, que soy de todo lo que está pasando, lo menos interesante.

     Pero supone para mí un auténtico imperativo ético reflexionar acerca de la forma en que esto me afecta ante la cercanía del peligro. La guerra que se libra en el Mundo ha dejado de ser algo difuso y lejano, una vaga sensación de que imperceptiblemente iba ganando el gran hermano orwelliano, para tomar formas concretas y reales. Siempre he querido conservar la sensación, seguramente falsa, de libertad. Intuíamos que el enemigo andaba por ahí, pero hacíamos grandes esfuerzos para no verlo, para no darnos por enterados. Pero hoy esto es ya imposible. Estamos sujetos a un arresto domiciliario forzoso e imperativo, el poder se manifiesta en nuestra vida con toda su crudeza, y además esta situación está siendo aprovechada, por ciertas personas y poderes reales para efectuar un ataque frontal a nuestro “way of life”, a nuestra realidad cotidiana. Llevamos años sufriendo un paulatino y lento ataque a nuestra forma de vida, pero ahora estamos realmente ante un auténtico sitio de nuestra débil fortaleza. Encastillados en la ciudadela donde resistimos los ataques de nuestros enemigos, que curiosamente son las mismas personas que supuestamente nos defienden. Los ataques de todo orden a derechos y libertades que creíamos conquistadas, indiscutibles y parte esencial de nuestra vida, se han recrudecido al encontrar un poderoso aliado en un virus descontrolado, y nuestras defensas empiezan a presentar grietas severas en los muros. Y yo quiero conservar a toda costa el derecho a seguir sintiendo la libertad como una parte esencial de de mi ecosistema vital, el derecho a decir lo que quiera o a no decir nada, y seguramente por eso a estas alturas de mi vida me he embarcado en esta reivindicación de la libertad de expresión que suponen estos escritos.

    Mi único consuelo es que, si conseguimos sobrevivir, puede que esto nos sirva para descubrir el juego taimado de muchos jugadores, que lo hacen a varias barajas. Tal vez no consigamos la vacuna contra el virus, pero si no consiguen vencer, habremos de quedar vacunados al menos durante una generación contra el totalitarismo. Pero también es posible que no consigamos conservar la libertad suficiente para contarlo.

CONFINADO (VI) POR BULERÍAS

 En esta fase del confinamiento, cercana al pico (no sabemos todavía si subiendo o bajando),   la palabra que se oye en todos los mentideros es la de “bulo”, valga la redundancia.

  Para el poder instalado, todo lo que le perjudica o molesta es un bulo creado por sus enemigos. Es cierto que en las redes sociales circula de todo, pero difícilmente sabemos quién es el autor último, la causa última y eficiente de la propalación. Para el poder no hay duda de que el autor de ellos es un colectivo de ciudadanos anónimos debidamente organizado, como un cuerpo místico de la mentira, que debe ser vigilado, acallado,   censurado y al fin expulsado de las redes, donde sólo deben existir los que conocen cual es la correcta interpretación de lo que debe ser la libertad de expresión.

 Todo el mundo acusa a todo el mundo de ser autor o propalador de bulos. Cualquier afirmación, opinión, crítica, comentario o propuesta es inmediatamente anatemizada … es un bulo.

   Pero cuando oímos en una declaración pública a un gobernante decir una falsedad evidente, con la intención de eludir su responsabilidad, de autojustificarse, de echar a otros las culpas que a él le corresponden, y en suma, de engañar a sus conciudadanos, asistimos perplejos a la causa primera y directa, a la epifanía del bulo en su estado puro, que se nos presenta así en toda su perfección y libre de toda mácula, con un grado de pureza que no causa más que justa admiración.

    Y digo yo si no deberíamos enfocar el asunto desde una perspectiva de género, para examinar si procede referirnos al  bulo y la bula. Un pensamiento más reposado nos hace ver que la palabra bulo es claramente negativa, y por tanto nadie va a discutir su indudable carácter masculino. La bula, además es otra cosa. Pueden ser papales, como aquellas que vendía el buldero que contrató a Lazarillo. Aparte de éstas, en su sentido coloquial, tener bula implica poder hacer algo que a los demás no les está permitido, y desde esta acepción, se puede decir sin remordimiento que hoy en día hay personas con bula para el bulo y otros que claramente carecen de ella.

Hoy, aparte de poco inspirado, me siento un poco bufón, y por ello he dejado que lleguen hasta mi mano, desde mi cabeza, estos versos que quieren tomar la forma de un soneto en alejandrinos y que se presentan al modo de una adivinanza. ¿De quien hablarán?

Si por ser un casi- rey tiene bula para el bulo
Será su semi-imperio un plagio del infierno
mentiras son verdades en las salas del averno
Y sólo en el cielo no se admite el disimulo.
 
Si bula cree tener, no es sabio sino mulo
O burdégano irrespetuoso con lo eterno,
O pudiera ser presidente de un gobierno
Quien por ley trueca la bandera en cachirulo.
 
De bulo, la rima malsonante he olvidado
Por no ofender, que “no es no” sólo por un rato,
lo que era blanco ayer, es hoy negro indubitado.
 
Todo puede ser, según convenga, liebre o gato,
Sólo en tristes bulos cum laude doctorado,
da igual, si hay quien te cree: o truco o trato.

CONFINADO V. VIRUS CHINO/GRIPE ESPAÑOLA

A nadie se le escapa que la causa de nuestra actual situación es el celebérrimo virus llamado «coronavirus» o «covid-19». Parece ser que el primero de los nombres es referido a que en su contorno exterior tiene algo que podría asemejarse a una corona, nombre que ha conservado en su expresión en latín y por ello es idéntica al término en español. Pero como parece que son varios los virus «coronados», habría que apellidar éste de una manera especial. Y el lenguaje popular pronto pasó a identificarlo como el «virus chino», o incluso «peste china». La razón es evidente, por mucho que nos quieran confundir, si una cosa tenemos clara en esta enfermedad, es que proviene de China. Y a pesar de este origen o procedencia geográfica indudable, la corrección política universal se ha lanzado en tromba a evitar esta denominación. Apellidar el virus por su origen supone estigmatizar a todos los chinos. Probablemente tienen razón quienes así lo afirman. Está claro que la identificación del virus con China es una connotación negativa para ese país, y por ello los grandes esfuerzos para evitarlo. El Ministro de Asuntos exteriores chino protestó enérgicamente y a nivel global por el hecho de que al coronavirus se le denominara como virus chino. Cuando un político español, por cierto buen amigo, afectado por la enfermedad, lo denominó en twitter como «maldito virus chino», la embajada china en Madrid salió inmediatamente a criticarle tachándole de racista, y le espetó en un perfecto castellano un «contratuit» en el podía leerse : «La libertad de expresión tiene límites. La @WHO denominó oficialmente el virus como #COVID19, abogando por evitar referirse a cualquier ubicación geográfica, cultura, población..

Así defiende el Estado comunista chino su buen nombre y sus intereses comerciales y políticos. Evitando cualquier conexión con el virus. Pudo empezar en China, pero hoy se enseñorea por todo el planeta, y por tanto utiliza todos sus esfuerzos para negar toda relación. Y en la misma forma que ellos se defienden, sus enemigos (USA) le atacan recordando más o menos intensamente la conexión del virus con China, sabedores del daño en la reputación que hace el colocarte el nombre de una enfermedad. Por ello Donald Trump ha repetido en numerosas ocasiones la expresión «virus chino» para referirse a actual epidemia. Ante estos ataques la sospechosa Organización Mundial de la Salud (OMS / WHO) ha salido inmediatamente en defensa del honor de China, dando instrucciones a los ciudadanos del planeta y, para evitar el estigma que ello supone, nos ha impuesto la obligatoriedad de utilizar la expresión COVID-19 para referirnos al maldito virus chino (con perdón). Son esas unas siglas que no ofenden ya a nadie. No creo que sea el lugar para analizar a quien obedece esa Organización y la sobreprotección que parece haber ejercido sobre China en esta pandemia, al menos si hacemos caso a la opinión del Presidente Trump. No podemos olvidar quien (WHO) es actualmente, el mayor contribuyente de la OMS, que no es otro que la Fundación de Bill Gates y señora (como quiera que se llame esa señorona progre), es decir una organización puramente privada y no precisamente de ideología conservadora. Los bienpensantes españoles no parecen escandalizados con este tema, aunque esos mismos en el caso de una Fundación de una empresa del IBEX que hace donaciones altruistas a la sanidad española la critican de manera feroz.

Pues bien, aceptemos el término COVID-19, que es un término neutral y no ofensivo que se forma con las siglas de las palabras «COrona-VIrus-Disease», más una referencia al año 2019, en el que apareció el virus. Aceptemos como conveniente la supresión de la referencia a China, o a Wuhan, o cualquier otra connotación geográfica o de origen. Como los años no tienen honor ni pueden ser estigmatizados, ni existen defensores del número 19, ni Organizaciónes Internacionales trabajan a su favor, no será necesario suprimir la mención al año 2019. En caso contrario cuando alguien se refiera la actual pandemia, podríamos encontrarnos que habría que definirlo como un virus de origen desconocido, que empezó en algún lugar del planeta en un año cualquiera de la primera mitad del siglo XXI, y luego se extendió por otros países, causando situaciones de infelicidad a la población. Nada preciso y nada claro, pero sobre todo, y es lo importante, no ofende a nadie.

Nota: el verdadero significado de las siglas «covid-19», que me ha sido revelado en un sueño profético: «COmo VIvirás Diferente al año 2019» Este nombre nos indica que el virus ha venido cambiar nuestra vida, que ya nada será igual a partir del mismo.

Sorprende la exquisitez de trato con los chinos y el total desprecio para con los españoles, que tenemos que seguir admitiendo que todavía hoy que la gripe de 1918, sea llamada «gripe española»

La razón de reflexionar sobre la conveniencia o inconveniencia de hablar del «virus chino», y a la postre, de aceptar que no se identifique al virus con china, me traslada a la más famosa de las identificaciones de las recientes epidemias, me refiero a la conocida mundialmente y sin ningún tipo de remordimiento bienpensante, como la «gripe española». En este caso parece que no hay problema para estigmatizar, para identificar una enfermedad con un país y no hay protestas, que yo sepa, de la Organización Mundial de la Salud. La epidemia a la que se identifica con ese nombre tuvo lugar en el año 1918, y fue devastadora en cuanto al número de fallecidos, alrededor de 40 millones de personas y muchas de ellas personas jóvenes. Ni siquiera comenzó en España, ya que está acreditado que el primer caso empezó en Kansas (Estados Unidos) y de allí en plena I Guerra Mundial pasó, probablemente traída por soldados americanos, a los frentes de batalla de Centro-Europa. Ocurrió que en mitad de la Gran Guerra todos los países beligerantes, decidieron por unanimidad atribuirle la gripe al único país europeo sensato que se mantuvo al margen de la guerra. Mientras la censura de los países en guerra prohibía hablar de muertes para no minar la moral de los combatientes, la prensa española hablaba con libertad de la epidemia llegada de más allá de Los Pirineos, que causaba estragos y miles, o cientos de miles de muertos. Incluso llegó a enfermar el propio Rey Alfonso XIII. Como era el único país en que se hablaba con libertad de esa enfermedad, y en el que la gente moría sólo por la gripe, y no además por las balas, pareció que sólo existía aquí. De todos modos atribuir a los españoles lo que no le gusta es una constante en la historia de Europa, ya es casi una costumbre hacer causa de todos los males al salvaje Sur, a la incivilizada España. Mientras se mataban millones de personas en una estúpida y salvaje guerra, parece que sólo se pusieron de acuerdo ambos bandos contendientes en una cosa, en bautizar la gripe como española, tal vez como castigo por ser una única nación realmente civilizada y cuerda, que supo mantenerse neutral y al margen de esa cruel masacre. De este modo como en tiempos de Guillermo de Orange, la culpa de los muertos, no la tenía el enemigo real, sino que la tenía uno imaginario, los españoles, y con una total e inmerecida unanimidad aquel mal, paso a denominarse como «gripe española».

Un siglo después, así sigue llamándose a la gripe del año 1918, de manera unánime y universal. Si uno busca en google «spanish flu«, recibe 103 millones de respuestas. Hay un hecho curioso. Si se escribe en español en google las palabras «gripe española«, aparece en Wikipedia una entrada denominada «Pandemia de gripe 1918», y en su explicación comienza así «La pandemia de gripe de 1918, también conocida como la gripe española…». Si por el contrario se busca en google en inglés «spanish flu«, aparece la página de Wikipedia en inglés titulada «SPANISH FLU», -es decir «GRIPE ESPAÑOLA»- que comienza así: «Spanish flu also known as 1918 flu pandemic». Esto denota que en todo el mundo, al menos en el mundo angloparlante, la forma primera por la que es conocida esa epidemia es la de «gripe española».

Mi sorpresa es todavía mayor cuando la muy venerable, respetuosa y adalid de la corrección política Organización Mundial de la Salud (WHO) dice en su «Informe sobre la vigilancia mundial de las enfermedades infecciosas propensas a las epidemias – Influenza» que la «pandemia de 1918-1919 llamada «gripe española» fue particularmente virulenta y mató a unos 40 millones en todo el mundo«.

https://www.who.int/csr/resources/publications/influenza/CSR_ISR_2000_1/en/

La conclusión de todo ello es que como para casi todo hay una doble vara de medir según a quien afecte una cuestión. Los chinos no se merecen que el virus lleve su nombre, a pesar de su indudable origen en ese país, ( y sin entrar en la explicación de la causa de la epidemia). Sin embargo los españoles sí debemos merecer dar nombre a una epidemia, a pesar de que no fuimos más que una víctima más, ni siquiera el origen de la misma. Y es cierto que no es el caso de España el único que da nombre a un virus en virtud del origen del mismo, recordemos la fiebres de Malta, y mucho más recientemente el Virus de Ebola que es el nombre de un río y una región del Congo. Parece evidente que ni España, ni Malta ni el Congo, tienen el poder que tiene China para controlar su imagen y su buen nombre en el Mundo.

CONFINADO IV

Estoy utilizando mucho, y sobre todo en estos escritos, la expresión “confinamiento” o “confinado”, y he caído en la cuenta que nunca había analizado esta palabra detenidamente. Hasta hace poco era una palabra más del idioma que conozco y hablo, una de tantas. Pero desde que comenzó la cuarentena obligatoria que padecemos, esta palabra se ha puesto de moda y por ello me propongo una breve reflexión sobre la misma. La propongo como palabra del año, a pesar de que sólo estamos en el mes de abril. Al menos la propongo como candidata para competir con “desescalada”, aunque no sé si esta es una auténtica palabra o un palabro del “politiqués”, idioma con el que nos bombardean los políticos y los medios a su servicio, y que las personas normales usamos cuando queremos ponernos finos y supuestamente enterados de algún tema, y sobre todo ser políticamente correctos.

Confinado según la RAE significa estar una persona condenada a vivir en una residencia obligatoria. Según esto, ¿estamos realmente confinados? Pues sí, la definición parece bastante exacta para describir nuestra situación, tanto en lo que se refiere a tener una residencia obligatoria, como al hecho de que sea una condena. En este segundo caso la expresión supone un tropo literario, puesto que se utiliza la palabra condena en sentido figurado o metafórico, ya que, aunque no responde a la finalidad propia de las condenas penales propiamente dichas, como una pena impuesta por la comisión de una conducta reprochable, sí que coincide tanto en sus efectos (arresto domiciliario), como en su origen, en cuanto es impuesta por el poder de forma coactiva.

No nos engañemos, nuestra vida siempre está confinada por algo, siempre nos movemos dentro de unos límites, ya sean espaciales, temporales, económicos o mentales. Lo que ocurre es que ahora se nos han definido unos confines espaciales muy concretos, como son las paredes exteriores de mi casa, y el concepto de confinamiento que padecemos ser refiere de manera especial a ciertos límites físicos que definen y acotan un espacio concreto. Este confinamiento espacial puede venir referido a los límites de una vivienda, o de una celda de una prisión, o los que crean las cercas en las que se encierra el ganado. Siempre tenemos un confinamiento más o menos flexible, incluso el que imponen las fronteras de un país. Pero cuanto más amplios son esos límites menos percepción de su existencia tenemos. En el mundo antiguo los límites del Mundo venían determinados por las Columnas de Hércules, que imponían un confinamiento de la realidad ordenando que más allá de ese límite (non plus ultra) estaba prohibido adentrarse. El mundo occidental estaba así confinado, respetando otros mundos allende los mares, hasta que se transgredió la prohibición, por la visión de una reina atrevida y valiente, financió con sus joyas una expedición para llevar la cristiandad más allá de la Ultima Thule de la que hablaba Virgilio. El nuevo confinamiento global es ya la totalidad de planeta, a la espera de que se superen estos confines y se establezcan colonias en Marte.

Pero de manera simultánea a la expansión física de los confines del mundo geográfico y en proporción inversa se van estrechando los confines del pensamiento.  Los límites más allá de los cuales está prohibido adentrarse (nos plus ultra). Son los límites asfixiantes de la corrección política y de los nuevos dogmas del pensamiento único. Por ello el lenguaje, que es la expresión que se utiliza para desarrollar el pensamiento cada vez se limita y degrada más. Lo ideal es expresar ideas que no excedan de 140 caracteres, es decir consignas. No puedo menos que recordar una de mis citas favoritas, de Heidegger, aquella que dice “los límites de mi lenguaje, son los límites de mi mundo”.  

CONFINADO III

Desde la prisión de mi morada.

Confinado, como cualquiera,

En la ascética sumisión de este claustro laico.

Repaso las pequeñas mezquindades

Que anudan la severa convivencia:

Agravios de veniales egoísmos,

Se ensartan como cuentas de rosario

Con reproches que mueren en los labios.

¡Nunca más que ahora ansío la soledad!

Habré de navegar sin otros vientos que los que mecen mi lecho

Sin confiar en capitanes ridículos

Que ocultan que no saben pilotar con promesas

Y que ya desde el puerto erraron la derrota.

Desde la calle llega el crepitar de los aplausos insinceros,

Que celebran que la muerte haya elegido al vecino.

Llega el ruido de estornudos que esparcen boletos

Para jugar a la macabra ruleta.

Llega el clamor del odio de los que siempre nos odian.

Llega la mentira cabalgando con sus jinetes habituales.

Llega el silencio y el dolor de los amigos.

Llega la esperanza de una llamada inesperada.

Llega la resignación arropando a la impaciencia.

Llega la abnegación indefensa.

Llega el estruendoso silencio de Dios.

Llegan los bandos siniestros del poder.

Llegan las llamaradas del desconsuelo.

Llegan insensatos consejos.

Llegan verdades falseadas.

Llegan consignas disfrazadas.

Llega el escalofrío del enojo.

Llega el arrepentimiento de las palabras no dichas.

Llegan falsas luminarias de la apariencia.

Llega el rumor apagado de la impotencia.

Llega la interminable excepción.

Y todos ellos me arropan en las noches insomnes,

Visitan mi duermevela impaciente por despertar

Son desde la madrugada al crepúsculo fieles compañeros de celda.

CONFINADO II

Seguimos confinados. Por mi formación jurídica, llevo varios días meditando sobre la legalidad de las medidas que se han impuesto como consecuencia de la declaración del estado de alarma y en especial la mas intensa de todas ellas, que no es otra que el confinamiento domiciliario obligatorio y la prohibición de la circulación voluntaria y solo autorizada para casos concretos (acudir a trabajar, ir a comprar o a otras actividades que se consideren esenciales). No pretendo que esto sea un tratado de derecho político, no soy un especialista en esa materia, sino hacer un simple acercamiento a la cuestión. Entiendo que el marco en el que nos debemos mover es la interpretación de la Constitución, de la Ley de 1981 por el que se regula el estado de Alarma y por último por el Decreto de declaración de estado de alarma y sus sucesivas prórrogas y el resto de normas de desarrollo.

A primera vista la Constitución es clara, reconoce en su artículo 19, como uno de los derechos fundamentales, el derecho de elegir libremente la residencia y el de circular libremente por el territorio nacional. En párrafo aparte, el mismo artículo, incluye además el derecho a entrar y salir libremente de España en los términos que la ley establezca. Este artículo reconoce por tanto dos derechos que no pueden ser limitados por ley como son el de elegir libremente su residencia y el de circular por territorio nacional, y además reconoce otro derecho, más matizado, como es de entrar y salir de España, pues éste si puede limitarlo o controlarlo una ley, si bien esa ley no puede atender a motivos ideológicos o políticos. Evidentemente sí a motivos sanitarios.

El derecho a elegir libremente la residencia, incluso en este proceso de epidemia que vivimos, facultaría para decidir si quiero irme a habitar una segunda residencia en cualquier lugar en que se encuentre de España. Y el derecho a circular libremente, facultaría para por un lado ir a esa segunda residencia y en su caso retornar a la principal, y además salir a la calle o lugares públicos en todo momento y sin tener que justificar la motivación de la salida del domicilio.

Por otro lado el artículo 21 de la Constitución reconoce el derecho de reunión, sin que sea necesaria autorización previa, y sólo pudiendo ser limitado en lugares públicos por razón de orden público. Obviamente este derecho autoriza a reunirme con otras personas en la calle, es decir a hablar con quien quiera o salir acompañado de quien quiera y en otro orden a realizar en lugares cerrados o particulares, estoy pensando por ejemplo una iglesia, una reunión con los fines que tenga por conveniente o sin finalidad concreta alguna.

Estos derechos son de los considerados especialmente protegidos, protección que entre formas se manifiesta con una defensa especial a través del recurso de amparo en el caso de que fueran vulnerados. Es cierto que estos derechos, juntamente con algunos otros derechos fundamentales, pueden ser suspendidos o limitados en un único caso, que es según el artículo 55 de la Constitución la declaración de los estados de excepción y de sitio. Observemos que este artículo no dice nada del estado de alarma. Luego de la lectura primera y directa de la Constitución resulta que la declaración del estado de alarma no autoriza para suspender los derechos fundamentales de libertad de elección de residencia, de libre circulación, ni de derecho de reunión. Y sin embargo de facto el Decreto de declaración de estado alarma, los ha suspendido. No cabe decir que únicamente han quedado limitados o condicionado. El artículo 7 del Real Decreto  463/2020, de 14 de marzo, supone una auténtica privación del derecho de libre circulación, ya que toda circulación de personas por la vía pública con carácter general es prohibida y conforme al mismo solo es admisible circular (en ningún caso deambular) en determinados casos excepcionados y tasados, supuestos que son definidos por una finalidad determinada. Es decir no estamos ante un derecho reconocido que se limita en casos concretos, (lo que no está prohibido está permitido), sino una privación total del derecho, (lo que no está permitido está prohibido) que se excepciona su supuestos concretos (las personas únicamente podrán circular por las vías de uso público para la realización de las siguientes actividades: (…). Y en cualquier caso, más allá de la letra de la ley, su aplicación práctica ha sido la de la prohibición total y el total control por parte de las fuerzas de seguridad, que han estado patrullando las calles e imponiendo cientos de miles de sanciones a los ciudadanos.

La Ley Orgánica 4/1981, de 1 de junio, que regula los estados de alarma, excepción y sitio, establece que en el caso de declaración de estado de alarma, unas de las medidas que se pueden adoptar es «Limitar la circulación o permanencia de personas o vehículos en horas y lugares determinados, o condicionarlas al cumplimiento de ciertos requisitos«. Entiendo que el gobierno busca en este artículo el fundamento jurídico-legal de las medidas adoptadas. Pero creo que esta ley no sirve de cobertura para las medidas actualmente adoptadas, porque como he dicho antes, aquellas no son una mera limitación del derecho a la libre circulación, sino una absoluta prohibición de la misma, con algunas excepciones, y por tanto excede lo autorizado por esa Ley. Si se considerara que esa ley de 1981 ampara la adopción de medidas como las impuestas por el decreto de alarma, habría que concluir que dicha ley, al menos en esta interpretación extensiva, sería claramente inconstitucional, por que el estado de Alarma no está incluido en el artículo 55 de la Constitución.

Por todo lo expuesto, y con los considerandos efectuados, a mi juicio, las prohibiciones que nos han sido impuestas son inconstitucionales y solo podrían haberse impuesto esas medidas, recogidas en el Decreto de declaración del estado de alarma y sus sucesivas prórrogas, si se hubiera procedido a la declaración del estado de sitio.

Que conste que no estoy entrando sobre la utilidad de la medida del confinamiento, y su conveniencia o no. Ese es otro debate, pero en el que estamos aquí es en la importancia del respeto a la legalidad. Si se vulneran derechos fundamentales sin guardar la legalidad, se abre la puerta a cualquier otra vulneración futura de esos derechos. Podemos lícitamente preguntarnos, ¿Cuál será el próximo derecho fundamental ignorado? , ¿la libertad de expresión?, ¿el pluralismo político?, ¿el derecho de asociación…?. Si existe un mecanismo legal correcto para limitar de manera excepcional los derechos fundamentales, no se puede entender por que no se ha utilizado el mismo. No quiero pensar que se la actual situación se quiera utilizar como precedente para justificar futuros recortes de derechos fundamentales amparados en alarmas reales o ficticias. Mi temor sería menor si no fuera por que al menos una parte significativa del gobierno ha justificado teóricamente estas limitaciones en sus escritos políticos y ha aplaudido su aplicación práctica en algunos países en los que han colaborado incluso en la redacción de sus constituciones.

Confío, con un exceso de ingenuidad, que los jueces y Tribunales, en especial el Tribunal Constitucional e incluso el Tribunal Internacional de Derechos Humanos, alguna vez aclare esta cuestión, es decir se pronuncie sobre la legalidad de las medidas adoptadas. No sé lo que resolverán y me permito temer que no se corresponderá con lo que yo sostengo en este escrito, dada su trayectoria hasta la fecha y dada las consecuencias que podría tener en el futuro declarar ilegal al menos una gran parte de lo actuado bajo el estado de alarma.

CAMBIO DE PLANES. CONFINADO.

Cambio de planes. Si nuestra vida fuera una obra de teatro, habíamos vivido el primer, segundo y tercer acto con unas premisas, pero ha ocurrido algo que ha venido a dar un giro dramático al argumento. Ha llegado hasta nosotros desde China un virus que ha cambiado la realidad, de manera súbita e intensa. Yo como cualquiera estoy en casa enclaustrado, dejando que escampe y confiando en no tener la mala suerte de que ese virus me infecte, ni a mi ni a mis personas más cercanas. Eso si no me ha infectado ya, y no lo sé.

Se entremezclan los sentimientos y las actitudes frente a esta situación. Cada día, cada hora, cada minuto se tiene una perspectiva diferente. Paso de la ansiedad al aburrimiento, del miedo a la esperanza.

Desde luego, como el título de este blog, me siendo como en un monasterio doméstico, perdido en un acantilado, al que llega el rumor de la guerra que tiene lugar ahí fuera, y en la que llegan noticias parciales de las batallas. Llegan rumores y novedades del frente, traídas por éste o por aquél que cuenta que ha perdido un familiar o un amigo. Y sobre todo llega la desinformación y la propaganda.

La primavera debe estar ahí, hermosa y seductora. Lo deduzco por la experiencia de los años anteriores, pero no por mi comprobación directa. Casi nadie puede observar más que la parte de la realidad que te permite ver la ventana de tu casa. Se nos ha reducido dramáticamente la realidad, y por ello la libertad. Los límites del mundo se han estrechado para cada individuo a los tiempos preindustriales, en los que la parte del mundo que una persona podía abarcar era su pueblo, su ciudad o su comarca. Hoy el límite está en las paredes de la casa.

Y como una metáfora de la vida del hombre contemporáneo, tenemos a cambio un sucedáneo de realidad a través de las imágenes que recibimos por los diferentes artilugios mecánicos a los que estamos enchufados. Falsa realidad para una vida falsa. Falsa libertad. Falsas experiencias. No vivimos un vida propia, pero soñamos vivir la vida perfecta de otros, con la ración diaria de consignas para no despertar del sueño. Mientras duren las distracciones y pasatiempos todo irá bien. Los que estamos confinados y sanos tenemos una vida de segunda mano, usada y puramente vicaria.

Todo ello mientras no irrumpa la realidad auténtica, la lucha verdadera y propia que si que tienen los que sufren la enfermedad en los hospitales, o los que les cuidan. O tantos otros que no pueden distraerse de los estragos de la guerra, que no pueden apartar la mirada del sufrimiento propio o ajeno.

Aquí hemos llegado al verdadero planteamiento del dilema. ¿Debemos despertar los somnolientos? ¿Debemos dejar de tomar somníferos que nos proporciona el poder para que no veamos su incompetencia? ¿Debemos aprovechar un rato más en duermevela, hasta que la realidad nos zarandee, y nos despierte a empujones?