DESOLACIÓN

   Si alguna virtud tiene el gobierno que actualmente tenemos en España es que sabe sacar lo peor de mí prácticamente cada día. Algún día se despista, pero no es lo habitual. Es una máquina prácticamente perfecta de generación de crispación y odio. Como  gobierno es nefasto en su gestión, pero genial en su labor de fastidiarme a diario.  Cuando no abandera una ofensiva republicana, perpetra una burda manipulación de la justicia, o defiende una agresiva ley de eutanasia, o se entretiene en el blanqueamiento de terroristas, de separatistas, de okupas … defiende casi todo lo que yo detesto. Trabajan a destajo en la conformación de la nueva normalidad mientras parece no importarle un virus que nos acosa a diario y tal vez por estar distraídos en sus asuntos están consiguiendo que seamos el peor país del mundo en datos sanitarios y económicos.

     Esta semana,  una cualquiera en los albores de la era de la nueva normalidad entre el verano y el otoño,  ha presentado la vieja novedad de amenazarnos con otra ley de revanchismo y odio, a la que han denominado como ley de memoria democrática.

     Ante las agresiones deliberadas del gobierno y sus acólitos mediáticos suelo alternar varias actitudes, según el talante con el que me levante ese día.  Unos días adopto la técnica del avestruz, es decir aislarme de la realidad y no escuchar nada, absolutamente nada de las noticias y la actualidad. Me niego a recibir cualquier noticia que sea posterior al Siglo XVI, y éstos suelen ser los días más felices para mí.  Otros días practico una aparente indiferencia, elegante pero perturbadora. Y otros como hoy, opto por el exabrupto. Y ello da como resultado el presente escrito, fruto del deseo de obtener un desahogo personal por medio de un pataleo digital.

     Los generadores de odio que nos gobiernan hoy han tenido un día particularmente perfecto, y seguramente han conseguido ir incluso un paso más allá de lo que perseguían, han sobrepasado el efecto de causar enfado y han alcanzado un grado más: el de generar desolación. Esto seguramente es un grado más en su escalafón, un mérito en su hoja de servicios, un entorchado más en su uniforme. Su nueva graduación les avala su maestría, no ya como generadores de odio, sino como generadores de desolación. Cabría suponer que eso les hace felices, pero sabemos que no, que sólo estarán satisfechos con la aniquilación y desaparición física de sus adversarios.

      No sé si es legítimo un gobierno que tiene por objetivo conseguir que prácticamente la mitad de su población caiga en un estado de desolación. Probablemente lo sea, pero es particularmente triste que tengamos que soportar un poder que nos odia, que aborrece y detesta a una parte significativa de sus gobernados, y ello únicamente por pensar de manera diferente, por no ser miembro de la secta. Como su gestión efectiva en casi cualquier materia es desastrosa, sólo cabe pensar que cada mañana se levantan con el único propósito de fastidiar y de ser buenos y eficaces en el único campo en el que lo son, en causar desánimo, en generar desolación.

       Lamentablemente así y no de otra forma empiezan las guerras civiles, con el encono cultivado cuidadosamente. Cuando parte de la población llega a la convicción de que no hay alternativa para sobrevivir, que se enfrentan a un poder al que únicamente le basta una sumisión total y completa tanto de los cuerpos como de las almas. El procedimiento que siguen tiene como primer paso inyectar una dosis generosa de odio, al que lógicamente reaccionas con un odio reflejo. Pero como insisten te planteas que no quieres vivir con tanto odio acumulado y ello te lleva a caer en la desolación. El paso siguiente es la angustia por ver desaparecer tu mundo, luego el miedo total. Y cuando se juntan todos esos estados a la vez en una sociedad,  el resultado es la opción entre asumir la propia esclavitud o el alzamiento contra el opresor. Esta nueva ley y tantas otras acciones de este gobierno generan el efecto de  que conozcamos de primera mano el sentimiento de los españoles que se levantaron hace ochenta y cuatro años y que les comprendamos hasta el punto que nunca hubiéramos debido llegar a comprenderles.

      Seguramente lo que persiguen es tener una segunda oportunidad, ya que se consideran herederos directos de los derrotados en la última guerra y no soportan haberla perdido. Aunque son unos maestros en cambiar la historia hay hechos que ni siquiera ellos pueden cambiar. Su derrota fue tan absoluta y total que no caben reinterpretaciones ni visiones alternativas de aquella evidencia. En vez de optar por el olvido y la reconciliación, como generosamente habían hecho los herederos de los vencedores, han optado por el recuerdo, la revancha y el rencor. En el fondo es poco inteligente, porque el recuerdo puede generar un regusto retrospectivo de traer  a nuestra memoria, tan democrática como la otra, la visión casi olvidada de como huyeron con el rabo entre las piernas. Sin proponérselo nos traen la memoria de una victoria y de una derrota total. Por eso su objetivo real es imponer una visión única y controlada del pasado, como medio para aplastar ese placer retroactivo que ellos mismos generan al remover las cenizas. Es decir sólo estará permitido acordarnos en la nueva memoria selectiva que trae la nueva normalidad de aquello que ellos decidan.

        Y por ello antes de que sea delito conforme a la nueva ley mordaza anunciada, quiero dejar escrito que me alegro profundamente la victoria del bando nacional en la Guerra Civil que tuvo lugar en el siglo pasado, y a la vez me alegro profundamente de la derrota del frente popular y de la república sovietizada, a la que abandonaron todas las democracias europeas por su deriva totalitaria, comunista y estalinista.  Es una simple opinión histórica y política, pero dentro de poco será un delito. Nunca me había planteado decirlo abiertamente, porque aun pensándolo, creía que no era necesario remover el pasado y porque en un afán de concordia me parecía lo educado y prudente no decir cosas que pudieran crispar y disgustar a otros conciudadanos. Pero este Gobierno que tenemos nos ha enseñado el camino a seguir, hay que dejarse de cortesías y decir abiertamente lo que se piensa. Hagámoslo. Porque si nos callamos sólo será interpretado como un acto de cobardía, no un gesto de cortesía.

       Por eso antes de que sea delito, quiero dejar dicho que Franco es lo mejor que le pudo haber pasado a España en el siglo XX y es posiblemente el mejor gobernante que ha tenido España desde que existe como nación moderna. Con enormes claroscuros, como toda gestión que se prolongue varias décadas, su valoración global es francamente – valga la redundancia- positiva.  A su muerte quedó una nación próspera, dinámica, bien organizada y una sociedad respetuosa, laboriosa y educada. Es ésta una opinión sobre un periodo de la historia de España, la cual puede ser acertada o errónea. En todo caso yo si puedo aceptar que no todo el mundo la comparta, pero en ningún caso se me ocurriría meter en la cárcel a quien no lo haga y tenga una opinión diferente.

     Esta ley en particular además de ser liberticida y totalitaria, es una ofrenda que la izquierda rosa, la de los devotos de Soros, le proporciona a la izquierda roja, la rencorosa y asesina de curas. A esta izquierda de siempre, sin que se haya dado ni cuenta, le han escamoteado su bandera roja con la hoz y el martillo del primero de mayo y le han dado el cambiazo por la bandera arcoíris del día del orgullo gay. Con leyes guerracivilistas como la anunciada les mantienen fieles en su filas, pese a que ya no defienden casi nada de aquello por lo que murieron sus abuelos en las trincheras.

    Parece que el resultado final será derribar la Cruz de Cuelgamuros. La más grande de la cristiandad. Continúa la tala de cruces que ya anunció  José María Pemán en su poema:

           “Una mano secreta desde la noche oscura,

 ha ordenado una siega satánica de cruces”.

       Conocemos al segador, que se sienta en el banco azul del Congreso, pero ¿quién es la mano secreta?