ENSOÑACIONES

Hace ya más de un año que se dictó una de las sentencias más importantes y frustrantes de nuestra reciente historia como país. En ella el más alto tribunal de España entendió que el levantamiento y golpe de estado que en el año 2017 tuvo lugar en Cataluña fue una mera ensoñación. Durante mucho tiempo he estado cabreado con la sentencia pensando que era una prevaricación más de las tantas a la que nos tienen acostumbrados nuestros jueces tan bien aclimatados al ecosistema de las verdades oficiales.

    Pero a medida que pasa el tiempo, me voy dando cuenta que la sentencia tenía razón. Todo lo que pasó en Cataluña hace dos años, y todo lo que está pasando en España, es una mera ensoñación. Le doy las gracias a los altos magistrados por descubrirme el hecho de que los ciudadanos vivimos en una ensoñación colectiva, no percibimos la realidad sino un trampantojo que nos envuelve y nos mantiene ensimismados con los fantasmas que nos rodean por doquier. Son las nuevas artes del poder, la forma de control real de los ciudadanos. El poder que impera en Cataluña, generó una alucinación colectiva que llevó a los ciudadanos de esa parte de España a soñar que se independizaban, y una gran mayoría de ellos vivió esa ensoñación con la intensidad de una situación real. Pero no era real, sólo era fantasía onírica. Una de tantas ilusiones ópticas con las que nos manejan. Por ello hay que darle la razón al Tribunal Supremo al considerar que no hubo golpe de estado, sino ensoñación. No saben sus señorías que hoy en día las armas para los golpes de estado no son los fusiles sino las ensoñaciones. Pero sí que es evidente que no está tipificado en el Código Penal el delito de generar ensoñaciones al pueblo. Además si existiera ese delito todos los que ejercen el poder en España y diría en el mundo, deberían estar en la cárcel.

      La única realidad sobre la que tenemos certeza es que el poder se encarga de adormecernos, de narcotizarnos con sugerentes entretenimientos. Nos mantiene hipnotizados bien con procesos de independencia, bien con causas cuidadosamente escogidas,  y por supuesto con los deportes, con las músicas de moda, con las tendencias, con las estupideces de los trendings topics y las banalidades de las redes sociales y los programas televisivos de cotilleos. Que si una tonadillera salida de la cárcel se enfada con su hijo, que si una fulanilla es infiel a un galán de pacotilla, que a su vez la engaña con su mejor amigo. Todo vale para mantener la vista fija de la mayoría de los ciudadanos en un foco concreto con el que se mantiene entretenido sin causar problemas al verdadero poder. O para causarlos controladamente cuando hace falta a sus intereses que se causen. Ensoñaciones de todos los colores han recorrido el mundo cuidadosamente organizadas como movimientos supuestamente espontáneos que la mayoría de las veces han desembocado en auténticas pesadillas. Hoy la política no es el arte de gobernar, sino de manejar ensoñaciones, crearlas, modelarlas y utilizarlas para los fines propios. Un pueblo hipnotizado obedece ciegamente y sumisamente. Si al poder le interesa, deja que te rebeles un poquito, (me viene a la memoria el frustrante movimiento 15 M), cuando no le interesa exige que te quedes tranquilo viendo la televisión y no causes problemas. Las marionetas bajo los efectos de los opiáceos ni se enteran de las cuerdas con las que las manejan y en su delirio se ven a sí mismas como auténticas personas libres y con propia voluntad.

   La pandemia que atravesamos es un ejemplo de casi todo lo malo de lo que el poder es capaz de hacer. Ha tenido a la ciudadanía secuestrada y aplaudiendo por las ventanas, pero no se ha visto en televisión un solo féretro de las decenas de miles de muertos que nos ha causado. Un fontanero que vino a casa me contó que por publicar un vídeo con los ataúdes de los muertos del Palacio de Hielo de Madrid, fue expulsado durante un año de facebook. Eso no interesa y no se enseña, no sea que el pueblo se despierte. A quien le ha tocado el drama en su casa o su familia se ha dado de bruces con la terrible realidad del sufrimiento, el resto de las personas han seguido mayoritariamente enganchados a la ensoñación. Es sintomático que lo primero que regresó a las televisiones fuera el fútbol y los realities, que de hecho no se interrumpieron nunca.

La religión ya no es el opio del pueblo, hoy las adormideras las suministran los medios de comunicación de masas, internet y las redes sociales, éstos son los medios por los que nos llega la droga al cerebro, y que cada vez reclamamos en mayores dosis para evitar un síndrome de abstinencia creciente. Es paradójico que los medios que deberían mantener alerta a los ciudadanos y vigilando al poder, hagan justamente lo contrario, es decir vigilar a los ciudadanos al servicio del poder y mantenerlos adormecidos y en un estado de abotargamiento total.

    No seamos ingenuos, la ensoñación no se crea y mantiene para conseguir la felicidad del pueblo, sino que obedece a una estrategia deliberada de dominación. Mientras proseguimos en esta duermevela de hipnosis colectiva, en la que sólo es posible manifestar una felicidad somatizada en nuestras expresiones autorizadas, hay quien prosigue con su proyecto de asalto del poder, de la conquista de los cuerpos y las almas. Mientras nosotros dormimos el vigilante no descansa, y se ocupa en esparcir adormideras y en dar cada día una vuelta más a la cadena con la que nos aherroja.

   Pareciera que el manual de uso de la política ha pasado de ser «El Príncipe» de Maquiavelo a la “Vida es Sueño” de Calderón. Al menos ha llegado a ser una evidencia aquello de que hoy en día “todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende”. Pero a diferencia de Segismundo que soñaba con la libertad estando prisionero, nosotros nos creemos libres mientras en realidad vivimos «de prisiones cargados«, es decir, en nuestro sueño no vemos nuestras cadenas reales. Y de eso se trata básicamente, de poner todos los medios para que permanezcamos en nuestra dulce ensoñación, mientras cada día se limita una vieja libertad, cada día se cercena un viejo derecho. Unos días es la propiedad, otro la libertad de expresión, otra la educación, la movilidad, la libertad de información, de pensamiento, … únicamente nos va quedando la libertad de soñar, pero por supuesto únicamente lo que nos permiten que soñemos.

      La velocidad de crucero que está alcanzando el proyecto liberticida es asombrosa, pero no lo percibimos apenas, porque la nueva normalidad ha impuesto ya el toque de ensoñación, a las diez o a las doce, según las ciudades. Y a esa hora todos debemos estar en nuestras casas sumisamente viendo series de televisión con las que nos adoctrinan y nos convencen de nuestra felicidad. Y todos los voceros mediáticos, apesebrados hasta límites inverosímiles, se niegan a informar de la realidad. Es esencial que el pueblo no despierte de la ensoñación. Como si  fueran Aurora Bautista, interpretando a Juana la Loca en la película de Juan de Orduña, le dicen a cualquiera que pretenda rasgar el velo de la ensoñación: “El pueblo duerme, no  lo despertéis” ….

   Pareciera que el manual de uso de la política ha pasado de ser El Príncipe de Maquiavelo a la “Vida es Sueño” de Calderón.