LA PARÁBOLA DE LOS DOS AMOS DEL MUNDO.

     Cuentan que se juntaron los dos más poderosos amos del Mundo, que rivalizaban entre ellos por ser el que más poder tenía sobre la Tierra. Y uno de ellos (Amo-primero) retó al otro (Amo-segundo) para que mostrara el poder del que alardeaba, diciéndole:

     – Si eres de verdad el más poderoso podrías demostrarlo, y para ello te propongo un reto. ¿Serías capaz de que toda la humanidad sin excepción haga algo que tú quisieras? Si eres capaz de conseguirlo me retiro y te concedo todo el poder para ti.

      Después de pensarlo el Amo-segundo aceptó el reto y afirmó que toda la humanidad haría una cosa que él iba a imponer a cada hombre, mujer y niño sobre la faz de la Tierra, y ello consistiría en que cada ser humano se pincharía voluntariamente con una aguja en el brazo. Aunque al Amo-primero le pareció una oferta extravagante la aceptó, pero además le dijo: 

– Si tu fracasas yo ganaré y con tu fracaso habré de ser yo el que consiga que todos los hombres sin excepción lleven una impronta mía, tengan una cosa impuesta por mí. Pero no sabrás lo que es hasta que tu fracases y así demostraré que yo sí puedo lograr que la humanidad haga algo por mí y mereceré el poder que tendré sobre toda la humanidad.  

       Y así el Amo-segundo, se puso manos a la obra para ganar la apuesta que habría de darle todo el poder. Y para conseguir su propósito de que cada hombre se pinchara voluntariamente en uno de sus brazos, ideó soltar insectos infectados con una enfermedad fuertemente contagiosa para los humanos y ocasionalmente mortal en un remoto lugar de una región donde tenía muchos y fieles escuderos que le obedecían. Y comunicó el hecho de la liberación y esparcimiento de la plaga infecciosa por medio de todos sus portavoces en todos los confines de la Tierra, y así sembró el temor y la desesperanza en todas las gentes de cualquier lugar, jóvenes y ancianos, varones y mujeres, de todo credo o condición social. Luego comunicó a todos sus esbirros repartidos por los cuatro puntos cardinales un plan para acabar con los efectos de la plaga y de la enfermedad que ella causaba, que consistía en suministrar un fármaco precipitadamente obtenido, pero milagroso y denominado con nombres variados, que había de administrarse mediante una inyección con una jeringuilla en uno de los brazos de cada uno de los hombres sobre la faz de la tierra. Las gentes recobraron algo de esperanza ante la noticia de la existencia de una cura a tan contagiosa enfermedad. Sus apóstoles se lanzaron sin discusión a convencer a todos los hombres de la bondad de pincharse en el brazo el remedio milagroso. Convencieron a muchos, amenazaron a otros, sedujeron a los demás para que obligaran a otros, sobornaron voluntades, amenazaron y crearon intereses y complicidades variadas. Y con estas artes, logró que miríadas de hombres se pincharan en el brazo para inyectarse el antídoto contra el agente infeccioso esparcido por la plagas y causante de la enfermedad. Y la mayoría lo hacían pensando que hacían lo correcto. Lo de menos era que el remedio fuera eficaz o no, la mayoría aceptaban el placebo sin cuestionarlo, sin preguntar su bondad, o efectos reales, pero en todo caso lo hacían voluntariamente. Como el contagio se publicitaba como mortífero, pero en realidad sólo era así en algunos casos y para la mayoría sólo generaba leves trastornos, se afianzó la creencia general en la eficacia del remedio. Pensaba la mayoría que si así lo ordenan los gobernantes es porque debe de ser lo correcto, es impensable que quieran desear su mal.  Y Amo-segundo, con sus diversos tentáculos y voceros, siguió insistiendo, aumentando su presión, imponiendo su voluntad hasta conseguir que muchas personas lo hicieran dos, tres y hasta veinte veces. Hasta los niños de corta edad, reclamaban su derecho a ser pinchados, aunque el virus apenas les afectaba. De este modo la mayoría de la humanidad, casi todos los hombres se pincharon por propia voluntad en el brazo.

        Pero no todos lo hicieron. Algunos se percataron del engaño del remedio milagroso o preferían otros medios curativos o por la razón que fuere se resistieron de manera contumaz, y no hubo manera de convencerles, lo que suponía una insubordinación e insolencia insoportable. El Amo-segundo veía que el tiempo transcurría y que no lograba su propósito completamente y ello le llevaba a arreciar con una nueva oleada de virus, y una nueva y renovada energía propagandística de sus heraldos. Más presiones, sanciones y amenazas, pero todo en vano. A pesar del ímpetu y entusiasmo seguía habiendo resistencia. La única solución era imponer el pinchazo en el brazo por la fuerza, pero eso no le permitía ganar la apuesta, ya que se exigía que el pinchazo fuera voluntario, es decir someter las voluntades de los hombres. 

     Llegado un día admitió que definitivamente no había conseguido su propósito, porque había unos pocos hombres y mujeres que no le habían obedecido y se habían negado de manera irreversible a pincharse voluntariamente en el brazo. Así, Amo-segundo, tras reconocer su derrota, varios años después y tras unos devastadores efectos sobre las vidas y haciendas de los hombres, decidió asumirlo y reconocerlo ante su retador.

       Amo-primero, ante el fracaso del Amo-segundo, cuando éste se presentó ante él, le dio las gracias por su gran trabajo y esfuerzo, aunque hubiera fracasado, y le dijo:

    – Ahora te revelaré lo que yo he conseguido que todos los hombres tendrán gracias a mí, y que he logrado gracias a ti. Gracias a tu fracaso, ahora yo tendré todo el poder y tendré una humanidad debilitada, temerosa y sumisa, porque lo que yo he conseguido gracias a ti es que todos los hombres, sin excepción, tengan miedo. Ahora me obedecerán las naciones y los hombres sin rechistar, porque saben que puedo volver a utilizarte cuando quiera y que estoy dispuesto a hacerlo si es preciso y han asumido y aceptado que puedo hacer con ellos lo que quiera. Incluso los rebeldes no podrán sino temerme, porque ya son plenamente conscientes de mi poder.

      El Amo-segundo reconoció la gran sabiduría del ganador, reconoció su mayor poder y decidió para siempre servirle y rendirle pleitesía, como el único Amo del Mundo.

MANTENELLA Y NO ENMEDALLA.

  En una entrada anterior de esta escondida y oculta bitácora dejaba constancia de mis dudas personales acerca de permitir que mi cuerpo fuera profanado por la vacuna coronavírica. Debo confesar, no sin rubor, que al día siguiente de escribirlo fui vacunado con la única dosis que tenía el modelo de vacuna que me tocó en suerte ( o en mala suerte, que todavía no lo sé). O sea que ya estoy vacunado, con la pauta completa, tal y como se dice en la «jergaza» mediática con la que nos bombardean a diario. Ciertamente lo de la vacuna completa es en realidad una ilusión, puesto que ya están lanzando la idea de que va a ser necesaria otra dosis, que será la segunda, la tercera, la cuarta, la enésima. En vez de reconocer que su puñetera vacuna no vale para nada, insisten en su posición de seguir vacunando hasta el infinito, o hasta que se aburran de hacer caja.

     Es aquello de “mantenella y no enmendalla”. Dicen los eruditos que la expresión deriva de las “Mocedades del Cid” de Guillén de Castro en donde un conde que sabedor de que una acusación es falsa, prefiere mantenerla y batirse en duelo antes que pedir perdón y retirar la ofensa. La frase referida ha tenido varias versiones, desde la edad media, como “sostenella  y no enmendalla” o “defendella y no enmendalla” y  desde luego la expresión que he elegido como título de “mantenella y no enmendalla”, la cual es mi favorita por mi devoción a la “Venganza de Don Mendo”, que es de donde me ha llegado a mí. En cualquiera de sus variedades significa lo mismo, la persistencia consciente en el error, en mantener el camino equivocado, aún en contra de las evidencias. Porque seamos sinceros, las vacunación universal no está sirviendo para nada, o para muy poco, ya que de hecho siguen existiendo contagios y los fallecimientos por el virus chino.

    Rebobinemos un poco para recordar lo que se nos decía hace apenas unos meses, en el mes de enero, cuando empezaron a bombo y platillo las vacunaciones masivas. Se nos decía que en unos meses se alcanzaría la inmunidad de rebaño y por tanto el final del virus. Que eso ocurriría cuando se alcanzara el 70% de la población. Nuestro infame presidente era uno de los más activos en apuntarse las medallas de la salvación de la humanidad. Pues bien hemos alcanzado esa cifra y continúa habiendo contagios y fallecidos.

     Siempre hay una explicación más o menos lógica que tranquiliza a la población y que hace que no se vea con claridad lo que está ocurriendo. La situación de la actual quinta ola es la misma que la de la cuarta, y de la tercera y las anteriores. Sigue habiendo contagios y fallecidos, pero eso se nos explica por las variantes nuevas del virus (y ello desoyendo al premio Nobel Montagnier que sugiere que al revés de lo que comúnmente se dice, las nuevas variantes son fruto de las vacunas, reacciones del virus frente a la vacunación). Sigue habiendo contagios y muertes, pero es porque los jóvenes no están vacunados y son unos inconscientes que no pueden parar de hacer botellones. Sigue habiendo brotes y fallecidos en las residencias de mayores e incluso de personas ya vacunadas. Pero la culpa es de las patologías previas de los pobres ancianos y además de tres o cuatro auxiliares insolidarios que no quieren vacunarse.

       Esta es otra de las cosas completamente inintenigibles para mí. Parece que hay unanimidad (de momento y hasta nueva orden) con el hecho de que una persona vacunada puede contagiar la enfermedad a terceros. Si es así, es del todo irrelevante que los enfermeros o cuidadores de otras personas estén vacunados o no lo estén. Si contagian lo mismo los no vacunados que los vacunados, no hay argumento lógico para obligar a vacunarse.  No tiene razón alguna la generalizada demonización del no vacunado, como insolidario y mala persona. Sólo corre supuestos riesgos para él mismo,  y en relación  con los terceros es igual que los demás. No tiene sentido, por lo tanto, la vacunación obligatoria, ni el carnet de vacunación, ni otras marcas de legitimidad social que lo único que hacen es recordar el célebre y apocalíptico número de la Bestia marcado en la frente sin el cual nadie puede comprar ni vender, es decir vivir en esta sociedad. No queda demasiado para que la única forma de acreditar nuestra correcta vacunación sea un chip subcutáneo con un código de barras o un código QR. ¿Será este el verdadero propósito de toda esta enorme campaña para la vacunación voluntaria antes de pasar a ser obligatoria?

     Veamos las cosas como son en la realidad y al margen de la propaganda: el proceso de vacunación es un ENORME FRACASO. Lo escribo así con mayúsculas, para realzar la afirmación. Ni las vacunas evitan contagiar a otras personas, ni evitan contagiarse a uno mismo, ni evitan la enfermedad, ni las hospitalizaciones, ni los fallecimientos. ¿Entonces para que c…. sirven? Como queremos agarrarnos a un clavo ardiendo nos creemos a pie juntillas todas las mentiras que cada día nos cuentan. Nos bombardean a todas horas en los telediarios y resto de medios de comunicación con las consignas de que en realidad sí sirven las vacunas, que aunque mueren personas son menos los muertos, que aunque se enferma, es más liviana la enfermedad, que aunque vayas a la UCI, la estancia allí es más confortable gracias a la vacuna. Sólo falta ya que nos convenzan de que la vacuna trae la felicidad. Y el día que eso ocurra lo creeremos. Seremos felices porque así lo dice la televisión y el que lo dude es un negacionista.

     Da igual, no se puede discrepar del brutal “mainstream”, ni siquiera plantearse alguna pregunta que induzca a la duda. Ya no se admite ninguna discrepancia. No entro en la polémica entre afirmacionistas y negacionistas. No me atrevo a afirmar que el virus no existe, ni a negar la utilidad de las mascarillas, ni afirmar ni a negar nada, pero sí soy capaz de observar la realidad y el tratamiento desproporcionado que se da a los discrepantes

          Parece mentira que ante la evidencia no se busque una solución alternativa. Se me ocurre por ejemplo que se pudieran investigar otras terapias curativas, medicinas, tratamientos, etc. Yo  me limito a dudar de la eficacia, por el momento, de las vacunas que nos han suministrado, y a manifestar mi arrepentimiento de haberme vacunado y mi intención de no permitir que me impongan las tropecientas dosis que están preparando con mi nombre. No voluntariamente al menos. Arrepentidos los quiere Dios.

     Y ante la contumacia en el error ya no puedo juzgar que haya buena intención por parte de la autoridad que nos domina. Me viene a la cabeza la frase atribuida a Séneca, errare humanum est, perseverare autem diabolicum, et tertia non datur.