Desde la prisión de mi morada.
Confinado, como cualquiera,
En la ascética sumisión de este claustro laico.
Repaso las pequeñas mezquindades
Que anudan la severa convivencia:
Agravios de veniales egoísmos,
Se ensartan como cuentas de rosario
Con reproches que mueren en los labios.
¡Nunca más que ahora ansío la soledad!
Habré de navegar sin otros vientos que los que mecen mi lecho
Sin confiar en capitanes ridículos
Que ocultan que no saben pilotar con promesas
Y que ya desde el puerto erraron la derrota.
Desde la calle llega el crepitar de los aplausos insinceros,
Que celebran que la muerte haya elegido al vecino.
Llega el ruido de estornudos que esparcen boletos
Para jugar a la macabra ruleta.
Llega el clamor del odio de los que siempre nos odian.
Llega la mentira cabalgando con sus jinetes habituales.
Llega el silencio y el dolor de los amigos.
Llega la esperanza de una llamada inesperada.
Llega la resignación arropando a la impaciencia.
Llega la abnegación indefensa.
Llega el estruendoso silencio de Dios.
Llegan los bandos siniestros del poder.
Llegan las llamaradas del desconsuelo.
Llegan insensatos consejos.
Llegan verdades falseadas.
Llegan consignas disfrazadas.
Llega el escalofrío del enojo.
Llega el arrepentimiento de las palabras no dichas.
Llegan falsas luminarias de la apariencia.
Llega el rumor apagado de la impotencia.
Llega la interminable excepción.
Y todos ellos me arropan en las noches insomnes,
Visitan mi duermevela impaciente por despertar
Son desde la madrugada al crepúsculo fieles compañeros de celda.