UCRANIA DOS

 No digo que me arrepienta de la última entrada que publiqué en este blog, pero sí creo que, aunque bienintencionada, fue desacertada y no se ajusta a lo que realmente pienso, al menos al día de hoy. Fue un fruto de su momento concreto, escrito bajo la emotividad de las imágenes de una guerra, bajo un mar de incertidumbres, de la sorpresa y diría que algo ofuscado por la nube de humos de la batalla que me ocultaron la realidad.  Me refiero, obviamente, a la invasión de Ucrania por Rusia, que a día de hoy todavía continúa.

     Es difícil comprender la realidad de lo que acontece, es decir por un lado las causas mediatas e inmediatas que han motivado esta invasión y guerra abierta. Parece que tampoco interesa esto mucho. En mi país, y creo que en muchos otros del ámbito europeo, se ha tomado de manera generalizada partido por Ucrania, y se ha procedido a la demonización de Rusia y de su presidente al que ya se califica como criminal de guerra y se le compara con Hitler, y por otro lado a la santificación de Ucrania con la canonización de su presidente, el archipublicitado Zelenski.

    Pero el tiempo pasa y poco a poco se va disipando la niebla y la sentimentalidad va dejando paso al pensamiento racional y desapasionado. Y en ese proceso se va equilibrando, a mi entender, la balanza de las culpabilidades entre ambos contendientes. Y sin justificar una invasión de un país por el vecino, el asunto ya no se presenta como blanco contra negro, sino que aparecen muchos matices que hace que las dos partes presenten un color gris oscuro.  Así, lo que en los primeros momentos me parecía una resistencia heroica dirigida por un líder carismático, se me va transformando en una postura descabellada y poco razonable en la que un fanático arrastra a su pueblo a una resistencia suicida defendiendo intereses poco claros de otras potencias. Puede que haya un poco de ambas cosas, heroísmo y suicidio, y por ello el pueblo ucraniano merece mi simpatía, pero tampoco oculto mi antipatía por el presidente ucraniano, que crece en proporción inversa a las alabanzas que recibe de todos los opinadores occidentales que le jalean y publicitan su look de guerrillero partisano, al que no le falta ni la camiseta verde caqui ni la cuidada “barba descuidada” de dos días.

    En todo caso es difícil desde nuestro país hacerse una idea cabal de lo que está pasando. La información es tan escasa como abundante la propaganda, y apenas es posible desentrañar alguna verdad entre tanta falsedad generalizada. Lo más sorprendente es que los medios occidentales acusan a Rusia de manipular la información que se ofrece en su país. Me recuerda aquello que dicen que le dijo la sartén al cazo: “apártate que me tiznas”. Ciertamente no estoy en Rusia para comprobar el grado de veracidad de sus informantes, que seguro que no es mucha, pero sí que estoy en España, para comprobar que la desinformación y manipulación informativa es enorme.

   Por ejemplo, aquí apenas nadie nos informa de las andanzas del ucraniano “Batallón Azov”, que desde hace años trabaja para Zelenski, quien ha utilizado a esta legión racista y supremacista blanca, para acabar con los eslavos ucranianos pro-rusos de las regiones de Donetsk y Donbás . Ahora este batallón está integrado en la milicia oficial que lucha contra el ejército ruso, pero según parece, haciendo el trabajo sucio de evitar que los corredores humanitarios sean eficaces, atacando sin piedad a los civiles que pretenden utilizarlos.

 Por ello, aunque la propaganda funcione a toda máquina, no puedo evitar pensar que hay algo que huele a podrido en Ucrania y que no todo es tan inocente como nos lo presentan. Y todo ello viene de antes de la invasión rusa. Por ejemplo no queda muy clara la intervención en la política ucraniana de ciertos siniestros personajes  como el magnate de la televisión ucraniana Kolomoysky (dueño entre otros del grupo mediático 1+1 Media Group),  gran financiador de la campaña presidencial de Zelensky y en cuya televisión se hizo popular como actor en una serie en la que el personaje que encarnaba el hoy presidente del país,  llegaba a ser el  presidente de Ucrania en la ficción. Desde que me enteré de este dato no puedo menos que pensar que está actuando, interpretando un guion que alguien le ha escrito, cada vez que sale en televisión o por videoconferencia cuando regaña a los parlamentos europeos, en un intento de resolver su problema local arrastrando a otros países soberanos  a entrar en guerra contra Rusia. El papel que interpreta es el de convencernos de que la forma de resolver un conflicto particular entre dos países vecinos y poco amistosos desde hace años es el de provocar una guerra global, la tercera guerra mundial.

      Casualmente el oligarca Kolomoysky, es también dueño de la empresa gasista Gas Burisma Holding, de la que fue dirigente entre 2014 y 2019 Hunter Biden, hijo del presidente actual de los Estados Unidos. ¿Casualidad o causalidad? ¿No podemos cuando menos tener la sospecha de que la larga mano de Estados Unidos está detrás de esta guerra y de los cambios de política causados en muchos países europeos, y singularmente Alemania?. Sospechar todavía es libre. También lo es opinar que si hubiera ganado las elecciones el Presidente Trump esta situación no hubiera ocurrido.

     Por si fuera poco este magnate israelí/ucraniano Kolomoysky,  amigo de la familia Biden y mentor de Zelenski, ha sido recurrentemente acusado desde hace más de diez años de financiar directamente a todas las milicias paramilitares nacionalistas que llevan operando libremente en Ucrania, preferentemente en las regiones díscolas de Donbas y Donetsk. Entre ellas el ya citado Batallón Azov, el Batallón Aidar y otros de parecido corte neofascista. Estos grupos tienen varias acusaciones por parte de Amnistía Internacional de haber cometido crímenes contra la humanidad y ataques indiscriminados a la población civil por el simple hecho de ser prorrusos. La financiación por parte de este oligarca ucraniano no es una acusación que me saque de la manga, consta incluso en la entrada que Wikipedia tiene de este personaje.

   Nada de esto se nos cuenta en los medios occidentales, donde sólo existen las maldades de los oligarcas rusos, a quienes tampoco me pide el cuerpo defenderlos. A mi parecer una vez más estamos siendo manipulados, haciéndonos entrar en un juego interesado de buenos y malos, de demócratas y fascistas, y apelando continuamente a una sentimentalidad que nos provocan con imágenes de dudosa veracidad.

    Yo no soy un especialista en estos temas, sino un simple espectador desde mi solitario acantilado, que reclama simplemente que haya un poco de ecuanimidad para valorar un conflicto que en principio, y aunque todo el mundo se empeñe en lo contrario, me resulta bastante lejano. Por supuesto que lo más real de este conflicto es el sufrimiento cierto de muchas personas, que una vez más son las víctimas de los juegos de poder. Pero ese dolor real también es utilizado para fines torticeros.

        Ahora todos tenemos la obligación de sentir un amor especial por un país del que hace apenas unos meses no éramos capaces de situar correctamente en el mapa. Han tocado a rebato los poderes occidentales para que nos sintamos hondamente afectados y seamos especialmente solidarios con Ucrania. Y por ello estamos obligados a conmovernos con los tristes sufridores de este conflicto en la misma medida que debemos ignorar el sufrimiento que otras guerras actuales causan a otros pueblos como los kurdos, los uigures, los sirios, lo malienses, los nigerianos y tantos otros, cuyo dolor nos debe ser indiferente, y que parecen no merecer la atención que nos monopoliza Ucrania. El mainstream no nos deja ni elegir libremente nuestro dolor.

DESPERTANDO CON EL RUIDO DE LA GUERRA

Hay días que realmente no se sabe que decir. La guerra es una realidad desde hace unos días, y el dolor y  la devastación se extiende en el otro extremo de Europa. Demasiado lejos de mi casa para oír el rugido del fuego los dragones, pero demasiado cerca para no estremecerte con el sufrimiento real de la gente y el ardor de los resistentes.      

Es cierto que desde la tronera de este Acantilado he reflexionado a menudo acerca de que la maldad se extiende por el mundo a su manera, de una forma paulatina, taimada, poderosamente invasiva de las costumbres. Y aunque el mal avanza lo hace de una manera lenta, y eso hace que de alguna manera uno se va acostumbrando a ello. Es como el anochecer que va apagando lentamente la luz y haciendo que la vista se vaya acomodando poco a poco a la oscuridad. Esta es la estrategia de los fabianos, que imponen su voluntad de manera progresiva, con pequeñas pero continuas conquistas, que hacen casi imperceptible su avance, hasta que un día descubres que te han dominado por completo, sin que te hayas dado ni cuenta y sin que ni siquiera hayas tenido la posibilidad de rebelarte.

  En esta realidad de gente adormecida y despreocupada se ha producido una conmoción, un cataclismo. Hemos descubierto que hay quien no gusta de esos métodos de consecución progresiva del poder y prefiere los métodos que parecían desaparecidos de la conquista violenta, la invasión directa, la imposición por la fuerza imperativa de los ejércitos y las armas. Ante la visión de los carros de combate avanzando por un territorio real de Europa pensamos que esto no puede estar pasando, es imposible, es algo de tiempos pasados ya superados y propios de anacrónicos documentales del canal de historia de nuestra televisión de pago. En nuestro mundo de realidades virtuales, solo se mata en los videojuegos, en las escaramuzas infantiloides de Fortnite y allí donde las bombas solo te hacen alcanzar objetivos en las batallas espurias que se desarrollan en los oscuros tableros de las pantallas de ordenador.

       Los ejércitos son para muchos cosas del pasado que se están reciclando en bomberos y rescatadores de los gatitos que se suben a los tejados. Los coroneles solo están para cultivar regimientos de coles, o ayudar a cruzar la calle algunos niños menesterosos y desvalidos. Pero no para matar, ni para morir. Eso ya no se lleva, no se mata ni siquiera a las ratas o las cucarachas, y mucho menos a los lindos conejitos que nos miran con la expresión tierna de “Tambor”, el amiguito de Bambi.

    Y en este prado rumoroso de armonía en el que creemos vivir, entre gladiolos florecidos en el parterre del pensamiento mágico, donde el mal no es posible, resulta que ha entrado como un elefante en una cacharrería un malnacido descreído de la modernidad. Un psicópata que pretende  que, como durante miles y miles de años de la historia del hombre, puede imponer su voluntad por la fuerza. Y no solo lo cree, sino que ejecuta sus amenazas con la realidad imperiosa de su ejército. Ante ello, los otros dominadores, es decir los taimados, los conquistadores silentes del poder, se retuercen alarmados ante una reacción inesperada de violencia extrema. No es posible, nos rompe nuestros planes y estrategias, esto no vale, es romper la baraja. La dominación de los hombres parece que solo es legítima si se hace de manera silenciosa, sin que moleste el ruido de las detonaciones, sin que se den cuenta los conquistados.

    Pero en este juego de poder, en el tablero de ajedrez de la geopolítica, una vez más somos los peones los que somos sacrificados, siempre es así, aunque en esta ocasión nos estamos percatando de ello de una manera brutal. El ruido de las explosiones de las bombas nos ha hecho despertar del letargo, y en un estado todavía de somnolencia, no salimos del estado de incredulidad por lo que está pasando. Resulta que estábamos entretenidos en decorar nuestra casa con farolillos de papel de ideologías posmodernas y “chupilerendis”, y de pronto tenemos que agacharnos por el silbido de las balas sobre nuestras cabezas. Tal vez con este despertar abrupto nos demos cuenta de que nunca debimos de dejar de pensar en la defensa de nuestro mundo, que hay gente que quiere derribarlo con ruidosos lanzagranadas o con ambiciones siniestras, aunque silenciosas.

    Aunque nos empeñemos en que las cosas deberían ser como nos gustaría que fueran, las cosas son como son. Y llevamos años toreando de salón, sin enfrentarnos a morlacos de verdad. Y así ocurre que en la tozuda realidad, después de tanto y tanto feminismo e igualdad, cuando llega una guerra de verdad a los únicos que movilizan es a los varones. Tenemos que asumir que el hambre es algo real y una amenaza posible y solo gente decadente puede permitirse rechazar determinados alimentos por prejuicios ideológicos. Que el frío es también real y no lo elimina la propaganda, sino que es necesaria energía para procurarnos calor y para mantener los hospitales funcionando y que es más importante sobrevivir que cuantificar la huella de carbono. Hay que comprender que cuando tienes una amenaza real no es posible defenderte con tweets o con insultos histéricos contra tu agresor, o con canciones de John Lennon,  sino que hay que empuñar un fusil de verdad y luchar por lo que consideras justo.

    Es necesario regresar a la realidad. Dejar el mundo fantasioso de la posverdad, donde todo es fluido e inconcreto. Y lamentablemente parece que la única forma de que esto sea posible es a cañonazos. Suena en la radio una canción de Abba, «Can you hear the drums, Fernando?». ¿Será un señal?