LA BATALLA DEL CAPITOLIO. (ADIOS PRESIDENTE II)

  Cuanto más lo pienso, más comprendo la saña que los globalizadores están empleando contra Donald Trump. Son implacables y no les basta con haber evitado su reelección, su propósito es destrozar su legado para evitar para que pueda recuperarse y para prevenir que les vuelva a pasar algo parecido. La guinda de la tarta en su cometido la han puesto con el estrafalario supuesto golpe de Estado que supuso la invasión del Capitolio. Una escaramuza más en la guerra sin cuartel entre las élites globalizadoras y la resistencia. Podría pasar a la historia como la batalla del Capitolio. Y según el bando en el que se milite, contada como una gran victoria o una penosa derrota.

    De este modo no puede entenderse el asalto al Capitolio por unos manifestantes descontrolados sino como una obra maestra de los manipuladores de la información. Necesitaban algo así y lo han conseguido a su satisfacción. Dada la enorme confusión sobre lo que realmente ocurrió, para entender algo,  sólo cabe preguntarse como en otras ocasiones en que se producen fenómenos extraños:  ¿Qui prodest?.

       Este proceso que terminó con las hilarantes y disparatadas imágenes de un señor con cuernos presidiendo el Congreso de los Estados Unidos de América, comenzó mucho antes, con una preparación conveniente de la opinión pública. Para ello unos meses antes de las elecciones presidenciales los medios oficialistas, es decir todos, prepararon cuidadosamente todas las encuestas en la que se vaticinaba una victoria cómoda y holgada para el candidato demócrata. El primer paso fue convencer a la mayoría de los votantes y observadores de todo el mundo de que lo normal es que Trump fuera derrotado. En España ya conocemos la estrategia de utilizar las encuestas para dirigir y condicionar la realidad.

   Pero la realidad era otra y se demostró en la jornada electoral americana. El Presidente Trump podía mantener la presidencia. De hecho lejos de perder apoyo popular llegó a obtener de diez millones de votos más que en las elecciones anteriores. En la historia de Estados Unidos, hasta las presentes elecciones, siempre que un presidente en el cargo aumentaba su apoyo popular, había resultado reelegido. Durante parte de la noche electoral la situación era incierta, hasta que empezaron a ocurrir cosas verdaderamente raras en cinco de los estados que son claves para decantar la elección. Los resultados de Pensilvania, Georgia, Michigan, Arizona, Carolina del Norte quedaron bajo la sospecha del fraude electoral. En todos estos estados, e incluso en otros, hubo numerosas irregularidades en el proceso electoral: graves anomalías del voto por correo, máquinas de votación electrónica aportando resultados sorprendentes, -que casualmente están diseñadas y programadas por empresas globalizadoras al servicio de la élite-, desalojos inauditos de centros de recuento de votos en los que con posterioridad aparecían miles de papeletas, casualmente todas demócratas.

     Ante esta situación lo lógico para los electores fue denunciar la situación y de hecho así ocurrió. Dicen que al menos un 80 por ciento de los votantes republicanos creen que hubo fraude y robo de la presidencia. Eso supone que casi 60 millones de ciudadanos americanos creen que les han estafado. Pero esto no podía difundirse y por ello, para eliminar esta sospecha de fraude, entraron en juego todos los medios de comunicación del planeta, salvo escasas excepciones, quienes lejos de cumplir su deber de informar, ocultaron cuidadosamente cualquier referencia a ello. Su papel fue primero el del silencio total de las denuncias, de las pruebas y de las evidencias, o al menos divulgar la opinión de muchos electores. Simplemente no se hablaba de ello, y por este procedimiento tan sencillo de evitar informar sobre ello, han establecido la verdad oficial de la inexistencia de un fraude electoral. Nadie habla de ello, luego no existe. Las pocas referencias que aparecieron en los medios fueron nada más que para calificar a quienes expresaban abiertamente sus reticencias a la limpieza de las elecciones, como gente paranoica anti demócrata que no acepta el resultado de las urnas. Por supuesto las redes sociales hicieron lo mismo, hasta el punto de llegar a censurarse en la plataforma you tube cualquier video en el que se hablara o se defendiera la existencia del fraude de las elecciones.

        Pero este apagón informativo no era suficiente. Una vez consumado el pucherazo, la siguiente fase habría de consistir en deslegitimar de manera total y absoluta y para siempre al movimiento que había abanderado Trump y le había dado la presidencia. La satanización de Trump y todo lo que huela a trumpismo. La consigna es no hacer prisioneros. La guinda del pastel de la enorme farsa mediática la proporcionó el esperpéntico asalto al Capitolio.

        El presidente Trump no estuvo listo ni mucho menos, cuando convocó o alentó una manifestación multitudinaria para protestar contra el pucherazo electoral. Porque podía pasar lo que de hecho ocurrió, que una manifestación con intención pacífica, fue transformada por alguien en una enorme representación de un supuesto golpe de Estado. ¿De verdad alguien puede creer que si las fuerzas de seguridad hubieran querido impedir el acceso de los manifestantes al Capitolio no lo habrían hecho?. Lo permitieron, e incluso lo alentaron instigados en algunos casos por activistas infiltrados de grupos de extrema izquierda convenientemente acompañados con periodistas con cámaras al hombro. El resultado fue que unos inocentes y estrafalarios manifestantes se vieron animados a entrar en el parlamento, pensando que estaban salvando la patria, cuando en realidad eran utilizados para aniquilar todo lo que creían defender. Así tanto el Presidente como sus partidarios quedaron como los fautores de un golpe de estado, cuando en realidad eran las víctimas de una gran conspiración para acabar con ellos.

    Jugada maestra. Jaque mate. It´s over. Por fin se ha pasado página a la pesadilla de un presidente no controlado. Todo ha vuelto a la normalidad, mejor dicho a la nueva normalidad reforzada y apuntalada. Ya no se ha vuelto a oír hablar de fraude electoral, ni siquiera de Trump. Es historia. Todo vuelve a ser maravilloso, las piezas vuelven a encajarse. Todo es demasiado bonito para que no sea otro maquiavélico plan de los globalistas, otra batalla ganada por ellos en esta guerra sin cuartel que se libra en el planeta tierra.

ADIOS PRESIDENTE (I)

     ¡Quién me lo iba a decir!. Que yo acabara despidiendo con nostalgia a un presidente de los Estados Unidos de América. Nunca me interesó demasiado la política useña. Y por ello cuando Donald Trump fue elegido como Presidente, lo percibí según me lo quisieron presentar, y fui uno más a quien su elección le pareció un estrafalario y casposo ejemplo de una América descerebrada e inculta, que imponía a un presidente zafio como reflejo de la propia incultura general de la masa. Así nos lo presentaron todos los medios de comunicación españoles, algo así como si los americanos hubieran elegido por presidente a un espantapájaros, y lo hubieran hecho para humillar a la superprogre Hillary, ejemplo de la modernidad y la “bienpensancia” concienciada. El tiempo poco a poco me ha ido sacando de ese error, hasta llegar a sentir nostalgia ante su inminente adiós.

        Hilaria era la buena, la amiga del pueblo americano y por extensión de todo el planeta civilizado «comme il faut«. La elegida por todo el capital internacional que actualmente domina la realidad, que la traía en carroza mediática destinada a ser la reina de la fiesta mundialista. Nos la imponía esa corriente poderosa que impone todo lo que debe ser, y que en un anglicismo más se ha denominado como “mainstream”. Pero no contaron con un pequeño detalle, la tozudez del pueblo americano, la gente corriente, el pueblo llano, que de vez en cuando no se deja dominar y que algunas veces prefiere vivir su vida aburrida, dedicarse a trabajar, a cuidar su familia, a comer carbohidratos, a salir a cazar o a hacer lo que le da la gana y se olvida de ver la televisión y todas las redes sociales por las que los tentáculos del poder nos controla. Por supuesto alguien que se atreve a ser libre y a pensar por su cuenta solo puede ser considerado como chusma cavernícola para el pensamiento dominante.

     Resultó que el pueblo prefirió al peculiar Donald. En contra de todas las previsiones y encuestas eligió a un tipo especial, hecho a sí mismo, que no comulgaba con toda la tontería ideológica de los pseudointelectuales oficiales que contonean su bellos cuerpos y raquíticas mentes en las pantallas de Hollywood. Un hombre de presencia rara y modales toscos que se enfrentaba al “stablismenth” de las grandes fortunas concienciadas de los  Bloomberg, Bezos, Gates, Zuckerberg, Soros y otras personas más poderosas y más ocultas. Éstos tomaron buena nota y les quedó muy claro que eso no podía volver a pasar.

      Y así, resultó elegido un Presidente que, a diferencia de otros, se dedicó a atender a su pueblo, que fue un gobernante preocupado por las necesidades reales de sus ciudadanos, más que un agente del poder globalista.  Resultó que fue el primer presidente de los Estados Unidos que no declaró la guerra a ningún país durante su mandato. A pesar de todo ello nunca le darán el premio Nobel de la Paz que sí le dieron a su antecesor, el bendecido Obama, que ordenó bombardeos en Afganistán, Yemen, Irak, Pakistán, Somalia y Libia, algunos de ellos con daños colaterales sobre la población civil. 

      Evidentemente con la presidencia de Trump el furor de la jauría mediática global se encendió sin límite, hasta el punto de que se le han dedicado todos los epítetos imaginables durante cuatro años. De tal manera que para el ciudadano medio español y europeo el presidente Trump ha sido poco menos que la encarnación de todas las maldades posibles. Y no digo gente poco informada porque en realidad la gente que piensa así es gente que recibe mucha información, pero lamentablemente una información sesgada, manipulada y falseada, es decir pura desinformación, que por otro lado es la única que proporcionan todos los medios de comunicación españoles, sin distinción de color político. Ha habido alguna rara excepción en este consenso global, como lo ha sido el profesor Jorge Verstrynge,  a quien su militancia de izquierda radical no le impidió ver con honestidad los valores presidente, más allá de las puras apariencias.

     Resulta inexplicable para los europeos que al menos la mitad de los ciudadanos americanos lo defendieran. Y tampoco tenemos explicación para el hecho de que todos los productos culturales sin excepción que llegan de ese país, sean escritos, musicales o audiovisuales, lo critiquen sin piedad. Hay una desconexión evidente entre la vida real y la realidad publicada. Las películas o las series de televisión se han convertido en auténticos panfletos. Serían muchos los ejemplos, pero por todos ellos me viene a la memoria una serie “made in usa” de abogados llamada algo así como “The Good Fight” en el que cada capítulo gira en torno a la obsesión de las personas de bien por derrocar a Trump, incluso mediante el fraude electoral al que se justifica descaradamente en el episodio 7 de la temporada 3ª, cuya visualización recomiendo como ejemplo de lo que sostengo en este escrito.

     Y parece que finalmente sí, que para evitar que el pueblo volviera a equivocarse, ha sido necesario acudir a un lamentable y descarado pucherazo electoral. Por supuesto está prohibido afirmarlo, a pesar de las evidencias notorias de graves irregularidades. Se impone la ley del silencio. Nadie debe hablar de ello. Incluso You Tube ha anunciado que eliminará cualquier video en el que se defienda la tesis del fraude electoral. Es lamentable tener que acudir a imponer esta auténtica censura para consagrar la elección de un gris y triste nuevo presidente, decrépito en lo físico, pero sobre todo en lo moral y que arrastra un vergonzoso curriculum de acusaciones de acosos sexuales, que por supuesto el movimiento “me too”  consiente y perdona. Tal vez solo las tolere de momento, porque todo parece indicar que el nuevo elegido no es  más que un títere al que se arrojará a los perros una vez utilizado, para dar paso a la verdadera designada por el poder, la vicepresidenta Harris, que reúne todo lo que lo que conviene para ser el nuevo presidente de los Estados Unidos: de una minoría racial, feminista radical, californiana y socialista. ¿Alguien da más?.

    De nada le ha servido a Trump desgañitarse desde las elecciones en gritar que él es el vencedor. Nadie le ha hecho caso, salvo una parte importante de su pueblo que sigue confiando en él . En la prensa española nadie ha informado con seriedad de los graves problemas que se produjeron en las elecciones presidenciales, que hacen que su resultado sea algo más que sospechoso. Silencio total. Nadie quería escuchar la verdad, no sea que se acabe rompiendo el juguete.

     Y así llegamos a la traca final de su mandato, que ha constituido el rarísimo asalto al Capitolio por una turba de frikis, donde creo que las fuerzas progres han ganado la batalla de la comunicación, gracias a la torpeza de un presidente en horas bajas y derrotado. Son demasiados enemigos y demasiado fuertes y al final le han doblegado. Pero sobre este asalto final al Capitolio daré mi opinión en otro escrito posterior.