Estoy utilizando mucho, y sobre todo en estos escritos, la expresión “confinamiento” o “confinado”, y he caído en la cuenta que nunca había analizado esta palabra detenidamente. Hasta hace poco era una palabra más del idioma que conozco y hablo, una de tantas. Pero desde que comenzó la cuarentena obligatoria que padecemos, esta palabra se ha puesto de moda y por ello me propongo una breve reflexión sobre la misma. La propongo como palabra del año, a pesar de que sólo estamos en el mes de abril. Al menos la propongo como candidata para competir con “desescalada”, aunque no sé si esta es una auténtica palabra o un palabro del “politiqués”, idioma con el que nos bombardean los políticos y los medios a su servicio, y que las personas normales usamos cuando queremos ponernos finos y supuestamente enterados de algún tema, y sobre todo ser políticamente correctos.
Confinado según la RAE significa estar una persona condenada a vivir en una residencia obligatoria. Según esto, ¿estamos realmente confinados? Pues sí, la definición parece bastante exacta para describir nuestra situación, tanto en lo que se refiere a tener una residencia obligatoria, como al hecho de que sea una condena. En este segundo caso la expresión supone un tropo literario, puesto que se utiliza la palabra condena en sentido figurado o metafórico, ya que, aunque no responde a la finalidad propia de las condenas penales propiamente dichas, como una pena impuesta por la comisión de una conducta reprochable, sí que coincide tanto en sus efectos (arresto domiciliario), como en su origen, en cuanto es impuesta por el poder de forma coactiva.
No nos engañemos, nuestra vida siempre está confinada por algo, siempre nos movemos dentro de unos límites, ya sean espaciales, temporales, económicos o mentales. Lo que ocurre es que ahora se nos han definido unos confines espaciales muy concretos, como son las paredes exteriores de mi casa, y el concepto de confinamiento que padecemos ser refiere de manera especial a ciertos límites físicos que definen y acotan un espacio concreto. Este confinamiento espacial puede venir referido a los límites de una vivienda, o de una celda de una prisión, o los que crean las cercas en las que se encierra el ganado. Siempre tenemos un confinamiento más o menos flexible, incluso el que imponen las fronteras de un país. Pero cuanto más amplios son esos límites menos percepción de su existencia tenemos. En el mundo antiguo los límites del Mundo venían determinados por las Columnas de Hércules, que imponían un confinamiento de la realidad ordenando que más allá de ese límite (non plus ultra) estaba prohibido adentrarse. El mundo occidental estaba así confinado, respetando otros mundos allende los mares, hasta que se transgredió la prohibición, por la visión de una reina atrevida y valiente, financió con sus joyas una expedición para llevar la cristiandad más allá de la Ultima Thule de la que hablaba Virgilio. El nuevo confinamiento global es ya la totalidad de planeta, a la espera de que se superen estos confines y se establezcan colonias en Marte.
Pero de manera simultánea a la expansión física de los confines del mundo geográfico y en proporción inversa se van estrechando los confines del pensamiento. Los límites más allá de los cuales está prohibido adentrarse (nos plus ultra). Son los límites asfixiantes de la corrección política y de los nuevos dogmas del pensamiento único. Por ello el lenguaje, que es la expresión que se utiliza para desarrollar el pensamiento cada vez se limita y degrada más. Lo ideal es expresar ideas que no excedan de 140 caracteres, es decir consignas. No puedo menos que recordar una de mis citas favoritas, de Heidegger, aquella que dice “los límites de mi lenguaje, son los límites de mi mundo”.
Muy de acuerdo. La tentación del silencio me resulta poderosa frente a los desvaríos del lenguaje.
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