TU UTOPÍA ES MI PESADILLA

       En los últimos días el gobierno que preside el trapacero presidente del que me niego a mencionar el nombre ni el apellido que comparte con muchos españoles, alguno de ellos muy querido por mí, tiene como principal misión de su acción política la defensa y ejecución de la llamada  “Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible”.

           La palabra “agenda” es en realidad el participio futuro del verbo agere y podría traducirse del latín como las “cosas que han de ser llevadas a cabo”. Conforme a ello la agenda 2030, es el plan concreto que determinados poderes, bajo el amparo de la ONU,  han diseñado para llevarse a cabo desde que comenzó hasta el año 2030. Para ello se han marcado 17 objetivos, que llaman Objetivos de Desarrollo Sostenible, que comprenden un concienzudo plan de transformación de la sociedad a nivel global y que es asumido de manera transversal por casi todos los poderes fácticos mundiales que obedecen a la Bestia. Desde los poderes financieros como Bancos, multinacionales, Ong, Organismos supranacionales, hasta los partidos políticos de todo, o mejor dicho casi todo, el espectro político, trabajan para esta agenda. En España desde la derecha de siempre, a la izquierda de toda la vida, pasando por el centro  y las nuevas izquierdas, tienen en su programa en mayor o menor medida el desarrollo de la agenda 2030. Muy pocos se atreven a disentir y a rechazar este fanático y sectario plan, que se presenta en suma para sus miríadas de adeptos como la forma de hacer realidad una utopía, un plan de salvación para la humanidad.

     Si se cumplen los objetivos en el año 2030 será el comienzo de una nueva Arcadia, plena de felicidad, saliendo de las tinieblas a las que nos dicen nos han llevado el oscurantismo de la caduca civilización cristiana. No se paran a pensar que si existe una situación insostenible (en su terminología) ésta sería el fruto más bien de sus propios errores, es decir la consecuencia de la desviación iluminista producida en el mundo tradicional, la consecuencia de los siglos de la razón y las luces, de las revolución industrial, del capitalismo y del comunismo, hijos todos de la revolución francesa y la contratradición.

Nuestro presente es en realidad una distopía a la que nos han llevado los mismos que ahora nos quieren sacar de ella, vendiéndonos una utopía nueva, la Agenda 2030, la cual publicitan a todas horas y en todos los medios de comunicación. Son bastante insistentes y constantes en su machacón discurso. Pero debo confesar que recientemente me he visto sorprendido con una novedad que es una publicidad en negativo, en la cual en vez de contarnos lo maravilloso de su proyecto, nos amenazan con lo horroroso que sería el mundo sin la Agenda 2030 . Y así una campaña publicitaria patrocinada por el “Gobierno de España” (Ministerio de Asuntos sociales y Agenda 2030), obviamente con nuestro dinero, nos ha obsequiado con un anuncio en televisión que comienza con el eslogan ‘Basta de distopías. Volvamos a imaginar un futuro mejor‘. (https://www.youtube.com/watch?v=oqv_P-QU7sA)

         En el anuncio una voz en off, nos narra sobre unas imágenes futuristas en la más pura estética Blade Runner o Mad Max, el siguiente texto:  “Siempre que pensamos en el mundo del futuro, imaginamos un mundo peor ¿verdad? Un mundo tóxico, una atmósfera irrespirable, brutal e inhabitable, una sociedad desigual, injusta, represiva y cruel, una tecnología descarnada, un futuro oscuro para las próximas generaciones, pero nada está escrito todo depende de nosotros, todo depende de nosotras, y lo que somos capaces de imaginar es lo que somos capaces de hacer».

   Tengo que decir que comparto el horror por su distopía. Todo lo que dicen en el anuncio que va a ocurrir me parece horrible, y además comparto la idea de que efectivamente va a ocurrir. Pero me temo que lo que no comparto es que esta situación de caos y terror es lo que ocurrirá si no prospera la agenda 2030 y la ideología woke  que la sustenta, sino que por el contrario todo ello es lo que ocurrirá si esta maléfica agenda llega a imponerse.  Nada más cierto que lo que profetiza el anuncio de marras cuando dice  que “lo que somos capaces de imaginar es lo que somos capaces de hacer”.  Nadie en su sano juicio imagina un mundo así como un mundo querido, solo será el mundo así si alguien lo impone para sus fines. Pero en el fondo revelan que como ellos imaginan ese mundo brutal van a ser capaces de generarlo. Así de simple.

      Sí, mucho me temo que la efectiva realidad de la utopía “woke”, será un mundo tal y como lo describen en su distopía. El resultado de la aplicación de sus planes de diseño social, que llaman su agenda, será en definitiva para mí y para los que defendemos los valores tradicionales la creación de un mundo tóxico, con una atmósfera irrespirable, brutal e inhabitable. Por supuesto la sociedad será totalmente desigual, en la que por un lado estarán las élites archipoderosas  que acaparan todos los recursos y el control de la sociedad de forma represiva, cruel e inmisericorde  y por el otro lado estará la chusma, que serán (seremos), aquellos a los que el foro de Davos pronostica que no tendrán nada pero vivirán felices, considerando que ser feliz es vivir atontado y entretenido con miles de diversiones absurdas proporcionadas por las plataformas audiovisuales que moldean su mente y controlan sus posibles impulsos de rebelión. Ser feliz es ser esclavo de la triple sumisión que ofrece el sistema “sexo, drogas, rock&roll”.

     Recordemos que muchas de las distopías que ha generado la literatura presentan una sociedad dividida en la que hay unas personas integradas en el sistema y que lo viven de forma acrítica y aparentemente feliz casi siempre idiotizadas o por propaganda, control mental o por sustancias como el soma del “Mundo Feliz” de Huxley. Pero junto a ellos aparece siempre un mundo distinto de inadaptados, perseguidos, rebeldes que habitan un submundo subterráneo de suburbios, con ropa desgastada, vehículos oxidados, tugurios llenos de humo y existencias de pura supervivencia, huyendo del control y vigilancia del poder establecido y persiguiendo la libertad en los arrabales del sistema.

      Como si fueran vendedores de lunas de miel, los agentes 2030 nos ofrecen  ilusiones, felicidad y amor  en un mundo perfecto, con el aire limpio, un clima siempre amable, de gente respetuosa, educada y cordial. Pero nos ocultan la realidad y es que  su verdadero propósito es que ese mundo bonito, limpio y ordenado será sólo para unos pocos elegidos que disfrutarán plenamente del festín y tal vez también  para los sumisos con su proyecto a quienes invitan a lamer por el suelo las migajas que sobran del banquete. Y sobre todo nos ocultan que les reservan las tinieblas a los inadaptados, a los que no comulgan con su confesión, que irremisiblemente estarán condenados a vivir en un mundo tóxico, brutal e inhabitable, según dicen las palabras del anuncio antes citado.

     En suma, su distopía es que habrá un futuro oscuro para las próximas generaciones y como ya dije comparto esta afirmación. Será con toda seguridad un futuro oscuro para muchos si les dejamos seguir adelante con su obra casi diríamos alquímica modelando una nueva forma de civilización que sustituya la anterior, en la que hemos nacido y vivido gran parte de nuestra vida, una cultura nueva sin ninguna espiritualidad, sin intelectualidad, sentimentaloide,  sin otros valores más que la sensiblería salida de la factoría Disney, sin propiedad privada, sin historia reconocible, sin libertad de pensamiento, con censura de todo aquello que no les siga el juego, sin libertad de movimiento para conservar de manera extrema la naturaleza, sin familia como núcleo social de transmisión de valores, sin educación, ni aprendizaje de nada que no sean técnicas de sumisión y de proletarización y tantas otras cosas parecidas.

      El lado amable de su utopía es siniestro por vacío, huero, decadente y esclavizante. Por la deshumanización de las personas, convertidas en autómatas complacientes, en siervos encantados y felices de serlo. La cara oscura de su utopía es terrorífica por su implacable imposición del terror hacia los disidentes, que es el destino previsto para los que no bajen los ojos ante la mirada de la Bestia y desafíen su poder.

    Y es que en mi opinión no hay nada más peligroso para la humanidad que las utopías. Las utopías llevadas a la política han matado millones de personas en el pasado siglo. Pol Pot, perseguía una utopía y Mao Tse Tung y Adolf Hitler…Los ingenieros de la realidad sueñan con crear un Walden-Dos y acaban creando un gulag. El sueño de la razón produce monstruos. Hoy en día es muy generalizada entre los políticos que se autodenominan como progresistas, invocar a la utopía para justificar y orientar su labor política. Y yo cada día tengo más claro que su utopía es mi pesadilla.

BUCHA/GUERNICA

  La guerra en Ucrania sigue cada día un poco más acomodada en la indiferencia de la mayoría de la gente, como un molesto ruido de fondo, que de vez en cuando sacude un poco nuestro acomodado devenir cotidiano. Alguna vez que otra atendemos con un poco menos de indiferencia las noticias que llegan de Ucrania. Casi siempre para consolarnos con algo parecido a una sensación de alivio de que esa no sea nuestra guerra, que la vida allí es horrible y por ello es una suerte que por aquí todo siga más o menos igual. Un ligero estremecimiento nos sacude cuando pensamos que aunque de manera muy improbable, la guerra pueda llegar a nuestra casa. El pensamiento un poco mágico y un poco infantiloide de los ciudadanos occidentales llega a la conclusión de que eso aquí no puede ocurrir. Como decía Abraracurcix, el jefe de la aldea gala, eso no va a pasar mañana. Pero aunque no nos caigan bombas sobre nuestras cabezas, los efectos colaterales se empiezan a sentir y de manera creciente en nuestras vidas y haciendas. Ello debe exigirnos saber con exactitud por qué se combate allí, y qué es lo que nosotros debemos defender. Conocer esto exige tener auténtica información de lo que acontece, pero la realidad es que no nos llega más que propaganda.

    En uno más de los bolos parlamentarios que ha estado realizando hace unos meses el presidente del país invadido un buen día le tocó el turno al parlamento español. Y así por videoconferencia el cómico ucraniano devenido en presidente realizó una de sus actuaciones ante un Congreso de los Diputados abarrotado de señorías complacientes con su discurso. Como en el resto de las comparecencias, anteriores y posteriores, en cada parlamento elige un ejemplo obtenido de la historia del país que le recibe en el que resulte la lucha de ese pueblo por su libertad. Pero sus elecciones son bastantes desafortunadas. No es lógico exigir a un actor de segunda fila conocimientos de historia, para ello deberían estar los asesores que le orientaran un poco para no hacer demasiado el ridículo.

   Cuando compareció ante el Parlamento holandés, comparó la situación de su país con la lucha contra la tiranía con la que conquistaron la libertad en el siglo XVI/XVII. Evidentemente los tiranos éramos los españoles, para él tan sanguinarios como sus invasores rusos. Y a lo mejor no estaba tan desencaminado en su símil. Y ello porque realmente la existencia de una tiranía ejercida en las Provincias Unidas (hoy Países Bajos)  por el  Rey de España y los españoles es una singular falacia histórica creada por la leyenda negra para justificar el levantamiento de una clase oligárquica local, con el desequilibrado Guillermo de Orange a la cabeza, contra su señor natural. La propaganda como arma de guerra nació allí, falsificando los hechos de manera grosera e incluso presentando libros con ilustraciones de la crueldad de los españoles, como el célebre libelo o pasquín de Theodor de Brye, que es un precursor de mostrar con imágenes tendenciosas y manipuladas lo que se quiere hacer pasar por cierto.

     Así tenemos que la propaganda es ya desde entonces un arma imprescindible en toda guerra. Y a la larga puede incluso el arma decisiva que puede dar la victoria. Genera por un lado simpatías externas que proporcionan a menudo ayudas económicas y militares, con las opiniones públicas de países extranjeros presionando a sus propios gobiernos para que ayuden nuestra causa. Además, eleva la moral de la tropa y de la población civil y si consigue que la propaganda llegue al enemigo mina su estado de ánimo y hace dudar de la bondad de sus objetivos.  Y por ello es preciso que, en períodos de guerra, se refuerce la vigilancia y la prevención ante cualquier noticia que se recibe. Y cuanto más intensa es la difusión, más crueles las imágenes y más potentes los detalles, es más probable que sea un elemento de propaganda, y por tanto es más necesario desconfiar de su autenticidad.

   En realidad el término propaganda está un poco en desuso, y tiende más a usarse términos como «desinformación» o «fake news», pero siempre referidos a la propaganda del enemigo. Cuando es la propia se viste de información objetiva y veraz y se envuelve como noticias en todos los informativos. Si antes era válido el aforismo de que una imagen vale más que mil palabras, hoy esto es sólo cierto en la publicidad, pero no en la información. La imagen, salvo la observada directamente por los ojos, es toda sospechosa de estar adulterada. Otra cosa es que nos la queramos creer, que ahí ya entra la libertad de cada uno de tragar con lo que le venga en gana, y sobre todo si ello encaja con nuestra posición ideológica o nuestros intereses patrióticos.

     A mí personalmente se me cayó la venda de los ojos hace ya años, cuando contemplé atónito el espectáculo de luz y sonido, especialmente preparado por la policía y los servicios secretos en Leganés, unos días después de los atentados del 11 de marzo de Madrid, donde supuestamente se inmolaron unos terroristas islamistas, supuestamente autores de los atentados de los trenes. Resultó todo tan falso, tan teatral, tan inverosímil y tan grosero que era imposible de tragar. Era sin embargo necesario para convencer a escépticos de que los autores de los atentados eran unos peligrosos yihadistas y no una colección de moritos inadaptados, camellos de segunda fila y confidentes de la policía. Sin embargo toda la población aceptó la versión oficial sin apenas resistencia. Y lo que ocurrió es que nadie quería cuestionar lo ocurrido porque lo vieron con sus propios ojos, tuvieron en la pantalla de su televisión un festival de luz y sonido que hacía incuestionable lo observado y además porque ello hubiera supuesto quebrar demasiadas complicidades y ventajas obtenidas. La propaganda se impuso a la realidad y consiguió sus objetivos.

      En la guerra, ya desde los tiempos antes referidos de Guillermo de Orange, la propaganda suele centrarse en mostrar la maldad del enemigo, su crueldad, su inhumanidad. Esta maldad del enemigo transforma al otro bando directamente en los buenos. Por contradicción con el otro somos justos, bondadosos, humanos y por ello nuestra causa es la correcta. Nuestra bandera es la de la justicia, frente a la iniquidad del bando contrario. Es como si ello fuera una ordalía que legitima nuestra causa de un plumazo.

      Se suele decir que en la Guerra Civil española los nacionales ganaron la guerra pero perdieron la propaganda. Y así pese a ganar con las armas nunca su victoria se vio fuera de España como legítima y consiguieron ser desprestigiados en la opinión pública mundial. Los republicanos tenían a su favor a los grandes gurús del arte y de la comunicación mundiales como Malraux, Hemingway, Orwell, que al menos vinieron a España a combatir y otros como  Picasso, que no obstante ser español pasó toda la guerra civil en Francia.

      Un hito en esa lucha por la propaganda y la legitimación de la causa propia, y demonización del contrario es el cuadro del “Guernica”. Ya desde el primer momento fue convertido en un icono de la lucha contra el fascismo y la barbarie. Pero al margen de sus bondades pictóricas, sobre la que hay diversidad de opiniones, es sobre todo un enorme y eficaz cartel de propaganda, que sirvió para los fines propios para los que fue encargado por el Gobierno de la República ( y por el que pagó la astronómica cifra de 200.000 francos  de la época, lo que dio la propiedad al Estado español y por lo que el cuadro tuvo que ser entregado a España por el MOMA) . Y lo cierto es que parece que ese cuadro ni siquiera realmente fue creado para ello, sino más bien reconvertido y adaptado para dicho fin, puesto que parece demostrado que Picasso lo comenzó antes del bombardeo de Guernica y fuertemente inspirado en otra obra suya de 1935 ( “Minotauromaquia”) a la que prácticamente reproduce,  y que ya expuesto en el pabellón de España de la exposición de París a alguien se le ocurrió denominarlo como “Guernica», en recuerdo del entonces reciente episodio. Sea esto cierto o no, lo que es indudable que se ha convertido en una invocación y un recuerdo de una matanza causada por un bombardeo aéreo,  a pesar de que ni un solo avión se observa en el cuadro, que fue publicitado como la mayor masacre de la guerra Civil. Se llegó a hablar de 1600 o 2000 muertos . La realidad es que los historiadores más serios, como Salas Larrazabal, ha reducido mucho las cifras de la matanza causada por la legión Cóndor  a unas 126 personas. Son siempre demasiadas, pero al parecer no suficientes para las necesidades y exigencias de la propaganda, por lo que era necesario aumentarlas. De no hacerlo este bombardeo terrible queda casi empatado con el semidesconocido bombardeo sobre población civil y en día de mercado (de hecho al parecer confundieron los puestos de un mercado con un campamento militar) efectuado por los “Katiuskas” rusos del ejercito republicano en Cabra, donde murieron alrededor de 100 personas y hubo 200 heridos. Este bombardeo casi nadie lo conoce. Este bombardeo de Cabra no tiene a su favor el factor propaganda, no tiene un cartel icónico hecho por un pintor del bando nacional en el que, por ejemplo, se viera el horror de las pobres ancianas sucumbiendo bajo las bombas mientras compraban descuidadamente en el mercado tomates y judías verdes. Y si se hubiera hecho, daría lo mismo, quedaría apagado, olvidado, preterido, encerrado en un cajón para el estudio de especialistas, pero nunca de los medios de comunicación masivos que controlan la difusión de la propaganda. Nunca harían con la imagen de ese bombardeo camisetas para competir con la imagen del toro o el caballo que se desboca en el Guernica.

     Y la propaganda es tan eficaz que ochenta años después el mentado Zelenski se presentó virtualmente en nuestro Congreso de los Diputados comparando lo que había  ocurrido recientemente en su país, en la localidad de Bucha con lo que ocurrió en febrero de 1937 en Guernica. Es cierto que los medios de comunicación occidentales se han explayado con lo acontecido o supuestamente acontecido en Bucha por la maldad congénita de los rusos  y después de esto otras tantas tropelías cometidas siempre por los mismos. En realidad no tengo razones para dudar de la veracidad de lo ocurrido en Bucha, o en  Kramatorsk o Mariúpol, pero tampoco tengo razones para no dudar de ello. La propaganda, que es la mayor enemiga de la información, hace que ya no se pueda saber lo que es real de lo que no lo es. Puede que haya una base real amplificada, … o puede que después de todo, todo sea nada, como en el poema de José Hierro.

En todo caso es significativo que el ejemplo histórico de un pueblo luchando por su libertad, que el presidente ucraniano en cada país elige como comparación para defender su propia causa, en el caso español el elegido haya sido el bombardeo de Guernica. Pudo elegir Paracuellos del Jarama, o el Alcázar de Toledo o la Virgen de la Cabeza, o el citado bombardeo de Cabra, que para más inri lo realizaron aviones rusos como los que asedian a su pueblo, pero no. Pudo también elegir lo más parecido a la invasión rusa que ha habido en España, que es la invasión napoleónica y la lucha por su independencia de la población civil por las calles de los pueblos y ciudades. Pero no, no eligió esos ejemplos, sino que eligió Guernica. Y tal vez lo hiciera de manera acertada, porque escogió de entre los actos de terror que surgen en todas las guerras, aquél en el que la propaganda ha sido más eficaz. Tal vez al comparar el bombardeo de Guernica y la matanza de Bucha, se refería a que en los dos casos se han utilizado las matanzas como arma de propaganda, que en los dos se han inflado interesadamente los datos, que se está construyendo un icono de la barbarie del enemigo sin contrastar la realidad. Desde este punto de vista está bien elegido el ejemplo. Guernica, y en este caso me refiero al cuadro, es un icono, un paradigma de la eficacia de la propaganda a nivel planetario.

      Yo no sé lo que ha ocurrido y lo que está ocurriendo en Ucrania y no tengo razones para dudar de los horrores de la guerra. Toda guerra es horrible y sólo le pido a Dios que no me toque experimentarla en carne propia. Pero preferiría tener información imparcial, ya que la que me llega no puedo menos que desconfiar de ella. Tengo la mala suerte de no considerar legítima ninguna de las dos causas que combaten, pero puedo justificar más la actuación de una frente a otra, y no necesariamente adopto la misma elección que se impone como un martillo pilón en los medios occidentales. No puedo menos que pensar que todo lo que se nos cuenta sobre lo que está aconteciendo en Ucrania no es información sino propaganda, o si se prefiere desinformación. Y una avalancha tal de propaganda que me hace sospechar sobre con qué fines se hace, y si merecen la pena los sacrificios que la población española y del resto de Europa debe de padecer para sostener la amistad de uno de los bandos y la enemistad furiosa con el otro. Quid Prodest?

BERGOGLIO O DONDE IRÁ EL BUEY QUE NO ARE.

        El tema que pretendo tratar hoy reconozco que es más difícil de abordar para mí que otros. Hay cosas que cuesta decirlas, y mucho más escribirlas,  aunque no se haga más que afrontar la verdad. Aunque mi opinión es clara, hay algo me refrena para escribirla y publicarla. Quizás la sea la conciencia,  quizás pura superstición, quizás un temor reverencial asumido como una parte inseparable de mí. Por la razón que sea me cuesta mucho escribir algo que pueda entenderse como una crítica a la Iglesia Católica. Me eduqué dentro de la religión católica y siento por ella un respeto profundo  y por ello cualquier crítica me es particularmente complicada de realizar y de exteriorizar.

      No pretendo aquí plantear abiertamente una cuestión personal y bastante íntima,  de si a estas alturas de la vida sigo creyendo en el Dios que gobernó mi niñez y adolescencia, o por el contrario se encuentra escondido y latente entre las candilejas del teatro en el que cada vez siento que se va convirtiendo la vida, este caminar dentro de esta realidad tridimensional y temporal a la que llamamos existencia. Si las dudas me asaltan sobre la consistencia de lo que conocemos por realidad, todavía son mayores las incertidumbres sobre la vida futura que nos aguarda en los alrededores del Valle de Josafat.

    Por ello sí quisiera dejar muy claro que una cosa es la cuestión sobre la fe, sobre la validez última del mensaje cristiano, sobre la realización espiritual que puede alcanzarse por la vía de cristianismo, y otra cosa muy diferente es la opinión que puede merecer la actuación de la Iglesia Católica, de sus miembros y en particular de su máximo representante en la Tierra. Yo quiero seguir manteniendo una personal confianza en la religión en la que descanso en mis momentos de mayor zozobra como una búsqueda de la espiritualidad y la trascendencia. Le pido respuestas sobre las grandes preguntas que nos angustian como hombres, le pido que aporte un sentido a este limitado deambular sobre la faz de la tierra que acometemos durante unos pocos años antes de desaparecer.

      Pero siento que desde  la Iglesia los mensajes que actualmente me llegan, al menos desde la máxima autoridad jerárquica, van por otro camino. Estos mensajes se dirigen a dar respuestas a problemas,  como lo diríamos, más mundanos. Aunque por inercia de siglos se sigan repitiendo sin demasiada convicción unas consignas sobre la salvación, las cuestiones más difundidas y sobre las que se centra su labor pastoral son de orden muy menor, son casi todas cuestiones morales, de buenas costumbres,  cuando no propias de una descarriada ética laica que intenta consolarnos con unas formas de moderno estoicismo.

      Sin ir más lejos el otro día se despachó urbi et orbi el Santo Padre con la recomendación de que para salvar al planeta deberíamos comer menos carne. Ya de por sí es sorprendente que su interés sea salvar el planeta en vez de salvar las almas de los hombres que lo habitan. Y por otro lado también me sorprende que la “carne” ya no ocupe su lugar como uno de los enemigos del alma, junto al demonio y el mundo, sino que ahora la carne, aunque de otra naturaleza, constituye un peligro para el planeta. O sea, que fornicar ya no es pecado, pero comerse una hamburguesa sí. El problema no es destruir el alma con vicios disolventes y esclavizantes, sino que el problema es perjudicar al cuerpo por el exceso de colesterol. O tempora, o mores!

   Mi veneración es máxima por la Iglesia como institución y su misión en la historia, en particular en la modelación de la cultura occidental y por el cristianismo sapiencial que supo crear una civilización elevada, culta y hermosa que tuvo sus frutos en el románico, el gótico, pero sobre todo en la creación de un tipo humano que ha dado tantos y tantos hombres y mujeres  buenos, santos, sabios y justos. Aquella Iglesia que asumió la misión de llevar esa vía de salvación y de realización espiritual a todos los rincones del mundo.

      Por todo ello no puedo sentir mayor decepción que ver a tan egregia institución gobernada por un ser humano a quien le faltan demasiadas virtudes para ocupar la cátedra de San Pedro, y que podría calificar de botarate si sólo atendiera al hecho de que tiene poco juicio, pero que en realidad desconfío de sus verdaderas intenciones y creencias últimas. De hecho se ha convertido en el adalid de todas las causas de la modernidad y casi en un apóstol del cambio climático. Defiende casi todas las causas que detesto y es por ello que lamento que ocupe el sitial que legítimamente corresponde a un Santo Padre venerable y sabio, como es el Cardenal Ratzinger, que viejo y cansado entregó la tiara confiadamente a quien no duda en llevar a la Iglesia al abismo de la globalización luciferina.

   No conozco las normas eclesiásticas demasiado bien, y es posible que estas opiniones sobre el obispo de Roma, me procuren una sanción canónica. Lo sentiría porque no soy de los que presumen de apostatar al mismo tiempo que ensalzan la figura del papa montonero. Es esto lo que hacen la mayoría de los ministros del Gobierno ateo de España que casi ninguno se ha privado de hacerse una foto en el Vaticano y a la vez que reivindican a los que mataban curas y monjas hace no demasiado, no se cansan de reírle las gracias cada vez que se le ocurre una nueva majadería. Por todo ello siento que en la misma Iglesia no cabemos él  y yo, y si por jerarquía lo lógico es que permanezca Bergoglio, es obvio que el que sobro soy yo. Pero que se atrevan a echarme, que yo no voy a renunciar a mi condición de bautizado. Y de hecho creo que no podría aunque quisiera.

    Sé que la propia visión de ese jesuitón argentino me provoca un rechazo visceral y también que ese es un sentimiento muy poco cristiano. Tengo la sospecha que yo tampoco le gusto, como en general no le gustamos ninguno de mis compatriotas, lo cual después de mucho pensarlo, he llegado a la conclusión de que es por el mero hecho de ser españoles. Sólo salva a los comunistas patrios, a quienes como ya dije recibe con verdadero entusiasmo.  ¿Cómo es posible que después de once años de papado y visitar más de cincuenta países, no haya pisado ni una sola vez territorio español? Es algo que nos preguntamos todos los católicos españoles.  A un famoso presentador de su cadena de radio episcopal le dijo que sólo vendría a España cuando “cuando haya paz”. ¿Es que acaso hay una guerra en España y yo que vivo aquí no me he enterado? 

   Sólo puedo entender que esta situación se produce porque tiene una enorme animadversión por todo lo español y por lo que representa la Hispanidad ¿Por qué odia a España? Alguien debería decirle que odiar también es poco cristiano. Como tampoco es muy ejemplar el pegarle a una monja en la plaza de San Pedro y a la vista de toda la Cristiandad. Por contraste aquello me hace recordar aquella paciencia casi infinita de su predecesor San Juan Pablo II con las religiosas y con todas las personas que se le acercaban. Y sólo recordar su apacible rostro produce en mí un estremecimiento en el alma, que es el que produce la aparición en la memoria la mirada de un auténtico santo.

  Pero si hay algo que me ha molestado de manera profunda del obispo Bergoglio ha sido su comportamiento en su reciente viaje a Canadá, donde aparte de hacer  el indio con un penacho de plumas, me ha ofendido como católico su tratamiento sobre  la actuación de la Iglesia en la evangelización de América, de la que se arrepiente y avergüenza. No me parece mal que pidiera perdón por los desmanes que curas católicos concretos hubieran podido causar en algunos colegios de ese país. Pero de ahí a avergonzarse de la evangelización de América hay una gran diferencia.

     Esto requiere analizar lo que ha ocurrido en Canadá en los últimos siglos. Se podría resumir muy sintéticamente que  entre 1880 y 1996 en Canadá se obligó por el Estado a desarraigar de sus familias a cerca de 150.000 niños indios de esos territorios y a una inmersión obligatoria en centros de internamiento escolar,  y que muchos de estos colegios eran dirigidos por religiosos católicos. En dichos centros se han detectado enterramientos de alrededor de unos seis mil niños. Parece demostrado que el comportamiento de esos colegios, católicos y de otras confesiones, fue repugnante, y muchos de los niños desarraigados de sus familias, de sus bosques  y de su forma de vida tradicional, no pudieron superar vivir hacinados en internados y recibiendo en vena la ideología de la modernidad occidental.

     Canadá es uno de esos estados venerados por la modernidad por su «buen rollo» multiculturalista, que nos da lecciones de superioridad moral a todos como adalid de la modernidad revolucionaria y jacobina, y  que nos muestra orgulloso y sin remordimientos ni complejos como son los países del nuevo mundo creados bajo la advocación de los revolucionarios franceses, todos henchidos de fraternidad universal  y a la vez al amparo de su majestad británica, que como cabeza de la Commonwealth es la jefa del estado de esos fríos territorios.  Pero Canadá, aunque hoy se nos muestre como el paraíso globalista y del sincretismo cultural y racial, tiene sus propios muertos en el armario. Y en vez de afrontar su responsabilidad de causante de enormes injusticias con los que vivían allí antes de aterrizar los franceses e ingleses, se sirve de el tonto útil de turno para atribuirle a él la culpa de sus propios errores. Y este es el papelón que ha hecho el obispo de Roma por tierras canadienses.  Como ya está hecha y bien cocinada la leyenda negra de que la matanza de indios corresponde a los españoles, que son católicos, pues todo lo negativo que les es imputable es culpa de los españoles católicos ( y por extensión todos los católicos) que tuvieron la mala idea de cruzar el Atlántico y eso les hace responsables de todo lo negativo que haya ocurrido en ese continente, desde la Patagonia a Alaska. De este modo, con un culpable fijo (los españoles) y otro de repuesto (los católicos) los anglosajones y los masones franceses siempre quedan como inocentes, como diría un castizo, siempre se van de rositas.

       La responsabilidad y la culpa de la devastación cultural, de la inmersión, de la destrucción de los pueblos que allí vivían al margen de la modernidad es exclusivamente del Estado Canadiense y de los fundadores colonialistas que Francia e Inglaterra allí enviaron.  Pero con el reciente viaje del Papa han conseguido atribuirle la culpa de todo ello a la Iglesia Católica. Olvidan que esos  colegios católicos a los que se llevaba a los niños indios, en realidad eran meros instrumentos de la inmersión cultural igualitaria exigida por la modernidad laica y atea de los estados allí establecidos. La inmersión y la aculturación era un proyecto político y no religioso.

      ¿Podría explicar el Santo Padre porque estos fenómenos no se produjeron en la América hispánica? En la América española o España americana, nunca se separaron a los hijos de sus padres para llevarlos a centros de europeización obligatoria. Por el contrario, los misioneros franciscanos o jesuitas de la América hispana aprendieron todos los idiomas de los indios para enseñarles la fe en su propio idioma, a los padres y a los hijos, a las familias enteras a las que nunca pretendieron robarles a sus hijos para una inmersión cultural en la modernidad. Si se produjo una simbiosis cultural, no fue a golpe de decreto sino a fuerza de convencimiento y de trato cotidiano, de manera voluntaria y compartiendo valores de forma recíproca entre indios y misioneros. Al margen de conductas concretas que fueran reprochables, y que sin duda existieron, allí la Iglesia y sus miembros actuaron como auténticos cristianos, defendiendo a todas las personas con independencia del color de su piel o su etnia. Como ejemplo tenemos a Fray Junípero Serra que luchó continuamente contra todos los gobernadores en defensa de los indios y de sus derechos y que nunca jamás hubiera consentido separarlos de sus familias, aculturizarlos y obligarles por la fuerza a transformarse en ciudadanos occidentales. Tampoco ese fue el objetivo de la Corona española. Tras la independencia de España, los países creados, la mayoría de inspiración iluminista ya adoptaron posiciones más beligerantes con las personas y las culturas locales, y para bien o para mal la imposición de la modernidad se produjo mayoritariamente en este periodo.

     Pero el actual Papa, como tanto argentinos, no comprende la Hispanidad, se avergüenza de la labor evangelizadora de los misioneros católicos que mayoritariamente salieron de la España imperial para expandir la fe y proporcionarles una vía de salvación en la que creían profundamente a las personas que se encontraban en el Nuevo Mundo. Bergoglio, como tantos argentinos, incluido el antiespañol J.L. Borges, viven presos de la idealización de todo lo anglosajón, soñando con que en vez de los españoles hubieran desembarcado por aquellos pagos los ingleses y hubieran borrado de la faz de la tierra a todo vestigio aborigen, y cuando la eliminación física no hubiera podido conseguirse, llevar a los indios a reservas donde no molesten y a sus hijos a colegios de curas vendidos al poder donde hacerles comulgar con ruedas de molino hasta conseguir no un alma para Dios, sino un ciudadano para la  modernidad.

    Ojalá la Divina Providencia nos proporcione con la ayuda del Espíritu Santo un sucesor de Pedro que sepa estar a la altura, cuando este que tenemos hoy se reúna con el Creador en un día que por su bien y el nuestro esperemos que no sea muy lejano. Él gozará de la compañía de los Santos y nosotros nos consolaremos seguramente pronto de su ausencia.  Y todos tan contentos.

MONEY, MONEY, MONEY…

 Hoy he recibido una carta del banco. La verdad es que no es una carta de las de toda la vida, las que llegaban dentro de un sobre y con sus sellos y matasellos. Me empeño en llamarlo carta cuando en realidad es más bien una comunicación electrónica que he tenido que leer, al igual que el lector de estas líneas, en una pantalla de ordenador, tableta o teléfono, que igual da. Se trataba de una comunicación rutinaria y sin demasiado interés, de las que reitera periódicamente y a las que nunca les hago demasiado caso. Pero en esta ocasión algo me ha llamado la atención de ella, y es que he caído en la cuenta que el banco al que he confiado la custodia de  mis exiguos ahorrillos, analiza y critica mi pobre economía y me da consejos sobre lo que tengo que hacer con mi dinero. 

        En particular me ha chocado que el  banco se permite llamarme la atención porque he gastado en el último mes mucho dinero en gasolina y carburantes, y como solución me propone reducir mi huella de carbono adquiriendo un coche eléctrico. ¡Sapristi! Me dije al leerlo, (en  realidad empleé un término menos eufemístico, y bastante más vulgar). ¡Cómo es que un banco en el que tengo depositada mi confianza se atreve a juzgarme!  A meterse en mi vida y casi diría a insultarme por mi desagradable huella de carbono. No sé en realidad muy bien qué es eso de la huella de carbono, pero me malicio que no es nada bueno. Y es algo que yo debería seguramente saber, para estar al día en el manual del perfecto progre.

      Lo que me sorprende es que mi banco, tal y como está el precio de la gasolina, no se preocupe porque no llegue a fin de mes. Lo que preocupa es que eche humos a la atmósfera. Por ello me propone para resolverlo que me compre un coche eléctrico. Solución magnífica para el aire de la ciudad en la que vivo, pero letal para mi economía. Y parece que el banco se preocupa más por lo primero que por lo segundo. Vamos, que a mi banco mi economía le importa un pito. ¿Para quién trabaja? Debería ser para mí, que le pago, pero me temo que no es así.

     Pero lo que de verdad más me ha molestado es que se utilice la información que obtiene de mi confianza en usar sus servicios para afearme mi comportamiento y echarme en cara mi huella de carbono. Me pareció una desfachatez. Tiene a su disposición toda la información sobre mis finanzas (paupérrimas, insisto) y sobre todos mis pagos. Y así la utiliza. Me pregunto, ¿Qué será lo próximo? ¿Escrutar mi gasto en productos de limpieza y si no le parecen suficientes llamarme directamente guarro? ¿Reprocharme que no gasto lo suficiente en restaurantes, copas, preservativos, y sacar la conclusión que mi vida amorosa es un desastre, y recomendarme tinder  ó para ser todavía más progre  grinder?  O puede que simplemente me recomiende que aumente la inversión en desodorantes, eso sí, medioambientalmente sostenibles y sin clorofluorocarbonos. (por cierto, ya nadie habla de los otrora famosísimos CFC. La religión climática cambia más de santos que los precios en Argentina)

  Aparte de la grosería del banco de regañarme por mi mala conducta ambiental, y mis malos humos, llamados finamente mi huella de carbono, lo que verdaderamente me llama la atención es el control exhaustivo que tiene sobre mi economía, sobre mis hábitos y mis costumbres. Me indica pormenorizadamente lo que gasto cada mes en transporte, en supermercados, en seguros, en librerías y ocio, en restaurantes etc. Vamos que me tiene totalmente controlado y se toma la libertad de encima darme consejos y meterse en mi vida.

    Y este control ha aumentado exponencialmente desde la pandemia en la que una de las consignas fue generalizar el pago con la tarjeta de crédito, con la excusa de no tocar nada potencialmente contagiador del virus. De este modo ahora se ha extendido el pago con tarjeta incluso de cantidades ridículas, que antes nos hubiera dado rubor pagar de esta forma. Y por si fuera poco ya hasta se prescinde de la tarjeta y se paga directamente con el teléfono móvil. Dentro de poco pagaremos con la pupila, y si no al tiempo.

     Yo soy de los pocos que me empeño en seguir teniendo dinero en la cartera, y que me empeño en seguir pagando hasta donde me es posible con monedas y billetes. Ya empiezo a percibir una cierta sensación de ser un bicho raro, e incluso denoto a veces una cierta cara de malestar en ciertos cajeros y cobradores para quienes parece ser más complicado contar monedas y dar las vueltas. Pero no te lo ponen fácil, porque cada vez es más complicado procurarse billetes y monedas, dado que estos se deben obtener en los bancos físicos y en los cajeros automáticos y estos también cada vez escasean más y cada vez están más lejos. A los cajeros se les está poniendo cara de cabinas de teléfonos, es decir de reliquias del pasado.

     Está claro que el objetivo a medio plazo es la desaparición del dinero físico y la sustitución por dinero electrónico, lo cual será la peor noticia posible para la libertad de todos nosotros, la gente corriente. Por un lado supone que todos, absolutamente todos nuestros pagos están controlados, observados, analizados y escrutados, primero por el banco o las entidades que gestionan los medios de pago, pero de manera mediata por el Estado y por cualesquiera otros poderes que controlen o puedan controlar esos datos. Pasamos a ser uno entes monitorizados que informamos de todas nuestras decisiones personales que supongan un desembolso económico.

    Cuando en mi entorno intento hacer proselitismo del pago con metálico no suelo tener mucho éxito. Con frecuencia me replican diciendo algo así como que qué más da, que nos controlan igual, y que no somos nadie especial, no presentamos ningún interés particular para que nuestros datos le importen a nadie …. ¡Y es tan cómodo pagar con tarjeta o con el móvil!.  En fin que aceptamos acríticamente esta modalidad de pago, incluso a sabiendas que esto supone cierto control sobre nuestra vida. Pero es un control que no se percibe de manera inmediata, al menos de momento. O al menos no lo queremos percibir como amenaza a nuestra vida.

    Pero el camino iniciado es peligroso, no solo es que nos vigilen, analicen e impongan los hábitos de consumo, nuestras cada vez menos libres decisiones, es que esto es sólo el primer paso. Ya el banco al que me refería al principio ha actuado de avanzadilla al comenzar a criticar conductas y sugerir comportamientos correctos. De momento solo están en el ámbito de los consejos, pero de manera inevitable vendrán las admoniciones, las órdenes, las sanciones y las privaciones a quien no acepte y asuma los hábitos correctos. Y no podremos escondernos, cada pago nos delata.

   No es difícil imaginar que a quien gaste su dinero en consumos poco saludables se le acabe denegando la sanidad por irresponsable, o quien gaste más de lo debido en carnicerías sea llamado al orden por no tener responsabilidad medioambiental. Pero incluso esto no es ni siquiera lo peor. En esta deriva es inevitable que se acabe sustituyendo el dinero como medio de retribución del trabajo, para llegar a ser un medio de retribución de la fidelidad al poder. Esto ya ha ocurrido en algunos regímenes totalitarios como Cuba, Venezuela o la Rusia soviética, en la que solo tienen verdadero poder económico quienes son los miembros del partido a los que no se les niega nada y se condena a la miseria total a los que no forman parte de la nomenclatura. Para estos poderes tener todo el dinero controlado, sin excepción, lo que ocurre con la inexistencia de moneda circulando, supone tener el poder total. Pueden decidir a quien se le abre y a quien se le cierra el flujo económico virtual. Sin escapatoria posible.

  La desaparición del dinero es una tendencia que ya se inició hace tiempo con la desaparición del patrón oro. Como el oro era limitado, el sustento de la moneda era también limitado, y hacía que ese límite o freno a la creación de dinero molestara profundamente a los grandes financieros y todopoderosos amos del mundo, ávidos de riqueza y de poder sin límites. Dicen las malas lenguas que este interés por mantener el patrón oro le costó pasar a mejor vida a Kennedy. Casualmente fue su secretario del tesoro, que compartía el coche del presidente en Dallas, quien tras pasarse a los republicanos suprimió el patrón oro bajo el mandato de Nixon. Dicen también las malas lenguas que De Gaulle, estaba empeñado en la vuelta al patrón oro, pero no lo pudo lograr porque alguien le hizo caer después de que unos jovenzuelos flower-power le montaran la primera revolución de colorines, precursoras de todos los «maydanes» y 15M del mundo, que tuvo lugar en el mes de mayo de 1968. La imaginación al poder decían, cuando en realidad era cómo el poder, con imaginación, consigue lo que quiere. Los conspiranoicos no descansan, siempre inventando teorías disparatadas.

     El siguiente paso lógico, es la supresión del dinero metálico, de los billetes y de las monedas, que son también una molestia para el gran poder. Por un lado, hay quien osa esconder el dinero en su casa debajo del colchón, escapando al control y vigilancia del «Gran Hermano». Esos pequeños islotes de economía sumergida son una parte de la riqueza global que no está en sus manos, que no la controlan, que no la dominan, que se les escapa. En esta tarea se han asociado en una join venture provechosa los poderes financieros y los ingenieros sociales que diseñan la sociedad del futuro. Eso suponiendo  no sean los mismos.

         Por ello, yo que soy un descreído del cambio climático, estoy más preocupado por la huella económica que deja cada pago que hago con tarjeta de crédito que por la huella de carbono, que por otro lado dentro de nada será historia, para ser sustituida por otro cliché cualquiera con el que atemorizarnos. Por tanto, y siento blasfemar de esta manera, no me preocupan lo más mínimo los humos que suelta mi coche. Estoy más preocupado por mantener todo el dinero en metálico que puedo en el paraíso fiscal de mi colchón.

¿SIEMPRE NOS QUEDARÁ PARÍS?

    Lo siento, no puedo evitarlo, soy un futbolero empedernido. Sé que esto no cuadra con una imagen de diletante ilustrado, que puede ser la que se desprende de mis escritos en este blog.   He intentado borrarme muchas veces del mundo de los forofos. He intentado terapias de desintoxicación, y como si fuera un miembro de “futboleros anónimos” trato de convencerme que estar siempre pendiente del fútbol es una pérdida absoluta de tiempo, que no es nada productivo, que puede ser un camino directo al embrutecimiento. Me digo que es uno de los instrumentos de manipulación y control social más eficaces. Da igual. Nada funciona. Sigo enganchado a la droga del tapete verde en el que corretean veintidós jugadores persiguiendo una pelota. Y cada vez con más intensidad. Hubo unos años en que intenté en serio dejar de interesarme por el fútbol y casi llegué a conseguirlo. Pero como el fumador empedernido que lo deja, y le basta un pitillo en una boda para recaer en el vicio, a mí me basta un partidillo de nada, para volver a estar otra vez como un contumaz ludópata que no puede dejar la tragaperras.

       De nada sirven los enormes berrinches cuando pierde mi equipo, los potentes estados de abatimiento que me generan e incluso la fiebre real que me generan los partidos de más tensión. Al final tengo la mala suerte de ser seguidor de un equipo que gana casi siempre y que por fortuna para mi “futboldependencia” me proporciona muchas más alegrías que desazones. Con esta presentación ya se habrá adivinado que el equipo de mis amores es el Real Madrid.

       Pues bien, para un futbolero madridista impenitente como yo, no puede haber un estado más cercano al éxtasis que ganar el trofeo que de toda la vida era llamado la copa de Europa y ahora le dicen la “champions”. (Lo que peor llevo del futbol en general es la cantidad de anglicismos que nos coloca en la vida diaria, pero qué le vamos a hacer). Y por ello en estos días que mi equipo ha ganado la copa número catorce de su historia, y es con mucha diferencia, el más laureado de todos los equipos del mundo, no puedo menos que estar en un estado de euforia futbolera que comparto por otro lado con muchos de mis conciudadanos. Y no digo con todos, no solo porque hay a quien el futbol le importa un pito, sino también porque en esta ciudad hay otro equipo, cuyos seguidores solo saben acumular rencor y envidia, y a los que convenientemente localizados, intento no dirigirles en estos días la palabra por no herir su delicada sensibilidad. Cosa que por cierto no hacen conmigo en aquellos escasos momentos en que su equipo gana algún trofeíllo de cuarta categoría.

        Pero me voy por las ramas, me puede la pasión, y no voy a donde realmente quiero ir. Y es que la enorme alegría de ganar la “champions”, se ha visto empañada por los testimonios de primera mano que han llegado hasta mí de varias personas cercanas, y menos cercanas, de lo que han tenido que vivir en París al acudir a presenciar la final en el «Stade de France». Cuando el lunes después del triunfo felicité a un amigo madridista que me constaba que había ido a ver al Madrid al estadio parisino, me dijo con un rictus de preocupación: “ni me acuerdo del partido, lo que viví a la salida, me ha marcado, nunca he pasado tanto miedo, es la primera vez que he sentido que estaba en peligro mi vida.” Añadió muchos detalles sobre las hordas de delincuentes que les acosaban y atacaban. Entre lo que contó, como ejemplo, es que a un acompañante suyo le rajaron con un cúter la correa del reloj y se lo robaron, que vieron como dos chicas presas de terror las tenían varios acorraladas contra un coche y estaban sobándoles obscenamente los pechos … y todo ello con la total pasividad de la policía, que miraba para otro lado. Poco después otra persona me contó algo parecido, robos de teléfonos, varias personas exhibiendo impunemente navajas … también estaba absolutamente traumatizado.

       Aparte de estos testimonios directos, relatos parecidos han aparecido publicados en las redes sociales, muchos de personas anónimas y otros de personas conocidas como por ejemplo los de el tenista Feliciano López, el ex-baloncestista Lorenzo Sanz, o el Ceo de la empresa de telefonía Jazztel, argentino y judío,  Martín Varsvarsky, y muchos otros. Este último ha sido de los más expresivos en los medios y redes sociales. Transcribo dos de sus tweets: “La salida del estadio fue un total horror. Hordas de ladrones robando a los aficionados. Nunca vi algo así. Nos trataron de robar. Logramos escaparnos.” “Soy inmigrante en España y siempre apoyé la inmigración pero lo que vivimos anoche en París fue un horror para nuestra familia y todos los aficionados. Cientos de parisinos africanos atacando a los fans riéndose de nosotros y vernos en pánico. Era racismo, contra los europeos.”.

    No se trata de relatar todos los casos publicados para tener claro que lo ocurrido no fue algo normal para los españoles, y tampoco para los ingleses seguidores del Liverpool, que acudieron confiadamente a París a ver un evento futbolero, muchos de ellos con sus hijos menores. Los seguidores del futbol han tenido fama de violentos e incívicos, pero allí los violentos no eran los aficionados al fútbol, sino las víctimas, víctimas de una barbarie agresiva que campa sin ley por una de las más señeras capitales europeas. 

Parece que es algo conocido, pero yo lo ignoraba, que hay barrios enteros en determinadas ciudades a los que no se puede ir.  Había oído hablar de Molenbeek, pero creía que era una excepción. Pero no es así e incluso ya se les conoce como zonas «no-go» y solo en Francia hay catalogadas cerca de setecientas. Afortunadamente en Madrid esto no ocurre, no hay ningún barrio al que no se pueda ir, por periférico o humilde que sea. O al menos es la sensación que tengo y de hecho por diversas circunstancias a veces he caminado por estos barrios supuestamente “malos” y nunca he sentido una sensación de inseguridad.

    Lo ocurrido en París, concretamente en el barrio de Saint  Denis el día de la final de la champions, me ha abierto los ojos. Yo estuve allí hace bastantes años y ciertamente me pareció un barrio pobre y marginal, pero no aprecié nada especial más allá de una profunda multiculturalidad al caminar a pie los más de quinientos metros que separan el metro de la maravillosa basílica donde el Abad Suger instauró el gótico para iluminar a la cristiandad con sus espectaculares vidrieras. El Gótico fue el florecer de la civilización cristiana y es muy simbólico que allí tuviera su cuna y hoy sea Saint Denis el paradigma de su destrucción. El ejemplo de un lugar donde la civilización occidental y cristiana ha desaparecido de manera total de un territorio europeo.

     Pero no nos llevemos a engaño, es exactamente eso lo que se está persiguiendo por determinados poderes. Su propósito seguramente no es que reine la barbarie en estas zonas, pero ésta es un efecto secundario de las invasiones migratorias favorecidas e impulsadas en los últimos años. Se quiere una población aculturizada y desnaturalizada que prescinda de cualquier resorte cultural que los acabe volviendo molestos al poder. Lo que se persigue es llenar Europa de mano de obra barata y sumisa consiguiendo al tiempo que los que ya vivimos aquí cada vez seamos asimismo más sumisos y complacientes con el Nuevo Orden. Para ello hay que atraer a millones de personas de otros continentes, y no se me escapa que la mayoría de ellos son buenas personas y honrados trabajadores y padres de familia que vienen buscando una solución vital. Supongo que también vienen delincuentes, pero incluso éstos serán una minoría. Pero lo cierto es que la gente que campa a sus anchas en Saint Denis, y seguramente otros barrios de otras muchas ciudades, ya no son exactamente inmigrantes, son nacidos en Francia, incluso de tercera generación. Y sin embargo no están dispuestos a asumir la forma de vida del lugar donde están y a respetar mínimamente los valores que nos sirven de consenso para construir nuestra sociedad.

      En España, en mi opinión la situación es menos intensa, salvo en algunas zonas concretas de Cataluña y Este de Andalucía, posiblemente por la razón de que las personas que han venido desde otros países han sido en su gran mayoría hispanoamericanos, lo cual hace que de manera inmediata se fusionen con la sociedad que les recibe, que es esencialmente semejante y análoga a la que dejaron al otro lado del Atlántico.

     El asunto no es fácil, pero es un hecho que hay bolsas de delincuencia y marginalidad en zonas donde antes no las había. Y negar su relación con la inmigración masiva es querer negar la realidad. Ha sido muy revelador la posición oficial del gobierno francés en relación con los sucesos ocurridos en Saint Denis. El hijo predilecto de Davos, el “agendaveintetreintista” Emmanuel Macron ha resuelto la cuestión por el procedimiento más sencillo de todos, que es el de negar los hechos. Para él la culpa de los problemas es de los ingleses que querían entrar sin entrada al partido. No parece entender que si no tenían entrada era porque se la habían robado sus compatriotas franceses, al robarle el móvil en el que la llevaban descargada. No puede reconocer que los frutos de su política son la de la dinamitación de la sociedad francesa, creando enormes zonas en la modernísima París en las que no gobierna el estado, donde éste no tiene el control ni el monopolio de la fuerza, sino que rige, ni siquiera la sharía, sino una ley más parecida a la del salvaje Oeste americano.

Pero seguramente desde su burbuja los miembros de las élites esta dramática realidad no la ven, nada de esto ocurre cuando, en vez de ir al fútbol en Saint Denis, acuden a la selecta pista de Roland Garros en el Bosque de Bolonia para ver a Nadal ganando su enésimo partido. A ellos no les molestan estas hordas delincuenciales en el trayecto hacia el Hotel Crillon, o después al trasladarse para embarcar en el jet privado que les devuelva a su hogar en cualquier lugar del mundo. Qué bonita es París, la ciudad de la luz.  Qué  bonita es Europa, siempre a condición de no ver lo que no se quiere ver.

   Por supuesto nada de esto se puede decir. Si uno lo dice es inmediatamente tildado de xenófobo, racista, fascista y la colección de epítetos acostumbrados, con los que se fulmina a quien discrepa de las opiniones contrarias al mainstream que la corrección política impone. Yo no sé cual es la solución, pero al menos me atrevo a plantear el problema. La mayoría lo niega porque sospecha que ni las causas ni las posibles soluciones le son agradables

UCRANIA DOS

 No digo que me arrepienta de la última entrada que publiqué en este blog, pero sí creo que, aunque bienintencionada, fue desacertada y no se ajusta a lo que realmente pienso, al menos al día de hoy. Fue un fruto de su momento concreto, escrito bajo la emotividad de las imágenes de una guerra, bajo un mar de incertidumbres, de la sorpresa y diría que algo ofuscado por la nube de humos de la batalla que me ocultaron la realidad.  Me refiero, obviamente, a la invasión de Ucrania por Rusia, que a día de hoy todavía continúa.

     Es difícil comprender la realidad de lo que acontece, es decir por un lado las causas mediatas e inmediatas que han motivado esta invasión y guerra abierta. Parece que tampoco interesa esto mucho. En mi país, y creo que en muchos otros del ámbito europeo, se ha tomado de manera generalizada partido por Ucrania, y se ha procedido a la demonización de Rusia y de su presidente al que ya se califica como criminal de guerra y se le compara con Hitler, y por otro lado a la santificación de Ucrania con la canonización de su presidente, el archipublicitado Zelenski.

    Pero el tiempo pasa y poco a poco se va disipando la niebla y la sentimentalidad va dejando paso al pensamiento racional y desapasionado. Y en ese proceso se va equilibrando, a mi entender, la balanza de las culpabilidades entre ambos contendientes. Y sin justificar una invasión de un país por el vecino, el asunto ya no se presenta como blanco contra negro, sino que aparecen muchos matices que hace que las dos partes presenten un color gris oscuro.  Así, lo que en los primeros momentos me parecía una resistencia heroica dirigida por un líder carismático, se me va transformando en una postura descabellada y poco razonable en la que un fanático arrastra a su pueblo a una resistencia suicida defendiendo intereses poco claros de otras potencias. Puede que haya un poco de ambas cosas, heroísmo y suicidio, y por ello el pueblo ucraniano merece mi simpatía, pero tampoco oculto mi antipatía por el presidente ucraniano, que crece en proporción inversa a las alabanzas que recibe de todos los opinadores occidentales que le jalean y publicitan su look de guerrillero partisano, al que no le falta ni la camiseta verde caqui ni la cuidada “barba descuidada” de dos días.

    En todo caso es difícil desde nuestro país hacerse una idea cabal de lo que está pasando. La información es tan escasa como abundante la propaganda, y apenas es posible desentrañar alguna verdad entre tanta falsedad generalizada. Lo más sorprendente es que los medios occidentales acusan a Rusia de manipular la información que se ofrece en su país. Me recuerda aquello que dicen que le dijo la sartén al cazo: “apártate que me tiznas”. Ciertamente no estoy en Rusia para comprobar el grado de veracidad de sus informantes, que seguro que no es mucha, pero sí que estoy en España, para comprobar que la desinformación y manipulación informativa es enorme.

   Por ejemplo, aquí apenas nadie nos informa de las andanzas del ucraniano “Batallón Azov”, que desde hace años trabaja para Zelenski, quien ha utilizado a esta legión racista y supremacista blanca, para acabar con los eslavos ucranianos pro-rusos de las regiones de Donetsk y Donbás . Ahora este batallón está integrado en la milicia oficial que lucha contra el ejército ruso, pero según parece, haciendo el trabajo sucio de evitar que los corredores humanitarios sean eficaces, atacando sin piedad a los civiles que pretenden utilizarlos.

 Por ello, aunque la propaganda funcione a toda máquina, no puedo evitar pensar que hay algo que huele a podrido en Ucrania y que no todo es tan inocente como nos lo presentan. Y todo ello viene de antes de la invasión rusa. Por ejemplo no queda muy clara la intervención en la política ucraniana de ciertos siniestros personajes  como el magnate de la televisión ucraniana Kolomoysky (dueño entre otros del grupo mediático 1+1 Media Group),  gran financiador de la campaña presidencial de Zelensky y en cuya televisión se hizo popular como actor en una serie en la que el personaje que encarnaba el hoy presidente del país,  llegaba a ser el  presidente de Ucrania en la ficción. Desde que me enteré de este dato no puedo menos que pensar que está actuando, interpretando un guion que alguien le ha escrito, cada vez que sale en televisión o por videoconferencia cuando regaña a los parlamentos europeos, en un intento de resolver su problema local arrastrando a otros países soberanos  a entrar en guerra contra Rusia. El papel que interpreta es el de convencernos de que la forma de resolver un conflicto particular entre dos países vecinos y poco amistosos desde hace años es el de provocar una guerra global, la tercera guerra mundial.

      Casualmente el oligarca Kolomoysky, es también dueño de la empresa gasista Gas Burisma Holding, de la que fue dirigente entre 2014 y 2019 Hunter Biden, hijo del presidente actual de los Estados Unidos. ¿Casualidad o causalidad? ¿No podemos cuando menos tener la sospecha de que la larga mano de Estados Unidos está detrás de esta guerra y de los cambios de política causados en muchos países europeos, y singularmente Alemania?. Sospechar todavía es libre. También lo es opinar que si hubiera ganado las elecciones el Presidente Trump esta situación no hubiera ocurrido.

     Por si fuera poco este magnate israelí/ucraniano Kolomoysky,  amigo de la familia Biden y mentor de Zelenski, ha sido recurrentemente acusado desde hace más de diez años de financiar directamente a todas las milicias paramilitares nacionalistas que llevan operando libremente en Ucrania, preferentemente en las regiones díscolas de Donbas y Donetsk. Entre ellas el ya citado Batallón Azov, el Batallón Aidar y otros de parecido corte neofascista. Estos grupos tienen varias acusaciones por parte de Amnistía Internacional de haber cometido crímenes contra la humanidad y ataques indiscriminados a la población civil por el simple hecho de ser prorrusos. La financiación por parte de este oligarca ucraniano no es una acusación que me saque de la manga, consta incluso en la entrada que Wikipedia tiene de este personaje.

   Nada de esto se nos cuenta en los medios occidentales, donde sólo existen las maldades de los oligarcas rusos, a quienes tampoco me pide el cuerpo defenderlos. A mi parecer una vez más estamos siendo manipulados, haciéndonos entrar en un juego interesado de buenos y malos, de demócratas y fascistas, y apelando continuamente a una sentimentalidad que nos provocan con imágenes de dudosa veracidad.

    Yo no soy un especialista en estos temas, sino un simple espectador desde mi solitario acantilado, que reclama simplemente que haya un poco de ecuanimidad para valorar un conflicto que en principio, y aunque todo el mundo se empeñe en lo contrario, me resulta bastante lejano. Por supuesto que lo más real de este conflicto es el sufrimiento cierto de muchas personas, que una vez más son las víctimas de los juegos de poder. Pero ese dolor real también es utilizado para fines torticeros.

        Ahora todos tenemos la obligación de sentir un amor especial por un país del que hace apenas unos meses no éramos capaces de situar correctamente en el mapa. Han tocado a rebato los poderes occidentales para que nos sintamos hondamente afectados y seamos especialmente solidarios con Ucrania. Y por ello estamos obligados a conmovernos con los tristes sufridores de este conflicto en la misma medida que debemos ignorar el sufrimiento que otras guerras actuales causan a otros pueblos como los kurdos, los uigures, los sirios, lo malienses, los nigerianos y tantos otros, cuyo dolor nos debe ser indiferente, y que parecen no merecer la atención que nos monopoliza Ucrania. El mainstream no nos deja ni elegir libremente nuestro dolor.

DESPERTANDO CON EL RUIDO DE LA GUERRA

Hay días que realmente no se sabe que decir. La guerra es una realidad desde hace unos días, y el dolor y  la devastación se extiende en el otro extremo de Europa. Demasiado lejos de mi casa para oír el rugido del fuego los dragones, pero demasiado cerca para no estremecerte con el sufrimiento real de la gente y el ardor de los resistentes.      

Es cierto que desde la tronera de este Acantilado he reflexionado a menudo acerca de que la maldad se extiende por el mundo a su manera, de una forma paulatina, taimada, poderosamente invasiva de las costumbres. Y aunque el mal avanza lo hace de una manera lenta, y eso hace que de alguna manera uno se va acostumbrando a ello. Es como el anochecer que va apagando lentamente la luz y haciendo que la vista se vaya acomodando poco a poco a la oscuridad. Esta es la estrategia de los fabianos, que imponen su voluntad de manera progresiva, con pequeñas pero continuas conquistas, que hacen casi imperceptible su avance, hasta que un día descubres que te han dominado por completo, sin que te hayas dado ni cuenta y sin que ni siquiera hayas tenido la posibilidad de rebelarte.

  En esta realidad de gente adormecida y despreocupada se ha producido una conmoción, un cataclismo. Hemos descubierto que hay quien no gusta de esos métodos de consecución progresiva del poder y prefiere los métodos que parecían desaparecidos de la conquista violenta, la invasión directa, la imposición por la fuerza imperativa de los ejércitos y las armas. Ante la visión de los carros de combate avanzando por un territorio real de Europa pensamos que esto no puede estar pasando, es imposible, es algo de tiempos pasados ya superados y propios de anacrónicos documentales del canal de historia de nuestra televisión de pago. En nuestro mundo de realidades virtuales, solo se mata en los videojuegos, en las escaramuzas infantiloides de Fortnite y allí donde las bombas solo te hacen alcanzar objetivos en las batallas espurias que se desarrollan en los oscuros tableros de las pantallas de ordenador.

       Los ejércitos son para muchos cosas del pasado que se están reciclando en bomberos y rescatadores de los gatitos que se suben a los tejados. Los coroneles solo están para cultivar regimientos de coles, o ayudar a cruzar la calle algunos niños menesterosos y desvalidos. Pero no para matar, ni para morir. Eso ya no se lleva, no se mata ni siquiera a las ratas o las cucarachas, y mucho menos a los lindos conejitos que nos miran con la expresión tierna de “Tambor”, el amiguito de Bambi.

    Y en este prado rumoroso de armonía en el que creemos vivir, entre gladiolos florecidos en el parterre del pensamiento mágico, donde el mal no es posible, resulta que ha entrado como un elefante en una cacharrería un malnacido descreído de la modernidad. Un psicópata que pretende  que, como durante miles y miles de años de la historia del hombre, puede imponer su voluntad por la fuerza. Y no solo lo cree, sino que ejecuta sus amenazas con la realidad imperiosa de su ejército. Ante ello, los otros dominadores, es decir los taimados, los conquistadores silentes del poder, se retuercen alarmados ante una reacción inesperada de violencia extrema. No es posible, nos rompe nuestros planes y estrategias, esto no vale, es romper la baraja. La dominación de los hombres parece que solo es legítima si se hace de manera silenciosa, sin que moleste el ruido de las detonaciones, sin que se den cuenta los conquistados.

    Pero en este juego de poder, en el tablero de ajedrez de la geopolítica, una vez más somos los peones los que somos sacrificados, siempre es así, aunque en esta ocasión nos estamos percatando de ello de una manera brutal. El ruido de las explosiones de las bombas nos ha hecho despertar del letargo, y en un estado todavía de somnolencia, no salimos del estado de incredulidad por lo que está pasando. Resulta que estábamos entretenidos en decorar nuestra casa con farolillos de papel de ideologías posmodernas y “chupilerendis”, y de pronto tenemos que agacharnos por el silbido de las balas sobre nuestras cabezas. Tal vez con este despertar abrupto nos demos cuenta de que nunca debimos de dejar de pensar en la defensa de nuestro mundo, que hay gente que quiere derribarlo con ruidosos lanzagranadas o con ambiciones siniestras, aunque silenciosas.

    Aunque nos empeñemos en que las cosas deberían ser como nos gustaría que fueran, las cosas son como son. Y llevamos años toreando de salón, sin enfrentarnos a morlacos de verdad. Y así ocurre que en la tozuda realidad, después de tanto y tanto feminismo e igualdad, cuando llega una guerra de verdad a los únicos que movilizan es a los varones. Tenemos que asumir que el hambre es algo real y una amenaza posible y solo gente decadente puede permitirse rechazar determinados alimentos por prejuicios ideológicos. Que el frío es también real y no lo elimina la propaganda, sino que es necesaria energía para procurarnos calor y para mantener los hospitales funcionando y que es más importante sobrevivir que cuantificar la huella de carbono. Hay que comprender que cuando tienes una amenaza real no es posible defenderte con tweets o con insultos histéricos contra tu agresor, o con canciones de John Lennon,  sino que hay que empuñar un fusil de verdad y luchar por lo que consideras justo.

    Es necesario regresar a la realidad. Dejar el mundo fantasioso de la posverdad, donde todo es fluido e inconcreto. Y lamentablemente parece que la única forma de que esto sea posible es a cañonazos. Suena en la radio una canción de Abba, «Can you hear the drums, Fernando?». ¿Será un señal?

HACERNOS UN «SALAZAR»

  Una de las noticias que más me ha divertido en los últimos tiempos es un suceso que en realidad ocurrió hace cincuenta años, aunque yo acabe de enterarme. Me refiero al hecho recientemente desvelado de que el presidente portugués Oliveira Salazar estuviera durante casi dos años engañado por su entorno sobre el hecho de que en realidad ya no era presidente, ya que había sido sustituido en el poder, si bien nadie se atrevió a decírselo. Según cuentan se sentó sobre una silla que cedió y tuvo una caída que tras varias complicaciones acabó dejándole en estado de coma. En el entretanto le nombraron un sustituto en la presidencia, Marcelo Caetano. Cuando despertó del coma creyendo que todavía era Presidente de la República, no hubo quien se atreviera a contarle la verdad, y todo su entorno cercano siguió haciéndole creer que seguía ejerciendo el poder. Dictaba decretos inexistentes, mantenía reuniones con falsos diplomáticos, hasta se editaba un periódico especial con una tirada de un solo ejemplar en el que se recogían las noticias sobre las falsas reuniones que mantenía. En suma un gran paripé con el que le tenían totalmente engañado. Murió dos años después sin saber que todo lo que tenía a su alrededor era un enorme trampantojo, un decorado, una ilusión óptica, una fata morgana.

       Este hecho me recuerda la anécdota posiblemente apócrifa de “ha muerto Stalin. Ya  pero a ver quién se lo dice”. Precisamente esta situación se narra en la delirante película “La muerte de Stalin”, aunque en este caso se facilitaba el asunto porque el dictador estaba realmente muerto. No así ocurrió con Salazar, que tuvo la osadía de recuperarse de una enfermedad irreversible, dejando a su entorno en una situación imposible que solo supieron resolver creando una realidad artificial con la que se le mantenía engañado, controlando de manera exhaustiva la información que le llegaba. Hay que reconocer que este “Good bye Lenin” a la portuguesa le mantuvo feliz sus últimos días. Y debiera agradecerlo porque ya desde el Rey Lear se sabe que no es buena idea para un dictador la de abandonar el poder antes de tiempo. Si no que se lo digan a Pinochet, que no supo seguir el ejemplo de Franco o de Stalin que mantuvieron el poder hasta el final. Y así le fue.

        Pero al margen de lo entrañable, y casi diríamos cómico, de la situación de Salazar, lo verdaderamente relevante es cómo se es posible que se pueda mantener a una persona viviendo una situación completamente falsa, en una representación continua, en la que solo se le permite saber lo que se quiere que sepa. Para ello es necesario controlar cada información que le llega y por supuesto ocultarle todo aquello que no debe saber. Sin embargo, el sainete se convierte en tragedia cuando esta situación se traslada del palacio presidencial de Portugal a la realidad cotidiana de nuestra vida de hoy.

   Porque la situación en la que se encontró Salazar se asemeja bastante a la que vivimos los ciudadanos occidentales cada día. La manipulación de la información es tan generalizada y tan grosera que solo llega a nuestro conocimiento aquello que interesa que llegue, y no nos enteramos de lo todo aquello que no es conveniente que sepamos. Los informativos, sobre todo los que nos ofrecen por televisión,  han perdido el pudor más elemental y son únicamente panfletos de descarada propaganda globalista.

    Son muchos los ejemplos de esta cotidiana manipulación. Basta con tener el atrevimiento de encender la televisión a las tres de la tarde o a las nueve en punto de la noche. En un momento comienza el animado espectáculo de luz y sonido donde nos cuentan cosas que aparentemente suceden, y se ocultan otras que no nos conviene que sepamos.

     Por poner un ejemplo de los últimos días, ha sido verdaderamente revelador el ocultamiento total que los medios han realizado de la situación por la que ha atravesado Canadá en las últimas semanas. Mientras decenas de miles de camioneros y otras personas colapsaban las carreteras en columnas de cientos de kilómetros protestando contra las medidas anticovid, mientras el centro de las ciudades eran tomados por las protestas contra la vacunación obligatoria, mientras el lindo presidente de Canadá tuvo que abandonar su sede oficial y esconderse en un lugar secreto para  evitar responder por sus fanatismos covidianos, mientras todo eso ocurría y ocurre todavía, ni una sola palabra sobre ello se oyó durante semanas en ningún medio de comunicación. Daba igual que fuera un medio audiovisual, escrito en papel o digital. Esa noticia simplemente no existió durante mucho tiempo. Algún tiempo después comenzó a asomarse tímidamente a algunos noticiarios, por supuesto nunca informando de manera neutral sino siempre tomando partido.

        Evidentemente el apagón informativo no es casual. Puede que un medio no quiera dar una noticia, pero es revelador que no la dé ningún medio de comunicación. Obviamente siempre hay excepciones y conductos por los que fluye la información al margen de los cauces mayoritarios. Pero la cuestión es que si no se divulga en los cauces oficiales y generalizados de información simplemente un hecho no existe.

A los camioneros por la Libertad canadienses no solo les secuestraron todas las cantidades recaudadas por medio de aportaciones populares por medio de crowdfounding , sino que incluso les expulsaron de «Twitter», con una reglas que solo aplican a quien le interesa, que nunca son los activistas de BLM u otros parecidos. La mayoría de las redes sociales son el paradigma de la censura en el Siglo XXI.

      De este modo no existen noticias sobre casos de varones asesinados o maltratados por sus parejas femeninas. O su tratamiento informativo es infinitamente menor que si ocurre lo contrario. Está vetado informar sobre la nacionalidad u origen de los delincuentes, para no caer en xenofobia, aunque ello implique hurtar un dato relevante de la información. Si una persona de origen africano roba y mata a alguien, apenas se habla de ello. Pero si la víctima es africano o si es gay, es portada de los periódicos a toda plana.

El apagón es siempre selectivo según el sesgo de lo que se quiere promocionar o condenar socialmente. De este modo, no existen para los medios informativos los terribles efectos secundarios de las vacunas contra el Covid. No existe la pederastia fuera de la Iglesia Católica. No existen los científicos que discuten el cambio climático. No existe memoria histórica para las checas ni para Paracuellos. No existe una terrorífica dictadura en China, ni existe la detención de cientos de miles de Uigures en centros de reeducación comunista. No existen los daños colaterales en población civil si el que bombardea es un tal Obama o Biden…. La lista sería interminable

       Ya nos vamos acostumbrando a los apagones informativos. Una parte relevante de lo que acontece no aparece en los informativos, ni periódicos digitales o en papel o en las redes sociales, y por tanto no existe. Pero en su lugar hay otras supuestas noticias con las que nos mantenemos entretenidos. Y el que se cuestione la veracidad de las consignas que recibimos a través de la información, es acusado de negar la realidad, y obviamente no merece otro nombre que el de «negacionista». Término que se ha convertido en el insulto preferido de la progresía, pero que a fuerza de escucharlo voy percatándome que más que un insulto es una descripción bastante correcta del pensamiento de muchas personas, entre las que me incluyo. Lo único que es éticamente admisible ante tanto embuste es negar todo lo que nos proponen e imponen. Ser negacionista es presentar una enmienda a la totalidad al mundo totalitario que nos apabulla. Como dice una de las últimas canciones Joaquín Sabina, yo lo niego todo.

       Como a Salazar nos preparan cada día un periódico “ad hoc”, con lo que conviene que nos enteremos para que no descubramos la realidad. Y es que realmente hace mucho tiempo que el pueblo no gobierna. Que, tal como le ocurrió Antonio de Oliveira Salazar, ha sido depuesto y el poder lo han tomado unas élites que se encargan a través de sus agentes de que vivamos embobados, adormecidos, anestesiados y sólo sepamos aquello que es conveniente que conozcamos. A los ciudadanos nos hacen cada día un “Salazar” y preferimos no darnos cuenta. Aunque puede que así vivamos más felices

MADRE PATRIA

    Hay libros que llegan en la vida en un momento providencial, que vienen a llenar un hueco que antes de leerlos ni siquiera sabías que existía. Algunos libros pasan por la vida sin pena ni gloria. Se leen y se olvidan con la misma rapidez, aunque puede que de manera inconsciente dejen algún poso. Otros libros sin embargo marcan una huella indeleble, una marca permanente en el pensamiento o en el alma.

    En mi vida no son tantos los libros que pueden presumir de haber dejado esa impronta. Dedico estas líneas a uno cuya lectura acabo de terminar, y que es uno de aquellos que nada más leer una docena de páginas sientes su importancia, uno de esos libros destinados a tenerlos siempre a mano en la mesilla de noche, para consultarlo de vez en cuando, posiblemente durante muchos años. Y además de su interés particular para mí, creo que también ha llegado en el momento preciso para mucha otra gente y que viene a revitalizar una corriente de pensamiento por la que llevo tiempo caminando y avanzando con decidido entusiasmo y convencimiento. 

        Este libro al que me refiero es la obra del politólogo argentino Marcelo Gullo Omodeo, titulada “Madre Patria (Desmontando la leyenda negra desde Bartolomé de las Casas hasta el separatismo catalán)”. Lo encontré por casualidad y sin conocer su contenido en una de las visitas a una librería a la que acudí buscando otra obra que ahora mismo no recuerdo. Me llamó la atención el título y leí descuidadamente la solapa, como hago con otros tantos, para ver así a primera vista de qué pie cojea el autor, o dicho de otro modo, si puede ser de interés para mí o por el contrario es de aquellos que merecen acabar en la piscina como hacía el malhumorado Umbral. A primera vista me pareció interesante y con una cierta duda decidí comprarlo en una de las decisiones de las que menos me arrepiento.

Marcelo Gullo es Doctor en Ciencias Políticas argentino autor de numerosas obras tales como «La insubordinación fundante», «La lucha del pueblo argentino por la independencia del imperio inglés» y muchas otras. En 2021 publicó en España «Madre Patria» que en cinco meses ya ha alcanzado ocho ediciones de la obra.

       “Madre Patria” es una obra que podría ser incluida dentro de la vigorosa corriente actual del revisionismo histórico sobre la leyenda negra. Como es bien sabido la expresión de “leyenda negra” fue utilizada por primera vez hace más de cien años por Doña Emilia Pardo Bazán en una conferencia en París, quién sabe si después unos de los tórridos encuentros que en la capital francesa mantenía con Don Benito Pérez Galdós. La idea se desarrolló y tomó carta de naturaleza con Julián Juderías y su genial obra “La Leyenda Negra”. Posteriormente ha sido desarrollada y defendida por muchas otras personas con más o menos entusiasmo y acierto durante todo el siglo XX.  Pero en los últimos tiempos esta corriente revisionista de la historia oficial de España que supone la existencia de la leyenda negra, y simultáneamente el análisis riguroso de lo que constituyó y constituye todavía hoy en día, ha tomado una fuerza inusitada y casi diría imparable.

      Si la pérdida de Cuba y Filipinas determinó un pesimismo histórico que fraguó en la Generación del 98, ahora frente a un fenómeno similar como es la previsible desmembración de otras partes de España, ha surgido una reacción quizás menos pesimista, pero en todo caso muy realista, que tiende a mirar a la cara a la situación que nos acecha, y a plantearse el origen y las causas mediatas e inmediatas de estos procesos separatistas. La mejor intelectualidad de España está examinando esta cuestión y en su gran mayoría entienden que la raíz del problema separatista tiene su origen en la leyenda negra, que es la que ha minado nuestra fuerza como pueblo y la que ha destruido nuestra nación tanto moral como materialmente. En España nos hemos creído todo lo que nuestros enemigos han inventado de nosotros y hemos claudicado con una docilidad ovejuna a todo lo que nos han impuesto desde fuera. Sufrimos desde hace varios siglos algo así como el síndrome de la mujer maltratada por el marido, que a cada paliza reacciona asumiendo su culpa por sus errores y además venerando a su maltratador que con su poder no deja que se piense algo distinto de lo que a él le interesa.

       Afortunadamente empieza a haber muchos que consideramos que a lo mejor la única culpa real que debe asumir España es la de la debilidad, la de haber sido derrotada por otros que no son mejores sino más fuertes, la de vivir pensando nada más que complacer a nuestros difamadores históricos y la de la pereza de desmontar todas las mentiras y tópicos que se han divulgado por nuestros vecinos únicamente para aprovecharse de la situación. Hemos asumido de tal manera nuestra inferioridad que más que un complejo ya ha derivado en un auténtico síndrome de Wendy, en el que todo lo que hacemos, lo hacemos pensando en el qué dirán. Y solo vivimos para conseguir la aceptación de los demás países, con nuestra autoestima por los suelos y una continua autoconmiseración y autoflagelación, llevando la autocrítica a lo patológico. Mientras tanto, los países que han generado, creado y favorecido la leyenda negra para acabar con nuestra antigua supremacía se han hecho ricos y prosperado a costa de todo el planeta, devastándolo sin piedad y sin un átomo de remordimiento.

      En este proceso de restauración de nuestro orgullo excesivamente humillado hay un antes y un después de la impagable obra de Elvira Roca “Imperiofobia y leyenda negra”, en la que sistematizó y divulgó de manera amena todas las causas y las consecuencias de la leyenda negra, enmarcando su existencia para el caso de España dentro de una corriente que a su juicio es común a todos los imperios que ha habido en la historia, como es el caso de Roma, Rusia y Estados Unidos.

  «IMPERIOFOBIA Y LEYENDA NEGRA» de Elvira Roca Barea, auténtico “best-seller” que lleva 25 ediciones desde 2016,  ha tenido tanta importancia desde el punto de vista de la divulgación  y de la comprensión de la historia de España y de Hispanoamérica, que desde aquí aunque sé que no soy nadie para solicitarlo, pido para dicha autora el premio Princesa de Asturias  o cualquiera otro que refleje la deuda que tenemos los españoles con ella, por abrirnos a muchos los ojos y ayudar a dar forma a algo difuso que sentíamos, pero no acertábamos a canalizar y sistematizar.

        Aparte de Elvira Roca, ha habido otras muchas obras muy notables en la misma dirección, en una bibliografía relativamente abundante, que ha llegado a crear en ciertas librerías un apartado especial sobre la leyenda negra, dentro de la sección de la historia de España.  Y aunque no sea una obra escrita, quiero también resaltar en esta corriente la película documental,  “España, la primera Globalización”, de  López Linares, que se estrenó en el recién concluido 2021, con un éxito notable. Fue para mí una gran sorpresa cuando el día que la vi en uno de los cines de la periferia de Madrid, al terminar la sesión el público de forma unánime, y por supuesto yo entre ellos, prorrumpió en aplausos.

     Y dentro de esta corriente, creo que tiene un interés especial “Madre Patria” por varios motivos. El primero de ellos es que está escrito por una persona de allá, del otro lado del Atlántico, por un americano y concretamente un argentino. Un argentino además que según reconoce carece de ascendientes españoles, y confiesa que toda su ascendencia es italiana. El recibir el mensaje que se envía en este libro procedente de un hispanoamericano es una enorme satisfacción. Lo más habitual en los últimos tiempos es la defenestración de todo lo hispano, el derribar estatuas y recibir insultos y descalificaciones, y esto es así tanto aquí como allí. Y no es que como español me guste que me regalen los oídos, porque tampoco creo que sea todo elogioso en este libro. De hecho hay unas críticas feroces a determinadas actitudes altaneras que se mantienen en esta parte del océano Atlántico, críticas que son muy justificadas y más que razonables. Pero se agradece que desde allí se realice una búsqueda de la objetividad histórica y de la comprensión real de lo que fue la conquista de América, de lo que fue el Imperio y de lo que pudo haber sido de no entrometerse potencias enemigas destruyendo esta enorme labor. Y así, se me antoja que tiene más mérito todo lo que dice Marcelo Gullo, porque viene dicho desde allí, por alguien que no es español, con la seguridad de que si lo mismo lo dice alguien de aquí,  se le tacha de chauvinista, franquista y se desprecia sin más como un fruto de un trasnochado nacionalismo español.

     La segunda importancia que le concedo a este libro es que no está planteado desde una perspectiva de ideología política entendiendo por tal la lucha que tanto aquí como allí hay entre las izquierdas y las derechas. Se parte de una refutación de los motivos que sustentan la  leyenda negra sin hacer de ello una bandera partidaria y destacando que esta posición ha sido defendida por gente de toda posición política. Y prueba de ello es que el prólogo está escrito por el socialista español Alfonso Guerra. Y en ella se citan numerosos pensadores de clara posición marxista que han defendido y todavía hoy lo hacen la necesidad de recuperar la unidad de toda Hispanoamérica. Hay una cierta tendencia a identificar la reivindicación del imperio español con el franquismo o posiciones conservadoras, lo que se demuestra que es un error. La civilización que se extendió por las tierras americanas es perfectamente reivindicable desde la derecha y desde la izquierda. Al menos por la izquierda tradicional, es decir aquella que se preocupaba por los problemas sociales y no era globalista y vendida a intereses espurios. De hecho, el discurso defendido en el libro, al menos en lo esencial, es asumido sin complejo alguno por intelectuales españoles de izquierda radical como lo es el politólogo Santiago Armesilla.

(https://hispanoamericaunida.com/2013/07/28/hispanofobia/ )

          La tercera cuestión es hacernos ver a los españoles de Europa que la leyenda negra no es algo que ha perjudicado a España, o solamente a España, sino que por el contrario es algo que ha perjudicado de manera igual de intensa a los países hispanoamericanos, siendo ellos también víctimas de tan infamante propaganda. Son víctimas porque generó en ellos unas divisiones territoriales destinadas a debilitarles, a crear naciones débiles y claudicantes frente al poder anglosajón. Y después de ello han sido víctimas porque les han borrado la memoria, la identidad, el orgullo de su civilización, borrando los referentes culturales e imponiendo una servidumbre cultural e intelectual frente a la modernidad anglosajona. Han sido ellos tan acomplejados como los propios españoles frente a lo que desde determinados focos de opinión nos han dicho a todos que es lo correcto. Así una cultura como la anglosajona o la protestante en general que fue incapaz de interactuar con los pueblos que se encontraban a su paso, que solo supieron desplazarlos, humillarlos y despreciarlos y finalmente masacrarlos, da lecciones de cómo se deben de hacer las cosas para ser modernos. Marcelo Gullo nos aclara que las verdaderas víctimas de la Leyenda Negra son todos los pueblos hispanoamericanos, incluyendo en ello a los españoles de Europa y a los españoles de América.

      Es de justicia tanto para los españoles actuales como para los hispanoamericanos actuales  reivindicar nuestro pasado común, reivindicar sin complejos la liberación que Hernán Cortes y doña Marina efectuaron de los pueblos oprimidos por los antropófagos aztecas que vivían atemorizados de ser devorados por ellos como pollos de corral. Parece ser que Moctezuma, como emperador no era muy aficionado a la carne humana, como el resto de su corte, y sólo comía el muslo derecho de los hombres y mujeres que le cazaban, seguramente que en los seres humanos como en los pollos el muslo debe ser la parte más escogida y sabrosa. Es preciso aclarar que, si trescientos hombres pudieron acabar con un ejército de más de doscientos mil aztecas, fue únicamente porque así lo quisieron el resto de los pueblos que allí  vivían esclavizados,  que vieron la oportunidad de liberarse de la terrible costumbre de ser cazado y servido para cenar. Esto explica que un pequeño destacamento llegue a conquistar un imperio poderosísimo, en el único caso en la historia en que un país conquista otro sin enviar un verdadero ejercito de invasión. En el Siglo XVI los soldados de España estaban destinados en Flandes o en Sicilia, o luchando contra el turco en el mar, pero no se enviaron tercios a América. Solo se pudo conseguir la conquista porque así lo quisieron la mayoría de los pueblos nativos que estaban oprimidos y se sirvieron de los españoles para su liberación, y decidieron cambiar un emperador antropófago por un emperador lejano que les construía hospitales, carreteras, escuelas y universidades y les decía que todos los hombres son iguales, todos hijos de un Dios invisible y amoroso, que no exige sacrificios humanos.

     Aparte de la conquista inicial, es de justicia reivindicar la obra civilizatoria y bienintencionada que se realizó, en ningún caso depredadora como se ha dicho desde la leyenda negra. Prueba de ello son  las Universidades que se crearon, o la red de hospitales (por cierto gratuitos, lo que no son ahora en muchos países) para todos los habitantes súbditos de su majestad, fueran nacidos en Europa o de etnia mapuche, charrúa, aymara, nahualt o cualquier otra. Es decir se reivindica con orgullo un pasado imperial en el que todos los hombres que allí vivían eran miembros de una misma comunidad. En ella había hombres pobres y ricos, pero había ricos indios y blancos, y había pobres blancos e indios.  El mestizaje era algo normal y prueba de ello es que desde los primeros momentos el Inca Garcilaso de la Vega presumía de sus dos ascendencias castellana e inca, o el mestizo Martín Cortes Malintzin, quien orgulloso de su doble ascendencia, formó parte del ejercito del emperador en la lucha contra los musulmanes en las Alpujarras.  Qué diferencia con lo que ocurría en el Norte de América, donde el héroe nacional es el repugnante y despiadado General Custer y el lema oficial de la conquista del Oeste fue “el único indio bueno es el indio muerto”.  

      Marcelo Gullo nos explica todo esto, que yo brevemente gloso, con gran claridad,  haciendo ver las diferencias existentes entre el imperio y el imperialismo. El primero es integrador y civilizador, es el modelo de Roma, que se trasladó a América. El segundo es depredador y devastador, solo interesa lo que favorece a la metrópoli, aunque destruya lo conquistado. Es el modelo anglosajón y protestante. Pero para la opinión dominante ellos son los buenos y nosotros los malos.

       Y ya, por último, pero en absoluto menos importante, destaco de la obra de Marcelo Gullo el que no solo analiza el pasado sino que además plantea objetivos para el futuro. El superar la leyenda negra tanto en América como en España debe realizarse con la finalidad de reconocer que la finalidad de aquella fue dividirnos, crear naciones pequeñas y débiles mucho más fáciles de controlar por el poder británico y luego estadounidense. Mientras los Estados Unidos de América, hacían eso precisamente, es decir unirse, acumulando territorios previamente despejados de molestos ocupantes, se fomentaba la división del Sur del continente en pequeños estados claudicantes y sometidos. Nuestros enemigos no podían consentir tener a sus puertas una enorme nación-continente unida y poderosa. Pues bien, ahora toca intentar revertir el proceso lograr la unidad de los países hispanoamericanos y por supuesto con España.

          La relación de España e Hispanoamérica es mucho mayor de lo que parece. En cuanto a los ciudadanos de todos estos países nos sentimos a menudo hermanados de manera sincera, con una cercanía efectiva y real. Yo como español me siento más cercano de un ecuatoriano, cubano, chileno  o venezolano, que de un finlandés, búlgaro, escocés o noruego. Para empezar no les entiendo sino con mucho esfuerzo.

   En alguna forma debemos comprender que lo normal es que toda Hispanoamérica hubiera permanecido unida desde el momento de la independencia de la corona de España. Y que una vez superados los prejuicios falsos que motivaron la independencia se restablecieran los lazos, con la parte europea de Hispanoamérica. Es sabido que los nativos lucharon mayoritariamente a favor del Rey de España y las minorías criollas ilustradas y anglófilas a favor de la independencia, en lo que fue una auténtica guerra civil entre españoles. Una más de las seis o siete guerras civiles que ha padecido España en los últimos trescientos años.

       Por todo ello creo que lo más inteligente que podemos hacer unos y otros es suprimir las barreras que otros nos han creado y ahondar en nuestra unidad como una comunidad real de afectos que desemboque en una entidad política de intereses comunes destinada a crear amistad y prosperidad para todos. En suma, a reconocer primero la existencia de una nación hispanoamericana y luego dotarle de una estructura de estado, que reconozca como sus nacionales a los de españoles de Europa y a los españoles de América por igual. Como fue en tiempos de la monarquía hispánica, aunque actualizado y amoldado a los tiempos presentes. Adicionalmente la parte europea de Hispanoamérica necesita un nuevo impulso y la empresa de embarcarse en un proyecto ilusionante que nos dé la cohesión que necesitamos para seguir adelante y superar los secesionismos inminentes. Y para ello necesitamos que nos ayuden los españoles de América y que recibamos aquí a todos aquellos que deseen venir con la mayor de la cordialidad de la que seamos capaces. Esa cordialidad que se tiene cuando se recibe a un compatriota.

      Este proceso no es ni mucho menos fácil, y lo primero es superar los respectivos nacionalismos de banderas de colorines  e interiorizar este proyecto superior, para el que reivindico una bandera común que no debería ser otra que aquella que nos unió en su día y es la bandera blanca con la Cruz de Borgoña de aspas rojas, que llegó  a Castilla  con Felipe el Hermoso  y que nos unió a los allende y aquende los mares. Pero en todo caso lo de menos son las banderas y lo verdaderamente importante es atrevernos a mirar nuestra historia común sin resentimientos, con humildad y con orgullo a la vez. Que así sea.

TU QUOQUE FILI MI?

     Hacía muchos años que no pisaba Asturias. Para mí es una tierra especialmente apreciada desde que era pequeño. Crecí con el mito de Don Pelayo y el inicio de la reconquista de España en las breñas de Covadonga, tal como lo relataba la Enciclopedia Álvarez que circulaba por mi casa. Era en mi imaginario Asturias el último  reducto de la cristiandad, algo así como la aldea gala de Asterix frente a Roma, pero cambiando Julio César por el moro Almanzor. Uno imagina que no hay nada más español que Asturias, y tanto es así que en su día se popularizó el eslogan de “España es Asturias y lo demás tierra conquistada”.

     Es muy difícil no disfrutar en Asturias, da igual la parte que se elija para visitar. Yo acerté a estar en los alrededores de Pravia, en una casona del Siglo XVI,  reconvertida en hotel rural, aunque creo que da casi igual donde se vaya, es todo de una hermosura exuberante, incluso bajo la lluvia, que para no romper el tópico no se tomó ni un minuto de tregua en todo el tiempo que por allí anduve. Y si me traigo en la retina la belleza de los bosques y prados, no menos me impactó la fiereza del mar embravecido al que un habitante de la meseta no está acostumbrado.

      El azar me llevó a una cita no prevista con la historia. Se me presentó de improviso apareciendo de entre las piedras de una pequeña ermita milenaria en una pedanía de Pravia, que cobija ni más ni menos que los restos mortales de un rey asturiano, el Rey Silo y su esposa la reina Adosinda, nieta ésta del mismísimo Don Pelayo. Cuando llegué a la Iglesia de San Juan en Santianes, me adentré precipitadamente para cobijarme de la incesante lluvia en el momento que comenzaba la misa dominical de un domingo cualquiera, como los miles de domingos en los que los feligreses han acudido a oír la palabra del Dios de los cristianos, allí, en los únicos reductos de la península no profanados por las hordas agarenas. En alguna guía leí que el altar de esa Iglesia de San Juan es el más antiguo que se conserva en activo en toda España.  La Iglesia se fundó hace mil trescientos años más o menos, o sea que, a cincuenta y dos domingos por año, se han debido decir en aquel recinto no menos de 67.000 misas en las mañanas de otros tantos domingos. Yo tuve el privilegio de asistir a una de ellas, quizás de las últimas, porque lo que no consiguieron los musulmanes lo está logrando   el descreimiento que impone la modernidad  y que ya ha llegado a las más altas jerarquías de la Iglesia. Sea como fuere, escuchando allí una misa postconciliar, no pude menos que trasladarme a ese Siglo VIII cuando fue la iglesia construida, y por unos minutos reconstruir en mi cabeza lo que debió suponer para los cristianos asediados  mantener la resistencia en aquellas tierras sintiendo toda la península ocupada, siendo conscientes de la pérdida de España

     Colaborador del Rey Silo fue el monje Beato de Liébana que además de ilustrar bellísimamente los comentarios sobre el Apocalipsis y debatir furiosamente con Elipando, fue el muñidor de la idea de establecer a Santiago como patrón de España. Y es bien sabido que Santiago Matamoros fue el alimento espiritual que precisaban los cristianos para avanzar hacia el sur, lo que ha llevado a considerar a Beato el verdadero ideólogo de la Reconquista.. Esto revela que los reyes asturianos no se desentendieron de su misión y la intelligentsia no fue derrotada, las elites tenían claro que aunque reducidos a territorios marginales, el proyecto era la Reconquista de los reinos perdidos a manos de los musulmanes. Hoy la historiografía progre tiende a negar este concepto de “reconquista” como misión concreta y organizada, argumentando que no hubo tal idea, sino una mera sucesión de hechos más o menos fortuitos que terminaron con la toma de Granada. Yo creo que no fue así, que realmente hubo una voluntad política constante que se transmitió de generación en generación durante ocho siglos. Puede parecer mucho, pero no es tanto si observamos por ejemplo la perseverancia del pueblo judío para conservar y transmitir la idea de  retornar dos mil años después a su tierra prometida.

   Pero para mi desazón en Asturias no es oro todo lo que reluce.  Hoy esa parte de España está, como muchas otras, contaminada del nacionalismo emergente que ha podrido otras regiones y amenaza con desmembrar la unidad que nos habíamos procurado. No se puede negar que la enfermedad del nacionalismo está allí menos desarrollada que en otras zonas como Cataluña o Galicia. Pero han dado un gran salto adelante en el particularismo con la aprobación como idioma co-oficial del asturiano. Realmente muchos lingüistas consideran que el asturiano no es un idioma, sino un “habla”, que no otra cosa significaba el término “bable”, con el que era conocido ese dialecto,  esa forma de hablar el español. Un habla es una forma espontánea de hablar y es solamente verbal, carece de escritura y de literatura, la transformación en idioma escrito es un acto deliberado de voluntad. Creando un idioma, se crea una identidad y con ella una ristra de intereses, mucho dinero público para crear academias, diccionarios, profesores, investigadores, y premios de poesía en asturiano. Luego viene el imponer la enseñanza a los chavales incluso aquellos cuyos padres jamás hablaron ese supuesto idioma, después será necesario hablar asturiano con el nivel “x” para trabajar en la administración, por lo que no podrán acceder más que los del terruño. Posteriormente se crean un par de agravios reales o inventados y se convierten en víctimas de un centralismo al que se le imputan todos los males. Un par de generaciones estudiando en la escuela nada más que el asturiano junto con una inventada y tendenciosa historia de Asturias, da como resultado una mayoría que asume que son una nación diferente y oprimida que no ha hecho más que padecer y resistir heroicamente el poder de los reyes castellanos. Y finalmente, dado que son tan diferentes, que hablan distinto y sus costumbres son tan diversas, la lógica impone que haya que reclamar la independencia. Ya hemos visto demasiadas veces este proceso en España y lo rentable que sale a quienes lo realizan.  Es cierto que en Asturias está en estado embrionario, pero la semilla del mal ha germinado y solo le queda crecer y desarrollarse.

       El idioma tiene una importancia capital para mantener la unidad de una nación o para desmembrarla. En la península itálica, la creación artificial por las élites políticas de un idioma a base de retales de otros o dialectos locales , forjaron la unidad de Italia, que sin ese idioma que hoy conocemos como italiano probablemente no existiría como nación. Algo parecido ocurre en las provincias vascongadas donde primero para crear su identidad, se inventaron un idioma, el euskera batua, juntando muchas variedades de las lenguas vascuences. Y una vez creado y generalizado, procede imponerse a territorios que jamás hablaron dicha lengua como es la Ribera del Ebro tanto alavesa como navarra. Algo parecido ocurre con el catalán, que en su forma normalizada  por el talibán lingüístico Pompeu Fabra, se utiliza con criterios imperialistas imponiéndolo a territorios que nunca lo hablaron y aplastando y borrando  los idiomas propios de esas provincias, como ocurre con el mallorquín y el valenciano. Los nacionalistas saben que lo esencial de su proyecto es la lengua  y por ello es a lo que más importancia se da en sus mezquinas pero eficaces políticas.

      Asturias ha dado un paso inicial, ha sembrado una semilla para la diferenciación. Pero no es la única región o comarca que lo está haciendo, ya se están cocinando otras lenguas, como  el “cántabru”, el “andalú” (existe una autodenominada Zoziedá pal Ehtudio’el Andalú, Z.E.A.),  el aragonés, el berciano, el llionés, el cabreirés y sabe Dios cuantos más. Es obvio que en todas las regiones hay particularismos en el habla,  yo si ir más lejos en mi Salamanca querida, tengo contabilizados numerosos localismos o palabras que sólo se utilizan por allí y que incluso despertaron la curiosidad de Unamuno. Pero de ahí a reclamar un idioma propio va un abismo. Y en todo caso es retroceder en el tiempo y perder territorio ganado.

      Con la desmembración del imperio romano el latín que se hablaba dio lugar a muchas lenguas en toda la Europa conquistada por Roma, y en el caso de la península ibérica surgió una lengua romance diferenciada casi en cada valle y en cada comarca. Pero de una manera natural y no impuesta se generalizó entre todas ellas una lengua franca, que era entendida y compartida por todos por su sencillez y facilidad de pronunciación, a lo que sin duda ayudó la adopción de las cinco vocales vascas. Fue por tanto la simbiosis de una lengua romance y el vasco, la que motivó el éxito del castellano, que se extendió por todo el valle del Ebro, y luego por el Duero, y por toda la península, y que andando el tiempo, ya convertida en idioma español cruzaría el Océano para ser igualmente la lengua común de millones de personas.

    En fin, tampoco soy lingüista, puede que haya imprecisiones que pueda detectar un especialista. Y no es para mí lo importante, sino que lo es la intención de determinadas voluntades políticas de construir o deconstruir identidades, según el caso, utilizando los idiomas y la complacencia de todos los tontos útiles que cargados de un romanticismo pueril les dejan hacer y les secundan sus propósitos. Y mucho de esto parece haber por el Principado a juzgar por las decisiones políticas que adoptan. Es cierto que no hay unanimidad sobre la oficialidad del asturiano, pero estas decisiones raramente se revierten. Por ello, ante la vorágine de separatismos que nos atacan, sólo me sale decir aquello de, Asturias, ¿tu quoque fili mi?