BERGOGLIO O DONDE IRÁ EL BUEY QUE NO ARE.

        El tema que pretendo tratar hoy reconozco que es más difícil de abordar para mí que otros. Hay cosas que cuesta decirlas, y mucho más escribirlas,  aunque no se haga más que afrontar la verdad. Aunque mi opinión es clara, hay algo me refrena para escribirla y publicarla. Quizás la sea la conciencia,  quizás pura superstición, quizás un temor reverencial asumido como una parte inseparable de mí. Por la razón que sea me cuesta mucho escribir algo que pueda entenderse como una crítica a la Iglesia Católica. Me eduqué dentro de la religión católica y siento por ella un respeto profundo  y por ello cualquier crítica me es particularmente complicada de realizar y de exteriorizar.

      No pretendo aquí plantear abiertamente una cuestión personal y bastante íntima,  de si a estas alturas de la vida sigo creyendo en el Dios que gobernó mi niñez y adolescencia, o por el contrario se encuentra escondido y latente entre las candilejas del teatro en el que cada vez siento que se va convirtiendo la vida, este caminar dentro de esta realidad tridimensional y temporal a la que llamamos existencia. Si las dudas me asaltan sobre la consistencia de lo que conocemos por realidad, todavía son mayores las incertidumbres sobre la vida futura que nos aguarda en los alrededores del Valle de Josafat.

    Por ello sí quisiera dejar muy claro que una cosa es la cuestión sobre la fe, sobre la validez última del mensaje cristiano, sobre la realización espiritual que puede alcanzarse por la vía de cristianismo, y otra cosa muy diferente es la opinión que puede merecer la actuación de la Iglesia Católica, de sus miembros y en particular de su máximo representante en la Tierra. Yo quiero seguir manteniendo una personal confianza en la religión en la que descanso en mis momentos de mayor zozobra como una búsqueda de la espiritualidad y la trascendencia. Le pido respuestas sobre las grandes preguntas que nos angustian como hombres, le pido que aporte un sentido a este limitado deambular sobre la faz de la tierra que acometemos durante unos pocos años antes de desaparecer.

      Pero siento que desde  la Iglesia los mensajes que actualmente me llegan, al menos desde la máxima autoridad jerárquica, van por otro camino. Estos mensajes se dirigen a dar respuestas a problemas,  como lo diríamos, más mundanos. Aunque por inercia de siglos se sigan repitiendo sin demasiada convicción unas consignas sobre la salvación, las cuestiones más difundidas y sobre las que se centra su labor pastoral son de orden muy menor, son casi todas cuestiones morales, de buenas costumbres,  cuando no propias de una descarriada ética laica que intenta consolarnos con unas formas de moderno estoicismo.

      Sin ir más lejos el otro día se despachó urbi et orbi el Santo Padre con la recomendación de que para salvar al planeta deberíamos comer menos carne. Ya de por sí es sorprendente que su interés sea salvar el planeta en vez de salvar las almas de los hombres que lo habitan. Y por otro lado también me sorprende que la “carne” ya no ocupe su lugar como uno de los enemigos del alma, junto al demonio y el mundo, sino que ahora la carne, aunque de otra naturaleza, constituye un peligro para el planeta. O sea, que fornicar ya no es pecado, pero comerse una hamburguesa sí. El problema no es destruir el alma con vicios disolventes y esclavizantes, sino que el problema es perjudicar al cuerpo por el exceso de colesterol. O tempora, o mores!

   Mi veneración es máxima por la Iglesia como institución y su misión en la historia, en particular en la modelación de la cultura occidental y por el cristianismo sapiencial que supo crear una civilización elevada, culta y hermosa que tuvo sus frutos en el románico, el gótico, pero sobre todo en la creación de un tipo humano que ha dado tantos y tantos hombres y mujeres  buenos, santos, sabios y justos. Aquella Iglesia que asumió la misión de llevar esa vía de salvación y de realización espiritual a todos los rincones del mundo.

      Por todo ello no puedo sentir mayor decepción que ver a tan egregia institución gobernada por un ser humano a quien le faltan demasiadas virtudes para ocupar la cátedra de San Pedro, y que podría calificar de botarate si sólo atendiera al hecho de que tiene poco juicio, pero que en realidad desconfío de sus verdaderas intenciones y creencias últimas. De hecho se ha convertido en el adalid de todas las causas de la modernidad y casi en un apóstol del cambio climático. Defiende casi todas las causas que detesto y es por ello que lamento que ocupe el sitial que legítimamente corresponde a un Santo Padre venerable y sabio, como es el Cardenal Ratzinger, que viejo y cansado entregó la tiara confiadamente a quien no duda en llevar a la Iglesia al abismo de la globalización luciferina.

   No conozco las normas eclesiásticas demasiado bien, y es posible que estas opiniones sobre el obispo de Roma, me procuren una sanción canónica. Lo sentiría porque no soy de los que presumen de apostatar al mismo tiempo que ensalzan la figura del papa montonero. Es esto lo que hacen la mayoría de los ministros del Gobierno ateo de España que casi ninguno se ha privado de hacerse una foto en el Vaticano y a la vez que reivindican a los que mataban curas y monjas hace no demasiado, no se cansan de reírle las gracias cada vez que se le ocurre una nueva majadería. Por todo ello siento que en la misma Iglesia no cabemos él  y yo, y si por jerarquía lo lógico es que permanezca Bergoglio, es obvio que el que sobro soy yo. Pero que se atrevan a echarme, que yo no voy a renunciar a mi condición de bautizado. Y de hecho creo que no podría aunque quisiera.

    Sé que la propia visión de ese jesuitón argentino me provoca un rechazo visceral y también que ese es un sentimiento muy poco cristiano. Tengo la sospecha que yo tampoco le gusto, como en general no le gustamos ninguno de mis compatriotas, lo cual después de mucho pensarlo, he llegado a la conclusión de que es por el mero hecho de ser españoles. Sólo salva a los comunistas patrios, a quienes como ya dije recibe con verdadero entusiasmo.  ¿Cómo es posible que después de once años de papado y visitar más de cincuenta países, no haya pisado ni una sola vez territorio español? Es algo que nos preguntamos todos los católicos españoles.  A un famoso presentador de su cadena de radio episcopal le dijo que sólo vendría a España cuando “cuando haya paz”. ¿Es que acaso hay una guerra en España y yo que vivo aquí no me he enterado? 

   Sólo puedo entender que esta situación se produce porque tiene una enorme animadversión por todo lo español y por lo que representa la Hispanidad ¿Por qué odia a España? Alguien debería decirle que odiar también es poco cristiano. Como tampoco es muy ejemplar el pegarle a una monja en la plaza de San Pedro y a la vista de toda la Cristiandad. Por contraste aquello me hace recordar aquella paciencia casi infinita de su predecesor San Juan Pablo II con las religiosas y con todas las personas que se le acercaban. Y sólo recordar su apacible rostro produce en mí un estremecimiento en el alma, que es el que produce la aparición en la memoria la mirada de un auténtico santo.

  Pero si hay algo que me ha molestado de manera profunda del obispo Bergoglio ha sido su comportamiento en su reciente viaje a Canadá, donde aparte de hacer  el indio con un penacho de plumas, me ha ofendido como católico su tratamiento sobre  la actuación de la Iglesia en la evangelización de América, de la que se arrepiente y avergüenza. No me parece mal que pidiera perdón por los desmanes que curas católicos concretos hubieran podido causar en algunos colegios de ese país. Pero de ahí a avergonzarse de la evangelización de América hay una gran diferencia.

     Esto requiere analizar lo que ha ocurrido en Canadá en los últimos siglos. Se podría resumir muy sintéticamente que  entre 1880 y 1996 en Canadá se obligó por el Estado a desarraigar de sus familias a cerca de 150.000 niños indios de esos territorios y a una inmersión obligatoria en centros de internamiento escolar,  y que muchos de estos colegios eran dirigidos por religiosos católicos. En dichos centros se han detectado enterramientos de alrededor de unos seis mil niños. Parece demostrado que el comportamiento de esos colegios, católicos y de otras confesiones, fue repugnante, y muchos de los niños desarraigados de sus familias, de sus bosques  y de su forma de vida tradicional, no pudieron superar vivir hacinados en internados y recibiendo en vena la ideología de la modernidad occidental.

     Canadá es uno de esos estados venerados por la modernidad por su «buen rollo» multiculturalista, que nos da lecciones de superioridad moral a todos como adalid de la modernidad revolucionaria y jacobina, y  que nos muestra orgulloso y sin remordimientos ni complejos como son los países del nuevo mundo creados bajo la advocación de los revolucionarios franceses, todos henchidos de fraternidad universal  y a la vez al amparo de su majestad británica, que como cabeza de la Commonwealth es la jefa del estado de esos fríos territorios.  Pero Canadá, aunque hoy se nos muestre como el paraíso globalista y del sincretismo cultural y racial, tiene sus propios muertos en el armario. Y en vez de afrontar su responsabilidad de causante de enormes injusticias con los que vivían allí antes de aterrizar los franceses e ingleses, se sirve de el tonto útil de turno para atribuirle a él la culpa de sus propios errores. Y este es el papelón que ha hecho el obispo de Roma por tierras canadienses.  Como ya está hecha y bien cocinada la leyenda negra de que la matanza de indios corresponde a los españoles, que son católicos, pues todo lo negativo que les es imputable es culpa de los españoles católicos ( y por extensión todos los católicos) que tuvieron la mala idea de cruzar el Atlántico y eso les hace responsables de todo lo negativo que haya ocurrido en ese continente, desde la Patagonia a Alaska. De este modo, con un culpable fijo (los españoles) y otro de repuesto (los católicos) los anglosajones y los masones franceses siempre quedan como inocentes, como diría un castizo, siempre se van de rositas.

       La responsabilidad y la culpa de la devastación cultural, de la inmersión, de la destrucción de los pueblos que allí vivían al margen de la modernidad es exclusivamente del Estado Canadiense y de los fundadores colonialistas que Francia e Inglaterra allí enviaron.  Pero con el reciente viaje del Papa han conseguido atribuirle la culpa de todo ello a la Iglesia Católica. Olvidan que esos  colegios católicos a los que se llevaba a los niños indios, en realidad eran meros instrumentos de la inmersión cultural igualitaria exigida por la modernidad laica y atea de los estados allí establecidos. La inmersión y la aculturación era un proyecto político y no religioso.

      ¿Podría explicar el Santo Padre porque estos fenómenos no se produjeron en la América hispánica? En la América española o España americana, nunca se separaron a los hijos de sus padres para llevarlos a centros de europeización obligatoria. Por el contrario, los misioneros franciscanos o jesuitas de la América hispana aprendieron todos los idiomas de los indios para enseñarles la fe en su propio idioma, a los padres y a los hijos, a las familias enteras a las que nunca pretendieron robarles a sus hijos para una inmersión cultural en la modernidad. Si se produjo una simbiosis cultural, no fue a golpe de decreto sino a fuerza de convencimiento y de trato cotidiano, de manera voluntaria y compartiendo valores de forma recíproca entre indios y misioneros. Al margen de conductas concretas que fueran reprochables, y que sin duda existieron, allí la Iglesia y sus miembros actuaron como auténticos cristianos, defendiendo a todas las personas con independencia del color de su piel o su etnia. Como ejemplo tenemos a Fray Junípero Serra que luchó continuamente contra todos los gobernadores en defensa de los indios y de sus derechos y que nunca jamás hubiera consentido separarlos de sus familias, aculturizarlos y obligarles por la fuerza a transformarse en ciudadanos occidentales. Tampoco ese fue el objetivo de la Corona española. Tras la independencia de España, los países creados, la mayoría de inspiración iluminista ya adoptaron posiciones más beligerantes con las personas y las culturas locales, y para bien o para mal la imposición de la modernidad se produjo mayoritariamente en este periodo.

     Pero el actual Papa, como tanto argentinos, no comprende la Hispanidad, se avergüenza de la labor evangelizadora de los misioneros católicos que mayoritariamente salieron de la España imperial para expandir la fe y proporcionarles una vía de salvación en la que creían profundamente a las personas que se encontraban en el Nuevo Mundo. Bergoglio, como tantos argentinos, incluido el antiespañol J.L. Borges, viven presos de la idealización de todo lo anglosajón, soñando con que en vez de los españoles hubieran desembarcado por aquellos pagos los ingleses y hubieran borrado de la faz de la tierra a todo vestigio aborigen, y cuando la eliminación física no hubiera podido conseguirse, llevar a los indios a reservas donde no molesten y a sus hijos a colegios de curas vendidos al poder donde hacerles comulgar con ruedas de molino hasta conseguir no un alma para Dios, sino un ciudadano para la  modernidad.

    Ojalá la Divina Providencia nos proporcione con la ayuda del Espíritu Santo un sucesor de Pedro que sepa estar a la altura, cuando este que tenemos hoy se reúna con el Creador en un día que por su bien y el nuestro esperemos que no sea muy lejano. Él gozará de la compañía de los Santos y nosotros nos consolaremos seguramente pronto de su ausencia.  Y todos tan contentos.

MADRE PATRIA

    Hay libros que llegan en la vida en un momento providencial, que vienen a llenar un hueco que antes de leerlos ni siquiera sabías que existía. Algunos libros pasan por la vida sin pena ni gloria. Se leen y se olvidan con la misma rapidez, aunque puede que de manera inconsciente dejen algún poso. Otros libros sin embargo marcan una huella indeleble, una marca permanente en el pensamiento o en el alma.

    En mi vida no son tantos los libros que pueden presumir de haber dejado esa impronta. Dedico estas líneas a uno cuya lectura acabo de terminar, y que es uno de aquellos que nada más leer una docena de páginas sientes su importancia, uno de esos libros destinados a tenerlos siempre a mano en la mesilla de noche, para consultarlo de vez en cuando, posiblemente durante muchos años. Y además de su interés particular para mí, creo que también ha llegado en el momento preciso para mucha otra gente y que viene a revitalizar una corriente de pensamiento por la que llevo tiempo caminando y avanzando con decidido entusiasmo y convencimiento. 

        Este libro al que me refiero es la obra del politólogo argentino Marcelo Gullo Omodeo, titulada “Madre Patria (Desmontando la leyenda negra desde Bartolomé de las Casas hasta el separatismo catalán)”. Lo encontré por casualidad y sin conocer su contenido en una de las visitas a una librería a la que acudí buscando otra obra que ahora mismo no recuerdo. Me llamó la atención el título y leí descuidadamente la solapa, como hago con otros tantos, para ver así a primera vista de qué pie cojea el autor, o dicho de otro modo, si puede ser de interés para mí o por el contrario es de aquellos que merecen acabar en la piscina como hacía el malhumorado Umbral. A primera vista me pareció interesante y con una cierta duda decidí comprarlo en una de las decisiones de las que menos me arrepiento.

Marcelo Gullo es Doctor en Ciencias Políticas argentino autor de numerosas obras tales como «La insubordinación fundante», «La lucha del pueblo argentino por la independencia del imperio inglés» y muchas otras. En 2021 publicó en España «Madre Patria» que en cinco meses ya ha alcanzado ocho ediciones de la obra.

       “Madre Patria” es una obra que podría ser incluida dentro de la vigorosa corriente actual del revisionismo histórico sobre la leyenda negra. Como es bien sabido la expresión de “leyenda negra” fue utilizada por primera vez hace más de cien años por Doña Emilia Pardo Bazán en una conferencia en París, quién sabe si después unos de los tórridos encuentros que en la capital francesa mantenía con Don Benito Pérez Galdós. La idea se desarrolló y tomó carta de naturaleza con Julián Juderías y su genial obra “La Leyenda Negra”. Posteriormente ha sido desarrollada y defendida por muchas otras personas con más o menos entusiasmo y acierto durante todo el siglo XX.  Pero en los últimos tiempos esta corriente revisionista de la historia oficial de España que supone la existencia de la leyenda negra, y simultáneamente el análisis riguroso de lo que constituyó y constituye todavía hoy en día, ha tomado una fuerza inusitada y casi diría imparable.

      Si la pérdida de Cuba y Filipinas determinó un pesimismo histórico que fraguó en la Generación del 98, ahora frente a un fenómeno similar como es la previsible desmembración de otras partes de España, ha surgido una reacción quizás menos pesimista, pero en todo caso muy realista, que tiende a mirar a la cara a la situación que nos acecha, y a plantearse el origen y las causas mediatas e inmediatas de estos procesos separatistas. La mejor intelectualidad de España está examinando esta cuestión y en su gran mayoría entienden que la raíz del problema separatista tiene su origen en la leyenda negra, que es la que ha minado nuestra fuerza como pueblo y la que ha destruido nuestra nación tanto moral como materialmente. En España nos hemos creído todo lo que nuestros enemigos han inventado de nosotros y hemos claudicado con una docilidad ovejuna a todo lo que nos han impuesto desde fuera. Sufrimos desde hace varios siglos algo así como el síndrome de la mujer maltratada por el marido, que a cada paliza reacciona asumiendo su culpa por sus errores y además venerando a su maltratador que con su poder no deja que se piense algo distinto de lo que a él le interesa.

       Afortunadamente empieza a haber muchos que consideramos que a lo mejor la única culpa real que debe asumir España es la de la debilidad, la de haber sido derrotada por otros que no son mejores sino más fuertes, la de vivir pensando nada más que complacer a nuestros difamadores históricos y la de la pereza de desmontar todas las mentiras y tópicos que se han divulgado por nuestros vecinos únicamente para aprovecharse de la situación. Hemos asumido de tal manera nuestra inferioridad que más que un complejo ya ha derivado en un auténtico síndrome de Wendy, en el que todo lo que hacemos, lo hacemos pensando en el qué dirán. Y solo vivimos para conseguir la aceptación de los demás países, con nuestra autoestima por los suelos y una continua autoconmiseración y autoflagelación, llevando la autocrítica a lo patológico. Mientras tanto, los países que han generado, creado y favorecido la leyenda negra para acabar con nuestra antigua supremacía se han hecho ricos y prosperado a costa de todo el planeta, devastándolo sin piedad y sin un átomo de remordimiento.

      En este proceso de restauración de nuestro orgullo excesivamente humillado hay un antes y un después de la impagable obra de Elvira Roca “Imperiofobia y leyenda negra”, en la que sistematizó y divulgó de manera amena todas las causas y las consecuencias de la leyenda negra, enmarcando su existencia para el caso de España dentro de una corriente que a su juicio es común a todos los imperios que ha habido en la historia, como es el caso de Roma, Rusia y Estados Unidos.

  «IMPERIOFOBIA Y LEYENDA NEGRA» de Elvira Roca Barea, auténtico “best-seller” que lleva 25 ediciones desde 2016,  ha tenido tanta importancia desde el punto de vista de la divulgación  y de la comprensión de la historia de España y de Hispanoamérica, que desde aquí aunque sé que no soy nadie para solicitarlo, pido para dicha autora el premio Princesa de Asturias  o cualquiera otro que refleje la deuda que tenemos los españoles con ella, por abrirnos a muchos los ojos y ayudar a dar forma a algo difuso que sentíamos, pero no acertábamos a canalizar y sistematizar.

        Aparte de Elvira Roca, ha habido otras muchas obras muy notables en la misma dirección, en una bibliografía relativamente abundante, que ha llegado a crear en ciertas librerías un apartado especial sobre la leyenda negra, dentro de la sección de la historia de España.  Y aunque no sea una obra escrita, quiero también resaltar en esta corriente la película documental,  “España, la primera Globalización”, de  López Linares, que se estrenó en el recién concluido 2021, con un éxito notable. Fue para mí una gran sorpresa cuando el día que la vi en uno de los cines de la periferia de Madrid, al terminar la sesión el público de forma unánime, y por supuesto yo entre ellos, prorrumpió en aplausos.

     Y dentro de esta corriente, creo que tiene un interés especial “Madre Patria” por varios motivos. El primero de ellos es que está escrito por una persona de allá, del otro lado del Atlántico, por un americano y concretamente un argentino. Un argentino además que según reconoce carece de ascendientes españoles, y confiesa que toda su ascendencia es italiana. El recibir el mensaje que se envía en este libro procedente de un hispanoamericano es una enorme satisfacción. Lo más habitual en los últimos tiempos es la defenestración de todo lo hispano, el derribar estatuas y recibir insultos y descalificaciones, y esto es así tanto aquí como allí. Y no es que como español me guste que me regalen los oídos, porque tampoco creo que sea todo elogioso en este libro. De hecho hay unas críticas feroces a determinadas actitudes altaneras que se mantienen en esta parte del océano Atlántico, críticas que son muy justificadas y más que razonables. Pero se agradece que desde allí se realice una búsqueda de la objetividad histórica y de la comprensión real de lo que fue la conquista de América, de lo que fue el Imperio y de lo que pudo haber sido de no entrometerse potencias enemigas destruyendo esta enorme labor. Y así, se me antoja que tiene más mérito todo lo que dice Marcelo Gullo, porque viene dicho desde allí, por alguien que no es español, con la seguridad de que si lo mismo lo dice alguien de aquí,  se le tacha de chauvinista, franquista y se desprecia sin más como un fruto de un trasnochado nacionalismo español.

     La segunda importancia que le concedo a este libro es que no está planteado desde una perspectiva de ideología política entendiendo por tal la lucha que tanto aquí como allí hay entre las izquierdas y las derechas. Se parte de una refutación de los motivos que sustentan la  leyenda negra sin hacer de ello una bandera partidaria y destacando que esta posición ha sido defendida por gente de toda posición política. Y prueba de ello es que el prólogo está escrito por el socialista español Alfonso Guerra. Y en ella se citan numerosos pensadores de clara posición marxista que han defendido y todavía hoy lo hacen la necesidad de recuperar la unidad de toda Hispanoamérica. Hay una cierta tendencia a identificar la reivindicación del imperio español con el franquismo o posiciones conservadoras, lo que se demuestra que es un error. La civilización que se extendió por las tierras americanas es perfectamente reivindicable desde la derecha y desde la izquierda. Al menos por la izquierda tradicional, es decir aquella que se preocupaba por los problemas sociales y no era globalista y vendida a intereses espurios. De hecho, el discurso defendido en el libro, al menos en lo esencial, es asumido sin complejo alguno por intelectuales españoles de izquierda radical como lo es el politólogo Santiago Armesilla.

(https://hispanoamericaunida.com/2013/07/28/hispanofobia/ )

          La tercera cuestión es hacernos ver a los españoles de Europa que la leyenda negra no es algo que ha perjudicado a España, o solamente a España, sino que por el contrario es algo que ha perjudicado de manera igual de intensa a los países hispanoamericanos, siendo ellos también víctimas de tan infamante propaganda. Son víctimas porque generó en ellos unas divisiones territoriales destinadas a debilitarles, a crear naciones débiles y claudicantes frente al poder anglosajón. Y después de ello han sido víctimas porque les han borrado la memoria, la identidad, el orgullo de su civilización, borrando los referentes culturales e imponiendo una servidumbre cultural e intelectual frente a la modernidad anglosajona. Han sido ellos tan acomplejados como los propios españoles frente a lo que desde determinados focos de opinión nos han dicho a todos que es lo correcto. Así una cultura como la anglosajona o la protestante en general que fue incapaz de interactuar con los pueblos que se encontraban a su paso, que solo supieron desplazarlos, humillarlos y despreciarlos y finalmente masacrarlos, da lecciones de cómo se deben de hacer las cosas para ser modernos. Marcelo Gullo nos aclara que las verdaderas víctimas de la Leyenda Negra son todos los pueblos hispanoamericanos, incluyendo en ello a los españoles de Europa y a los españoles de América.

      Es de justicia tanto para los españoles actuales como para los hispanoamericanos actuales  reivindicar nuestro pasado común, reivindicar sin complejos la liberación que Hernán Cortes y doña Marina efectuaron de los pueblos oprimidos por los antropófagos aztecas que vivían atemorizados de ser devorados por ellos como pollos de corral. Parece ser que Moctezuma, como emperador no era muy aficionado a la carne humana, como el resto de su corte, y sólo comía el muslo derecho de los hombres y mujeres que le cazaban, seguramente que en los seres humanos como en los pollos el muslo debe ser la parte más escogida y sabrosa. Es preciso aclarar que, si trescientos hombres pudieron acabar con un ejército de más de doscientos mil aztecas, fue únicamente porque así lo quisieron el resto de los pueblos que allí  vivían esclavizados,  que vieron la oportunidad de liberarse de la terrible costumbre de ser cazado y servido para cenar. Esto explica que un pequeño destacamento llegue a conquistar un imperio poderosísimo, en el único caso en la historia en que un país conquista otro sin enviar un verdadero ejercito de invasión. En el Siglo XVI los soldados de España estaban destinados en Flandes o en Sicilia, o luchando contra el turco en el mar, pero no se enviaron tercios a América. Solo se pudo conseguir la conquista porque así lo quisieron la mayoría de los pueblos nativos que estaban oprimidos y se sirvieron de los españoles para su liberación, y decidieron cambiar un emperador antropófago por un emperador lejano que les construía hospitales, carreteras, escuelas y universidades y les decía que todos los hombres son iguales, todos hijos de un Dios invisible y amoroso, que no exige sacrificios humanos.

     Aparte de la conquista inicial, es de justicia reivindicar la obra civilizatoria y bienintencionada que se realizó, en ningún caso depredadora como se ha dicho desde la leyenda negra. Prueba de ello son  las Universidades que se crearon, o la red de hospitales (por cierto gratuitos, lo que no son ahora en muchos países) para todos los habitantes súbditos de su majestad, fueran nacidos en Europa o de etnia mapuche, charrúa, aymara, nahualt o cualquier otra. Es decir se reivindica con orgullo un pasado imperial en el que todos los hombres que allí vivían eran miembros de una misma comunidad. En ella había hombres pobres y ricos, pero había ricos indios y blancos, y había pobres blancos e indios.  El mestizaje era algo normal y prueba de ello es que desde los primeros momentos el Inca Garcilaso de la Vega presumía de sus dos ascendencias castellana e inca, o el mestizo Martín Cortes Malintzin, quien orgulloso de su doble ascendencia, formó parte del ejercito del emperador en la lucha contra los musulmanes en las Alpujarras.  Qué diferencia con lo que ocurría en el Norte de América, donde el héroe nacional es el repugnante y despiadado General Custer y el lema oficial de la conquista del Oeste fue “el único indio bueno es el indio muerto”.  

      Marcelo Gullo nos explica todo esto, que yo brevemente gloso, con gran claridad,  haciendo ver las diferencias existentes entre el imperio y el imperialismo. El primero es integrador y civilizador, es el modelo de Roma, que se trasladó a América. El segundo es depredador y devastador, solo interesa lo que favorece a la metrópoli, aunque destruya lo conquistado. Es el modelo anglosajón y protestante. Pero para la opinión dominante ellos son los buenos y nosotros los malos.

       Y ya, por último, pero en absoluto menos importante, destaco de la obra de Marcelo Gullo el que no solo analiza el pasado sino que además plantea objetivos para el futuro. El superar la leyenda negra tanto en América como en España debe realizarse con la finalidad de reconocer que la finalidad de aquella fue dividirnos, crear naciones pequeñas y débiles mucho más fáciles de controlar por el poder británico y luego estadounidense. Mientras los Estados Unidos de América, hacían eso precisamente, es decir unirse, acumulando territorios previamente despejados de molestos ocupantes, se fomentaba la división del Sur del continente en pequeños estados claudicantes y sometidos. Nuestros enemigos no podían consentir tener a sus puertas una enorme nación-continente unida y poderosa. Pues bien, ahora toca intentar revertir el proceso lograr la unidad de los países hispanoamericanos y por supuesto con España.

          La relación de España e Hispanoamérica es mucho mayor de lo que parece. En cuanto a los ciudadanos de todos estos países nos sentimos a menudo hermanados de manera sincera, con una cercanía efectiva y real. Yo como español me siento más cercano de un ecuatoriano, cubano, chileno  o venezolano, que de un finlandés, búlgaro, escocés o noruego. Para empezar no les entiendo sino con mucho esfuerzo.

   En alguna forma debemos comprender que lo normal es que toda Hispanoamérica hubiera permanecido unida desde el momento de la independencia de la corona de España. Y que una vez superados los prejuicios falsos que motivaron la independencia se restablecieran los lazos, con la parte europea de Hispanoamérica. Es sabido que los nativos lucharon mayoritariamente a favor del Rey de España y las minorías criollas ilustradas y anglófilas a favor de la independencia, en lo que fue una auténtica guerra civil entre españoles. Una más de las seis o siete guerras civiles que ha padecido España en los últimos trescientos años.

       Por todo ello creo que lo más inteligente que podemos hacer unos y otros es suprimir las barreras que otros nos han creado y ahondar en nuestra unidad como una comunidad real de afectos que desemboque en una entidad política de intereses comunes destinada a crear amistad y prosperidad para todos. En suma, a reconocer primero la existencia de una nación hispanoamericana y luego dotarle de una estructura de estado, que reconozca como sus nacionales a los de españoles de Europa y a los españoles de América por igual. Como fue en tiempos de la monarquía hispánica, aunque actualizado y amoldado a los tiempos presentes. Adicionalmente la parte europea de Hispanoamérica necesita un nuevo impulso y la empresa de embarcarse en un proyecto ilusionante que nos dé la cohesión que necesitamos para seguir adelante y superar los secesionismos inminentes. Y para ello necesitamos que nos ayuden los españoles de América y que recibamos aquí a todos aquellos que deseen venir con la mayor de la cordialidad de la que seamos capaces. Esa cordialidad que se tiene cuando se recibe a un compatriota.

      Este proceso no es ni mucho menos fácil, y lo primero es superar los respectivos nacionalismos de banderas de colorines  e interiorizar este proyecto superior, para el que reivindico una bandera común que no debería ser otra que aquella que nos unió en su día y es la bandera blanca con la Cruz de Borgoña de aspas rojas, que llegó  a Castilla  con Felipe el Hermoso  y que nos unió a los allende y aquende los mares. Pero en todo caso lo de menos son las banderas y lo verdaderamente importante es atrevernos a mirar nuestra historia común sin resentimientos, con humildad y con orgullo a la vez. Que así sea.