Después de muchos meses, he vuelto al teatro. No al enlatado Estudio Uno que por internet ha servido de alimento a los teatreros empedernidos como yo en los tiempos de confinamiento domiciliario, sino a un escenario real, con unos actores reales, con un público real, aunque convenientemente distanciado entre sí. Dado lo poco que me prodigo en salidas sociales y de ocio en los últimos tiempos, era esta visita a un teatro una necesidad que se estaba convirtiendo en una verdadera urgencia.
Y si la última vez que fui al teatro, la obra me dejó un regusto amargo, que ya relaté en una entrada anterior («Juan Rana») , en esta ocasión la sensación ha sido totalmente contraria. He tenido la suerte de reencontrarme con el teatro con una obra inteligente, divertida y audaz. Un estreno englobado dentro de una propuesta teatral que han denominado sus promotores muy acertadamente como “Teatro Urgente”. Y es que es urgente recuperar el teatro y en general la cultura, pero no de cualquier manera sino generando propuestas interesantes en lo estético y también en lo ético.
La obra estrenada en el Teatro Galileo de Madrid, se titula “En el lugar del otro” y son sus co-autores, Javier Gomá y Ernesto Caballero. Consiste en cuatro historias diferentes, de las que corresponden dos a cada uno de los autores citados. Si nos halláramos en el Siglo de Oro seguramente se les hubiera definido como entremeses, pero como estamos en el pedante siglo XXI, lo llamaremos propuestas.
Las dos historias escritas por el filósofo Gomá, del que ya nos habíamos deleitado con su obra anterior “inconsolable”, son dos historias ingeniosas, pero sobre todo profundamente literarias. Es un placer escuchar sus textos, porque suponen la recuperación de la literatura para el teatro, no sólo el espectáculo, el entretenimiento y el ritmo, sino sobre todo el arte, la construcción del texto de manera cuidada y minuciosa, recuperando la más elevada utilización del idioma. Esto sobre todo se manifiesta en el texto de “Don Sandio”. Pero por supuesto el autor no puede ser ajeno a su preocupación por la ética y otras cuestiones puramente filosóficas que son su mundo, como filósofo en ejercicio. Éstas se hacen más presentes en el segundo de sus entremeses, titulado “la Sucursal”, que gira en torno al concepto de la “dignidad” como exigencia ética de todo ser humano para poder vivir, más allá de los condicionamientos económicos. Y sobre todo la necesidad de superar las apariencias a la hora de juzgar a las personas, puesto que quien a priori parece más superficial puede resultar finalmente tener más dignidad que aquel que se presenta en sociedad como un Diógenes de pacotilla. Nos invita el autor a desconfiar de quienes desde una superioridad ética nos dan lecciones de conducta moral, y lo desenmascara haciéndonos descubrir que el supuesto referente moral no es más que un fariseo contemporáneo que puede vivir así no por virtud, sino gracias a una subvención del Estado y a costa de todos.
Pero si las historias de Gomá son intelectuales y literarias, las dos propuestas de Ernesto Caballero, son de una audacia y crítica de la realidad actual poco frecuentes. Plantea problemas nucleares de la sociedad en la que vivimos, como son la soberbia de la juventud despótica e intolerante con unos padres y en general un entorno que le han facilitado todo, o la nueva moralidad que impone una censura implacable que evita el dialogo intelectual sustituyéndolo por dogmas y consignas. Todo esto está en la historia denominada “Que venga Miller”, siendo éste un supuesto intelectual heterodoxo al que se le niega asistir a dar una conferencia en la universidad porque no es del agrado de toda la élite instalada y dominante. Pero la crítica es más furibunda todavía en la última de las historias (“El reverendo Dogson”) donde se describe el fanatismo de nuestra actual sociedad en general para todo aquello que se aparte de su canon y en especial para observar tiempos pasados a los que se juzga retrospectivamente con nuestras deformaciones mentales sin ni siquiera comprender que otros vivieron antes que nosotros con otras perspectivas y valores, y posiblemente con mayor inocencia e ingenuidad. Y todo ello lleva a no comprender al diferente, sea de otro tiempo o de otro espacio, al cual sólo se le puede observar y juzgar desde la atalaya de los empoderamientos ensoberbecidos de una sociedad fanatizada, que se niega a admitir algo que no sean sus propios puntos de vista. Denuncia con mucho fundamento la implantación de un nuevo puritanismo y un nuevo decoro que es la antesala de la censura y la intolerancia.
Gracias Gomá, gracias Caballero, gracias a la directora y a todo el elenco de la obra. Esperamos con expectación nuevos textos y nuevas propuestas, quiero decir entremeses, tan interesantes, tan valientes, tan literarias y tan poco frecuentes en la escena española.
