BUCHA/GUERNICA

  La guerra en Ucrania sigue cada día un poco más acomodada en la indiferencia de la mayoría de la gente, como un molesto ruido de fondo, que de vez en cuando sacude un poco nuestro acomodado devenir cotidiano. Alguna vez que otra atendemos con un poco menos de indiferencia las noticias que llegan de Ucrania. Casi siempre para consolarnos con algo parecido a una sensación de alivio de que esa no sea nuestra guerra, que la vida allí es horrible y por ello es una suerte que por aquí todo siga más o menos igual. Un ligero estremecimiento nos sacude cuando pensamos que aunque de manera muy improbable, la guerra pueda llegar a nuestra casa. El pensamiento un poco mágico y un poco infantiloide de los ciudadanos occidentales llega a la conclusión de que eso aquí no puede ocurrir. Como decía Abraracurcix, el jefe de la aldea gala, eso no va a pasar mañana. Pero aunque no nos caigan bombas sobre nuestras cabezas, los efectos colaterales se empiezan a sentir y de manera creciente en nuestras vidas y haciendas. Ello debe exigirnos saber con exactitud por qué se combate allí, y qué es lo que nosotros debemos defender. Conocer esto exige tener auténtica información de lo que acontece, pero la realidad es que no nos llega más que propaganda.

    En uno más de los bolos parlamentarios que ha estado realizando hace unos meses el presidente del país invadido un buen día le tocó el turno al parlamento español. Y así por videoconferencia el cómico ucraniano devenido en presidente realizó una de sus actuaciones ante un Congreso de los Diputados abarrotado de señorías complacientes con su discurso. Como en el resto de las comparecencias, anteriores y posteriores, en cada parlamento elige un ejemplo obtenido de la historia del país que le recibe en el que resulte la lucha de ese pueblo por su libertad. Pero sus elecciones son bastantes desafortunadas. No es lógico exigir a un actor de segunda fila conocimientos de historia, para ello deberían estar los asesores que le orientaran un poco para no hacer demasiado el ridículo.

   Cuando compareció ante el Parlamento holandés, comparó la situación de su país con la lucha contra la tiranía con la que conquistaron la libertad en el siglo XVI/XVII. Evidentemente los tiranos éramos los españoles, para él tan sanguinarios como sus invasores rusos. Y a lo mejor no estaba tan desencaminado en su símil. Y ello porque realmente la existencia de una tiranía ejercida en las Provincias Unidas (hoy Países Bajos)  por el  Rey de España y los españoles es una singular falacia histórica creada por la leyenda negra para justificar el levantamiento de una clase oligárquica local, con el desequilibrado Guillermo de Orange a la cabeza, contra su señor natural. La propaganda como arma de guerra nació allí, falsificando los hechos de manera grosera e incluso presentando libros con ilustraciones de la crueldad de los españoles, como el célebre libelo o pasquín de Theodor de Brye, que es un precursor de mostrar con imágenes tendenciosas y manipuladas lo que se quiere hacer pasar por cierto.

     Así tenemos que la propaganda es ya desde entonces un arma imprescindible en toda guerra. Y a la larga puede incluso el arma decisiva que puede dar la victoria. Genera por un lado simpatías externas que proporcionan a menudo ayudas económicas y militares, con las opiniones públicas de países extranjeros presionando a sus propios gobiernos para que ayuden nuestra causa. Además, eleva la moral de la tropa y de la población civil y si consigue que la propaganda llegue al enemigo mina su estado de ánimo y hace dudar de la bondad de sus objetivos.  Y por ello es preciso que, en períodos de guerra, se refuerce la vigilancia y la prevención ante cualquier noticia que se recibe. Y cuanto más intensa es la difusión, más crueles las imágenes y más potentes los detalles, es más probable que sea un elemento de propaganda, y por tanto es más necesario desconfiar de su autenticidad.

   En realidad el término propaganda está un poco en desuso, y tiende más a usarse términos como «desinformación» o «fake news», pero siempre referidos a la propaganda del enemigo. Cuando es la propia se viste de información objetiva y veraz y se envuelve como noticias en todos los informativos. Si antes era válido el aforismo de que una imagen vale más que mil palabras, hoy esto es sólo cierto en la publicidad, pero no en la información. La imagen, salvo la observada directamente por los ojos, es toda sospechosa de estar adulterada. Otra cosa es que nos la queramos creer, que ahí ya entra la libertad de cada uno de tragar con lo que le venga en gana, y sobre todo si ello encaja con nuestra posición ideológica o nuestros intereses patrióticos.

     A mí personalmente se me cayó la venda de los ojos hace ya años, cuando contemplé atónito el espectáculo de luz y sonido, especialmente preparado por la policía y los servicios secretos en Leganés, unos días después de los atentados del 11 de marzo de Madrid, donde supuestamente se inmolaron unos terroristas islamistas, supuestamente autores de los atentados de los trenes. Resultó todo tan falso, tan teatral, tan inverosímil y tan grosero que era imposible de tragar. Era sin embargo necesario para convencer a escépticos de que los autores de los atentados eran unos peligrosos yihadistas y no una colección de moritos inadaptados, camellos de segunda fila y confidentes de la policía. Sin embargo toda la población aceptó la versión oficial sin apenas resistencia. Y lo que ocurrió es que nadie quería cuestionar lo ocurrido porque lo vieron con sus propios ojos, tuvieron en la pantalla de su televisión un festival de luz y sonido que hacía incuestionable lo observado y además porque ello hubiera supuesto quebrar demasiadas complicidades y ventajas obtenidas. La propaganda se impuso a la realidad y consiguió sus objetivos.

      En la guerra, ya desde los tiempos antes referidos de Guillermo de Orange, la propaganda suele centrarse en mostrar la maldad del enemigo, su crueldad, su inhumanidad. Esta maldad del enemigo transforma al otro bando directamente en los buenos. Por contradicción con el otro somos justos, bondadosos, humanos y por ello nuestra causa es la correcta. Nuestra bandera es la de la justicia, frente a la iniquidad del bando contrario. Es como si ello fuera una ordalía que legitima nuestra causa de un plumazo.

      Se suele decir que en la Guerra Civil española los nacionales ganaron la guerra pero perdieron la propaganda. Y así pese a ganar con las armas nunca su victoria se vio fuera de España como legítima y consiguieron ser desprestigiados en la opinión pública mundial. Los republicanos tenían a su favor a los grandes gurús del arte y de la comunicación mundiales como Malraux, Hemingway, Orwell, que al menos vinieron a España a combatir y otros como  Picasso, que no obstante ser español pasó toda la guerra civil en Francia.

      Un hito en esa lucha por la propaganda y la legitimación de la causa propia, y demonización del contrario es el cuadro del “Guernica”. Ya desde el primer momento fue convertido en un icono de la lucha contra el fascismo y la barbarie. Pero al margen de sus bondades pictóricas, sobre la que hay diversidad de opiniones, es sobre todo un enorme y eficaz cartel de propaganda, que sirvió para los fines propios para los que fue encargado por el Gobierno de la República ( y por el que pagó la astronómica cifra de 200.000 francos  de la época, lo que dio la propiedad al Estado español y por lo que el cuadro tuvo que ser entregado a España por el MOMA) . Y lo cierto es que parece que ese cuadro ni siquiera realmente fue creado para ello, sino más bien reconvertido y adaptado para dicho fin, puesto que parece demostrado que Picasso lo comenzó antes del bombardeo de Guernica y fuertemente inspirado en otra obra suya de 1935 ( “Minotauromaquia”) a la que prácticamente reproduce,  y que ya expuesto en el pabellón de España de la exposición de París a alguien se le ocurrió denominarlo como “Guernica», en recuerdo del entonces reciente episodio. Sea esto cierto o no, lo que es indudable que se ha convertido en una invocación y un recuerdo de una matanza causada por un bombardeo aéreo,  a pesar de que ni un solo avión se observa en el cuadro, que fue publicitado como la mayor masacre de la guerra Civil. Se llegó a hablar de 1600 o 2000 muertos . La realidad es que los historiadores más serios, como Salas Larrazabal, ha reducido mucho las cifras de la matanza causada por la legión Cóndor  a unas 126 personas. Son siempre demasiadas, pero al parecer no suficientes para las necesidades y exigencias de la propaganda, por lo que era necesario aumentarlas. De no hacerlo este bombardeo terrible queda casi empatado con el semidesconocido bombardeo sobre población civil y en día de mercado (de hecho al parecer confundieron los puestos de un mercado con un campamento militar) efectuado por los “Katiuskas” rusos del ejercito republicano en Cabra, donde murieron alrededor de 100 personas y hubo 200 heridos. Este bombardeo casi nadie lo conoce. Este bombardeo de Cabra no tiene a su favor el factor propaganda, no tiene un cartel icónico hecho por un pintor del bando nacional en el que, por ejemplo, se viera el horror de las pobres ancianas sucumbiendo bajo las bombas mientras compraban descuidadamente en el mercado tomates y judías verdes. Y si se hubiera hecho, daría lo mismo, quedaría apagado, olvidado, preterido, encerrado en un cajón para el estudio de especialistas, pero nunca de los medios de comunicación masivos que controlan la difusión de la propaganda. Nunca harían con la imagen de ese bombardeo camisetas para competir con la imagen del toro o el caballo que se desboca en el Guernica.

     Y la propaganda es tan eficaz que ochenta años después el mentado Zelenski se presentó virtualmente en nuestro Congreso de los Diputados comparando lo que había  ocurrido recientemente en su país, en la localidad de Bucha con lo que ocurrió en febrero de 1937 en Guernica. Es cierto que los medios de comunicación occidentales se han explayado con lo acontecido o supuestamente acontecido en Bucha por la maldad congénita de los rusos  y después de esto otras tantas tropelías cometidas siempre por los mismos. En realidad no tengo razones para dudar de la veracidad de lo ocurrido en Bucha, o en  Kramatorsk o Mariúpol, pero tampoco tengo razones para no dudar de ello. La propaganda, que es la mayor enemiga de la información, hace que ya no se pueda saber lo que es real de lo que no lo es. Puede que haya una base real amplificada, … o puede que después de todo, todo sea nada, como en el poema de José Hierro.

En todo caso es significativo que el ejemplo histórico de un pueblo luchando por su libertad, que el presidente ucraniano en cada país elige como comparación para defender su propia causa, en el caso español el elegido haya sido el bombardeo de Guernica. Pudo elegir Paracuellos del Jarama, o el Alcázar de Toledo o la Virgen de la Cabeza, o el citado bombardeo de Cabra, que para más inri lo realizaron aviones rusos como los que asedian a su pueblo, pero no. Pudo también elegir lo más parecido a la invasión rusa que ha habido en España, que es la invasión napoleónica y la lucha por su independencia de la población civil por las calles de los pueblos y ciudades. Pero no, no eligió esos ejemplos, sino que eligió Guernica. Y tal vez lo hiciera de manera acertada, porque escogió de entre los actos de terror que surgen en todas las guerras, aquél en el que la propaganda ha sido más eficaz. Tal vez al comparar el bombardeo de Guernica y la matanza de Bucha, se refería a que en los dos casos se han utilizado las matanzas como arma de propaganda, que en los dos se han inflado interesadamente los datos, que se está construyendo un icono de la barbarie del enemigo sin contrastar la realidad. Desde este punto de vista está bien elegido el ejemplo. Guernica, y en este caso me refiero al cuadro, es un icono, un paradigma de la eficacia de la propaganda a nivel planetario.

      Yo no sé lo que ha ocurrido y lo que está ocurriendo en Ucrania y no tengo razones para dudar de los horrores de la guerra. Toda guerra es horrible y sólo le pido a Dios que no me toque experimentarla en carne propia. Pero preferiría tener información imparcial, ya que la que me llega no puedo menos que desconfiar de ella. Tengo la mala suerte de no considerar legítima ninguna de las dos causas que combaten, pero puedo justificar más la actuación de una frente a otra, y no necesariamente adopto la misma elección que se impone como un martillo pilón en los medios occidentales. No puedo menos que pensar que todo lo que se nos cuenta sobre lo que está aconteciendo en Ucrania no es información sino propaganda, o si se prefiere desinformación. Y una avalancha tal de propaganda que me hace sospechar sobre con qué fines se hace, y si merecen la pena los sacrificios que la población española y del resto de Europa debe de padecer para sostener la amistad de uno de los bandos y la enemistad furiosa con el otro. Quid Prodest?

BERGOGLIO O DONDE IRÁ EL BUEY QUE NO ARE.

        El tema que pretendo tratar hoy reconozco que es más difícil de abordar para mí que otros. Hay cosas que cuesta decirlas, y mucho más escribirlas,  aunque no se haga más que afrontar la verdad. Aunque mi opinión es clara, hay algo me refrena para escribirla y publicarla. Quizás la sea la conciencia,  quizás pura superstición, quizás un temor reverencial asumido como una parte inseparable de mí. Por la razón que sea me cuesta mucho escribir algo que pueda entenderse como una crítica a la Iglesia Católica. Me eduqué dentro de la religión católica y siento por ella un respeto profundo  y por ello cualquier crítica me es particularmente complicada de realizar y de exteriorizar.

      No pretendo aquí plantear abiertamente una cuestión personal y bastante íntima,  de si a estas alturas de la vida sigo creyendo en el Dios que gobernó mi niñez y adolescencia, o por el contrario se encuentra escondido y latente entre las candilejas del teatro en el que cada vez siento que se va convirtiendo la vida, este caminar dentro de esta realidad tridimensional y temporal a la que llamamos existencia. Si las dudas me asaltan sobre la consistencia de lo que conocemos por realidad, todavía son mayores las incertidumbres sobre la vida futura que nos aguarda en los alrededores del Valle de Josafat.

    Por ello sí quisiera dejar muy claro que una cosa es la cuestión sobre la fe, sobre la validez última del mensaje cristiano, sobre la realización espiritual que puede alcanzarse por la vía de cristianismo, y otra cosa muy diferente es la opinión que puede merecer la actuación de la Iglesia Católica, de sus miembros y en particular de su máximo representante en la Tierra. Yo quiero seguir manteniendo una personal confianza en la religión en la que descanso en mis momentos de mayor zozobra como una búsqueda de la espiritualidad y la trascendencia. Le pido respuestas sobre las grandes preguntas que nos angustian como hombres, le pido que aporte un sentido a este limitado deambular sobre la faz de la tierra que acometemos durante unos pocos años antes de desaparecer.

      Pero siento que desde  la Iglesia los mensajes que actualmente me llegan, al menos desde la máxima autoridad jerárquica, van por otro camino. Estos mensajes se dirigen a dar respuestas a problemas,  como lo diríamos, más mundanos. Aunque por inercia de siglos se sigan repitiendo sin demasiada convicción unas consignas sobre la salvación, las cuestiones más difundidas y sobre las que se centra su labor pastoral son de orden muy menor, son casi todas cuestiones morales, de buenas costumbres,  cuando no propias de una descarriada ética laica que intenta consolarnos con unas formas de moderno estoicismo.

      Sin ir más lejos el otro día se despachó urbi et orbi el Santo Padre con la recomendación de que para salvar al planeta deberíamos comer menos carne. Ya de por sí es sorprendente que su interés sea salvar el planeta en vez de salvar las almas de los hombres que lo habitan. Y por otro lado también me sorprende que la “carne” ya no ocupe su lugar como uno de los enemigos del alma, junto al demonio y el mundo, sino que ahora la carne, aunque de otra naturaleza, constituye un peligro para el planeta. O sea, que fornicar ya no es pecado, pero comerse una hamburguesa sí. El problema no es destruir el alma con vicios disolventes y esclavizantes, sino que el problema es perjudicar al cuerpo por el exceso de colesterol. O tempora, o mores!

   Mi veneración es máxima por la Iglesia como institución y su misión en la historia, en particular en la modelación de la cultura occidental y por el cristianismo sapiencial que supo crear una civilización elevada, culta y hermosa que tuvo sus frutos en el románico, el gótico, pero sobre todo en la creación de un tipo humano que ha dado tantos y tantos hombres y mujeres  buenos, santos, sabios y justos. Aquella Iglesia que asumió la misión de llevar esa vía de salvación y de realización espiritual a todos los rincones del mundo.

      Por todo ello no puedo sentir mayor decepción que ver a tan egregia institución gobernada por un ser humano a quien le faltan demasiadas virtudes para ocupar la cátedra de San Pedro, y que podría calificar de botarate si sólo atendiera al hecho de que tiene poco juicio, pero que en realidad desconfío de sus verdaderas intenciones y creencias últimas. De hecho se ha convertido en el adalid de todas las causas de la modernidad y casi en un apóstol del cambio climático. Defiende casi todas las causas que detesto y es por ello que lamento que ocupe el sitial que legítimamente corresponde a un Santo Padre venerable y sabio, como es el Cardenal Ratzinger, que viejo y cansado entregó la tiara confiadamente a quien no duda en llevar a la Iglesia al abismo de la globalización luciferina.

   No conozco las normas eclesiásticas demasiado bien, y es posible que estas opiniones sobre el obispo de Roma, me procuren una sanción canónica. Lo sentiría porque no soy de los que presumen de apostatar al mismo tiempo que ensalzan la figura del papa montonero. Es esto lo que hacen la mayoría de los ministros del Gobierno ateo de España que casi ninguno se ha privado de hacerse una foto en el Vaticano y a la vez que reivindican a los que mataban curas y monjas hace no demasiado, no se cansan de reírle las gracias cada vez que se le ocurre una nueva majadería. Por todo ello siento que en la misma Iglesia no cabemos él  y yo, y si por jerarquía lo lógico es que permanezca Bergoglio, es obvio que el que sobro soy yo. Pero que se atrevan a echarme, que yo no voy a renunciar a mi condición de bautizado. Y de hecho creo que no podría aunque quisiera.

    Sé que la propia visión de ese jesuitón argentino me provoca un rechazo visceral y también que ese es un sentimiento muy poco cristiano. Tengo la sospecha que yo tampoco le gusto, como en general no le gustamos ninguno de mis compatriotas, lo cual después de mucho pensarlo, he llegado a la conclusión de que es por el mero hecho de ser españoles. Sólo salva a los comunistas patrios, a quienes como ya dije recibe con verdadero entusiasmo.  ¿Cómo es posible que después de once años de papado y visitar más de cincuenta países, no haya pisado ni una sola vez territorio español? Es algo que nos preguntamos todos los católicos españoles.  A un famoso presentador de su cadena de radio episcopal le dijo que sólo vendría a España cuando “cuando haya paz”. ¿Es que acaso hay una guerra en España y yo que vivo aquí no me he enterado? 

   Sólo puedo entender que esta situación se produce porque tiene una enorme animadversión por todo lo español y por lo que representa la Hispanidad ¿Por qué odia a España? Alguien debería decirle que odiar también es poco cristiano. Como tampoco es muy ejemplar el pegarle a una monja en la plaza de San Pedro y a la vista de toda la Cristiandad. Por contraste aquello me hace recordar aquella paciencia casi infinita de su predecesor San Juan Pablo II con las religiosas y con todas las personas que se le acercaban. Y sólo recordar su apacible rostro produce en mí un estremecimiento en el alma, que es el que produce la aparición en la memoria la mirada de un auténtico santo.

  Pero si hay algo que me ha molestado de manera profunda del obispo Bergoglio ha sido su comportamiento en su reciente viaje a Canadá, donde aparte de hacer  el indio con un penacho de plumas, me ha ofendido como católico su tratamiento sobre  la actuación de la Iglesia en la evangelización de América, de la que se arrepiente y avergüenza. No me parece mal que pidiera perdón por los desmanes que curas católicos concretos hubieran podido causar en algunos colegios de ese país. Pero de ahí a avergonzarse de la evangelización de América hay una gran diferencia.

     Esto requiere analizar lo que ha ocurrido en Canadá en los últimos siglos. Se podría resumir muy sintéticamente que  entre 1880 y 1996 en Canadá se obligó por el Estado a desarraigar de sus familias a cerca de 150.000 niños indios de esos territorios y a una inmersión obligatoria en centros de internamiento escolar,  y que muchos de estos colegios eran dirigidos por religiosos católicos. En dichos centros se han detectado enterramientos de alrededor de unos seis mil niños. Parece demostrado que el comportamiento de esos colegios, católicos y de otras confesiones, fue repugnante, y muchos de los niños desarraigados de sus familias, de sus bosques  y de su forma de vida tradicional, no pudieron superar vivir hacinados en internados y recibiendo en vena la ideología de la modernidad occidental.

     Canadá es uno de esos estados venerados por la modernidad por su «buen rollo» multiculturalista, que nos da lecciones de superioridad moral a todos como adalid de la modernidad revolucionaria y jacobina, y  que nos muestra orgulloso y sin remordimientos ni complejos como son los países del nuevo mundo creados bajo la advocación de los revolucionarios franceses, todos henchidos de fraternidad universal  y a la vez al amparo de su majestad británica, que como cabeza de la Commonwealth es la jefa del estado de esos fríos territorios.  Pero Canadá, aunque hoy se nos muestre como el paraíso globalista y del sincretismo cultural y racial, tiene sus propios muertos en el armario. Y en vez de afrontar su responsabilidad de causante de enormes injusticias con los que vivían allí antes de aterrizar los franceses e ingleses, se sirve de el tonto útil de turno para atribuirle a él la culpa de sus propios errores. Y este es el papelón que ha hecho el obispo de Roma por tierras canadienses.  Como ya está hecha y bien cocinada la leyenda negra de que la matanza de indios corresponde a los españoles, que son católicos, pues todo lo negativo que les es imputable es culpa de los españoles católicos ( y por extensión todos los católicos) que tuvieron la mala idea de cruzar el Atlántico y eso les hace responsables de todo lo negativo que haya ocurrido en ese continente, desde la Patagonia a Alaska. De este modo, con un culpable fijo (los españoles) y otro de repuesto (los católicos) los anglosajones y los masones franceses siempre quedan como inocentes, como diría un castizo, siempre se van de rositas.

       La responsabilidad y la culpa de la devastación cultural, de la inmersión, de la destrucción de los pueblos que allí vivían al margen de la modernidad es exclusivamente del Estado Canadiense y de los fundadores colonialistas que Francia e Inglaterra allí enviaron.  Pero con el reciente viaje del Papa han conseguido atribuirle la culpa de todo ello a la Iglesia Católica. Olvidan que esos  colegios católicos a los que se llevaba a los niños indios, en realidad eran meros instrumentos de la inmersión cultural igualitaria exigida por la modernidad laica y atea de los estados allí establecidos. La inmersión y la aculturación era un proyecto político y no religioso.

      ¿Podría explicar el Santo Padre porque estos fenómenos no se produjeron en la América hispánica? En la América española o España americana, nunca se separaron a los hijos de sus padres para llevarlos a centros de europeización obligatoria. Por el contrario, los misioneros franciscanos o jesuitas de la América hispana aprendieron todos los idiomas de los indios para enseñarles la fe en su propio idioma, a los padres y a los hijos, a las familias enteras a las que nunca pretendieron robarles a sus hijos para una inmersión cultural en la modernidad. Si se produjo una simbiosis cultural, no fue a golpe de decreto sino a fuerza de convencimiento y de trato cotidiano, de manera voluntaria y compartiendo valores de forma recíproca entre indios y misioneros. Al margen de conductas concretas que fueran reprochables, y que sin duda existieron, allí la Iglesia y sus miembros actuaron como auténticos cristianos, defendiendo a todas las personas con independencia del color de su piel o su etnia. Como ejemplo tenemos a Fray Junípero Serra que luchó continuamente contra todos los gobernadores en defensa de los indios y de sus derechos y que nunca jamás hubiera consentido separarlos de sus familias, aculturizarlos y obligarles por la fuerza a transformarse en ciudadanos occidentales. Tampoco ese fue el objetivo de la Corona española. Tras la independencia de España, los países creados, la mayoría de inspiración iluminista ya adoptaron posiciones más beligerantes con las personas y las culturas locales, y para bien o para mal la imposición de la modernidad se produjo mayoritariamente en este periodo.

     Pero el actual Papa, como tanto argentinos, no comprende la Hispanidad, se avergüenza de la labor evangelizadora de los misioneros católicos que mayoritariamente salieron de la España imperial para expandir la fe y proporcionarles una vía de salvación en la que creían profundamente a las personas que se encontraban en el Nuevo Mundo. Bergoglio, como tantos argentinos, incluido el antiespañol J.L. Borges, viven presos de la idealización de todo lo anglosajón, soñando con que en vez de los españoles hubieran desembarcado por aquellos pagos los ingleses y hubieran borrado de la faz de la tierra a todo vestigio aborigen, y cuando la eliminación física no hubiera podido conseguirse, llevar a los indios a reservas donde no molesten y a sus hijos a colegios de curas vendidos al poder donde hacerles comulgar con ruedas de molino hasta conseguir no un alma para Dios, sino un ciudadano para la  modernidad.

    Ojalá la Divina Providencia nos proporcione con la ayuda del Espíritu Santo un sucesor de Pedro que sepa estar a la altura, cuando este que tenemos hoy se reúna con el Creador en un día que por su bien y el nuestro esperemos que no sea muy lejano. Él gozará de la compañía de los Santos y nosotros nos consolaremos seguramente pronto de su ausencia.  Y todos tan contentos.