MANTENELLA Y NO ENMEDALLA.

  En una entrada anterior de esta escondida y oculta bitácora dejaba constancia de mis dudas personales acerca de permitir que mi cuerpo fuera profanado por la vacuna coronavírica. Debo confesar, no sin rubor, que al día siguiente de escribirlo fui vacunado con la única dosis que tenía el modelo de vacuna que me tocó en suerte ( o en mala suerte, que todavía no lo sé). O sea que ya estoy vacunado, con la pauta completa, tal y como se dice en la «jergaza» mediática con la que nos bombardean a diario. Ciertamente lo de la vacuna completa es en realidad una ilusión, puesto que ya están lanzando la idea de que va a ser necesaria otra dosis, que será la segunda, la tercera, la cuarta, la enésima. En vez de reconocer que su puñetera vacuna no vale para nada, insisten en su posición de seguir vacunando hasta el infinito, o hasta que se aburran de hacer caja.

     Es aquello de “mantenella y no enmendalla”. Dicen los eruditos que la expresión deriva de las “Mocedades del Cid” de Guillén de Castro en donde un conde que sabedor de que una acusación es falsa, prefiere mantenerla y batirse en duelo antes que pedir perdón y retirar la ofensa. La frase referida ha tenido varias versiones, desde la edad media, como “sostenella  y no enmendalla” o “defendella y no enmendalla” y  desde luego la expresión que he elegido como título de “mantenella y no enmendalla”, la cual es mi favorita por mi devoción a la “Venganza de Don Mendo”, que es de donde me ha llegado a mí. En cualquiera de sus variedades significa lo mismo, la persistencia consciente en el error, en mantener el camino equivocado, aún en contra de las evidencias. Porque seamos sinceros, las vacunación universal no está sirviendo para nada, o para muy poco, ya que de hecho siguen existiendo contagios y los fallecimientos por el virus chino.

    Rebobinemos un poco para recordar lo que se nos decía hace apenas unos meses, en el mes de enero, cuando empezaron a bombo y platillo las vacunaciones masivas. Se nos decía que en unos meses se alcanzaría la inmunidad de rebaño y por tanto el final del virus. Que eso ocurriría cuando se alcanzara el 70% de la población. Nuestro infame presidente era uno de los más activos en apuntarse las medallas de la salvación de la humanidad. Pues bien hemos alcanzado esa cifra y continúa habiendo contagios y fallecidos.

     Siempre hay una explicación más o menos lógica que tranquiliza a la población y que hace que no se vea con claridad lo que está ocurriendo. La situación de la actual quinta ola es la misma que la de la cuarta, y de la tercera y las anteriores. Sigue habiendo contagios y fallecidos, pero eso se nos explica por las variantes nuevas del virus (y ello desoyendo al premio Nobel Montagnier que sugiere que al revés de lo que comúnmente se dice, las nuevas variantes son fruto de las vacunas, reacciones del virus frente a la vacunación). Sigue habiendo contagios y muertes, pero es porque los jóvenes no están vacunados y son unos inconscientes que no pueden parar de hacer botellones. Sigue habiendo brotes y fallecidos en las residencias de mayores e incluso de personas ya vacunadas. Pero la culpa es de las patologías previas de los pobres ancianos y además de tres o cuatro auxiliares insolidarios que no quieren vacunarse.

       Esta es otra de las cosas completamente inintenigibles para mí. Parece que hay unanimidad (de momento y hasta nueva orden) con el hecho de que una persona vacunada puede contagiar la enfermedad a terceros. Si es así, es del todo irrelevante que los enfermeros o cuidadores de otras personas estén vacunados o no lo estén. Si contagian lo mismo los no vacunados que los vacunados, no hay argumento lógico para obligar a vacunarse.  No tiene razón alguna la generalizada demonización del no vacunado, como insolidario y mala persona. Sólo corre supuestos riesgos para él mismo,  y en relación  con los terceros es igual que los demás. No tiene sentido, por lo tanto, la vacunación obligatoria, ni el carnet de vacunación, ni otras marcas de legitimidad social que lo único que hacen es recordar el célebre y apocalíptico número de la Bestia marcado en la frente sin el cual nadie puede comprar ni vender, es decir vivir en esta sociedad. No queda demasiado para que la única forma de acreditar nuestra correcta vacunación sea un chip subcutáneo con un código de barras o un código QR. ¿Será este el verdadero propósito de toda esta enorme campaña para la vacunación voluntaria antes de pasar a ser obligatoria?

     Veamos las cosas como son en la realidad y al margen de la propaganda: el proceso de vacunación es un ENORME FRACASO. Lo escribo así con mayúsculas, para realzar la afirmación. Ni las vacunas evitan contagiar a otras personas, ni evitan contagiarse a uno mismo, ni evitan la enfermedad, ni las hospitalizaciones, ni los fallecimientos. ¿Entonces para que c…. sirven? Como queremos agarrarnos a un clavo ardiendo nos creemos a pie juntillas todas las mentiras que cada día nos cuentan. Nos bombardean a todas horas en los telediarios y resto de medios de comunicación con las consignas de que en realidad sí sirven las vacunas, que aunque mueren personas son menos los muertos, que aunque se enferma, es más liviana la enfermedad, que aunque vayas a la UCI, la estancia allí es más confortable gracias a la vacuna. Sólo falta ya que nos convenzan de que la vacuna trae la felicidad. Y el día que eso ocurra lo creeremos. Seremos felices porque así lo dice la televisión y el que lo dude es un negacionista.

     Da igual, no se puede discrepar del brutal “mainstream”, ni siquiera plantearse alguna pregunta que induzca a la duda. Ya no se admite ninguna discrepancia. No entro en la polémica entre afirmacionistas y negacionistas. No me atrevo a afirmar que el virus no existe, ni a negar la utilidad de las mascarillas, ni afirmar ni a negar nada, pero sí soy capaz de observar la realidad y el tratamiento desproporcionado que se da a los discrepantes

          Parece mentira que ante la evidencia no se busque una solución alternativa. Se me ocurre por ejemplo que se pudieran investigar otras terapias curativas, medicinas, tratamientos, etc. Yo  me limito a dudar de la eficacia, por el momento, de las vacunas que nos han suministrado, y a manifestar mi arrepentimiento de haberme vacunado y mi intención de no permitir que me impongan las tropecientas dosis que están preparando con mi nombre. No voluntariamente al menos. Arrepentidos los quiere Dios.

     Y ante la contumacia en el error ya no puedo juzgar que haya buena intención por parte de la autoridad que nos domina. Me viene a la cabeza la frase atribuida a Séneca, errare humanum est, perseverare autem diabolicum, et tertia non datur.

¿CUANDO SE JODIÓ EL PERÚ?

Cuando yo era pequeño tenía gran predilección por los cuentos de un simpático personaje llamado “Tiro Loco Mcgraw”, que era un salado caballito que siempre llevaba un enorme sombrero. Ahora lo recuerdo cada vez que veo al flamante presidente que se han procurado los peruanos. Aunque este último no tenga nada de simpático ni de salado. Sólo tienen en común el sombrero, que en el caso del peruano es desproporcionadamente grande para un cabeza que alberga un caletre tan reducido. Este caballerete, cuya elección ha sido más que sospechosa, parece tener como único propósito en la vida el ofender a otra nación soberana, que por supuesto es España.

      Fue de pésimo gusto, incluso para los republicanos patrios, que en presencia del Jefe del Estado español, que tuvo la cortesía de acudir a su toma de posesión como presidente, echara pestes gitanas de la nación del invitado, y que se refiriera en presencia de nuestro Rey Felipe VI, de manera despectiva a los nativos que preferían como Emperador a Carlos V frente a Atahualpa, como los “felipillos”, término que al día de hoy sirve para tildar a todo aquel que se aparta de la ortodoxia comunista-indigenista. Incluso aunque pensara, como de hecho piensa, que todos los males del Perú son culpa de los españoles, existe algo que se llama educación y hospitalidad, que debería haber servido de freno a su incontinencia verbal.

      Se preguntaba Zabalita, personaje de la novela de  Vargas Llosa “Conversaciones en la Catedral”:  ¿En qué momento se jodió el Perú?.  Es ésta una pregunta que les atormenta por aquellas tierras, porque muchos peruanos tienen la conciencia de haber sido una nación próspera, moderna y avanzada hasta un determinado momento en el que pasaron a ser un país empobrecido y en decadencia. Y desde luego no se remontan a la época prehispánica, de la que apenas tienen memoria más allá de la mera mitología de las nuevas ideologías indigenistas. Y no quieren responder con sinceridad esta pregunta porque tal vez les llevaría a reconocer que la verdadera edad de oro de la zona de América que actualmente constituye la República del Perú, tuvo lugar durante los siglos  XVII y XVIII.

    Aunque, como se diría hoy, es “tendencia” considerar que todo lo negativo que les ocurre a esos países es culpa de haber estado allí los españoles, creo que se debe recordar que al menos hay otra posible visión de las cosas, no tan negativa para la presencia española. Por ejemplo, me viene a la memoria que en el ya lejano 1551 fue fundada en Lima la primera Universidad de América por el Emperador Carlos I. Sí, la primera universidad americana, mucho antes de fundarse Harvard o Yale. Parece que, en contra lo que dice el señor que habita debajo de ese enorme sombrero,  no todos los recursos que se producían allí eran traídos a Europa. De hecho según los historiadores objetivos, sólo el 20 % del oro que salía de las minas, se transportaba a España, el resto se quedaba allí para producir riqueza en la propia zona. Y de hecho la produjo, debido a una organización económica estable y organizada y que contaba con todos, desde luego también con los indígenas, que nunca fueron esclavos, sino que siempre fueron ciudadanos libres. Y que en esas minas cobraban los trabajadores un salario semejante a lo que se pagaba en Europa por esa misma labor.

      A diferencia de lo que se suele argumentar, los españoles no fueron arrasando o avasallando, e imponiendo por la fuerza su cultura. Querían convencer a los lugareños de las bondades de su fe y para enseñarla, lejos de imponer el idioma español, generalmente aprendían y utilizaban para predicar las lenguas locales. Así la primera gramática de la lengua “quechua” se debe al español Fray Diego de Santo Tomás, publicada en Valladolid en 1560, quien por otro lado fue el primero que se doctoró en la Universidad de San Marcos de Lima. En 1579 se fundó en esa Universidad la primera “cátedra General de la lengua de Indios”. De hecho, sólo mucho después de la independencia el español pasó a ser el idioma mayoritario,

      Sé que estos temas suelen incitar a caer en tópicos, en posiciones radicales de blanco o negro, sin admitir una enorme gama de tonalidades grises. Pero defender con argumentos un razonamiento histórico no debe ser considerado nunca como un tópico. Yo estoy de acuerdo en no caer en una visión idealizada de una realidad histórica con claroscuros, pero siempre cambio de que por la otra parte se abandone ese mito indigenista de la existencia de un paraíso anterior a la conquista por el reino de España. El preboste perulero, dijo en su discurso que durante 4500 años vivieron en armonía con la naturaleza, hasta que llegaron los españoles, que lo estropearon todo. Luego recordó que llevan ya doscientos años de independencia, por lo que han podido tener tiempo para recuperarse de sus males, pero eso da igual, la culpa ya para la eternidad la tenemos los españoles. No quiero decir con ello que todo lo hispánico fuera maravilloso. Sólo que debería haber un poco de objetividad en la búsqueda de la verdad histórica, sin prejuicios y con honestidad.

       No sabemos qué hubiera pasado si los castellanos no hubieran cruzado la mar océana con tres destartaladas carabelas. Como tampoco sabemos cómo hubiera sido la historia si los cartagineses hubieran derrotado a los romanos en las guerras púnicas. Puede que sin la existencia de Colón hubiera habido un reino en el Perú de enorme justicia y probidad. O puede que no. Pero sí podemos comparar el comportamiento y el resultado de la acción de otros países europeos con la de la corona española en su forma de atender los territorios de ultramar.  Y creo sinceramente que si yo tuviera que elegir ser conquistado por alguien preferiría a los españoles frente a los anglosajones. Aunque obviamente preferiría no ser conquistado por nadie. Como descendiente de los vettones, reclamo para mí también el derecho de ser indígena, y puede que en tiempos de Viriato me hubiera opuesto a una conquista, pero ante la inevitabilidad de la misma hubiera preferido la conquista por  la civilizada Roma a los bárbaros hunos de Atila.

      Por ello ante estos discursos tan extendidos por gentes con sombreros superlativos y sin sombreros, de aquí y de allí, a veces lamento que en los viajes transoceánicos, no se nos adelantaran los ingleses o franceses y les proporcionaran  a esas tierras del sur del continente, un destino parecido al que proporcionaron a los indios pieles rojas un poco más al Norte. Que   los civilizados ingleses o ilustrados franceses hubieran expulsado a los aimaras o a los quechuas de sus tierras en vez de mestizarse con ellos, que los hubieran encerrado en reservas para conservarlos en alcohol, en vez de preocuparse por la instrucción, por procurarles trabajo y medios de vida como lo hicieron los españoles, por ejemplo en las ejemplares reducciones jesuíticas. Realmente si el trato que hubieran recibido de los españoles hubiera sido el mismo que nuestros vecinos de la civilizada Europa dieron a los indios que se encontraron en su camino, mereceríamos un justo resentimiento.

         Merecerían en Perú a un presidente rubio con apellido anglosajón, en vez de un presidente con unos apellidos netamente castellanos, lo que nos muestra la verdadera realidad del mestizaje. También me gustaría ver alguna vez a un presidente indígena o incluso mestizo en Estados Unidos, o Canadá o Nueva Zelanda o Australia.