QUERIDOS REYES MAGOS…

  Estamos en la festividad de la Epifanía del Señor, o sea el día de Reyes. Una de las festividades más hermosas que conservamos los que según un ministrillo estirado, deslenguado y mal peinado, todavía formamos en España la “comunidad cristiana”.

   La epifanía significa una revelación de algo superior que se manifiesta de manera súbita o se exterioriza. La Epifanía del Señor es por tanto la manifestación ante los hombres de la divinidad del nacido en Belén. Y esta manifestación provocó que los pastores, es decir la gente del común, gente normal como nosotros, le adorara.  Pero no lo adoraron solamente los pastores,  esa manifestación o exteriorización de la Divinidad se extendió sobre todos los rincones de la tierra y no pasó desapercibida para los grandes santos y sabios, que decidieron ponerse en camino hacia ese foco de espiritualidad. Los Reyes Magos tuvieron la revelación y la comprensión de que había una manifestación en la tierra de la divinidad, una encarnación del Verbo, fenómeno verdaderamente sorprendente y tan poco frecuente que les hizo encaminarse desde todos los confines del mundo para adorar a un Niño.

     Los tres Reyes, que no son simples reyezuelos, sino además magos, es decir doctores de la magna ciencia, de la más alta sabiduría y por tanto máximos representantes de la autoridad espiritual de todas las Tradiciones que existían sobre la Tierra, reconocieron las señales, la epifanía, supieron que algo muy importante estaba ocurriendo en el otro lado del planeta y acudieron a postrar su majestad ante un principio superior, en un ejercicio de verdadera humildad  .

    No soy un teólogo, sólo un católico de medio pelo que gusta de saborear las delicias de la belleza que me proporciona mi religión y mi mundo. Y en él tienen un lugar muy especial Sus Majestades, a quienes respeto y venero, pero sobre todo porque más allá de las consecuencias comerciales que la festividad ha generado, de la ilusión de los niños y de otras banalidades sentimentales, aunque entrañables, los Reyes Magos me producen una inquietud intelectual al atisbar la fortaleza y profundidad de lo que significan.

   La Adoración de los Magos es una manifestación de la unidad trascendente de las tradiciones, el reconocimiento de que la cuando hay una Revelación es asumida y comprendida por el resto de las autoridades espirituales. La Tradición Católica, nos dice que llegan tres Reyes de los confines del Mundo, ante un hecho sorprendente que les ha revelado una estrella que les conduce hasta Judea y que para su sorpresa es un niño recién nacido. Los evangelios relatan el hecho de una manera muy escueta, solamente lo relata el Evangelio de Mateo entre los canónicos y el Protoevangelio de Santiago, entre los apócrifos.   La iconografía y la historia de su origen es más bien un producto de la tradición cristiana que les fue poniendo sus nombres actuales de Gaspar, Melchor y Baltasar, sus barbas y les fue rodeando de pajes y camellos en su viaje guiados por la estrella hacia Belén. En cuanto al origen o procedencia geográfica aunque se les llama de “Oriente” la tradición les hace llegar de todos los confines del mundo conocido,  que recientemente  Ratzinger identificó con la India, África y Tarsis o Tartessos, es decir la península Ibérica.

     René Guenon va más allá y considera que son los tres Reyes del Reino mítico de Agartha, que acudieron a Belén para dar reconocimiento y legitimidad a Cristo desde la Tradición Primordial, la fuente de todas las tradiciones espirituales desde la más remota antigüedad. Los tres enviados le ofrecen oro, es decir le reconocen como Rey, Incienso, le reconocen como Sacerdote y Mirra, reputándole como Profeta. Lo más relevante es que este reconocimiento es realizado respecto de un niño recién nacido, que no ha podido exteriorizar ninguna actuación externa intelectual o espiritual de ningún tipo, lo que revela que es el Mesías, el hijo de Dios encarnado y no un simple enviado o mensajero, es decir un profeta más. Y es por ello que es en sí mismo un misterio en qué consistió esa Epifanía, esa manifestación que se irradió desde un Niño recién nacido, y que fue comprendida por quien tenía que entenderla. El que tenga oídos para oír, que oiga.  

     Es por ello que la festividad de los Reyes Magos es de lo más hermoso que nos presenta  la Navidad, tan degradada y contaminada por el iluminismo deísta que  la ha transformado en una fiesta pesudopagana de exaltación de la luz, verdaderamente cercana al luciferismo. Y por ello a nuestros entrañables  Reyes les han creado como rival a un grotesco personaje, un espantajo rojiblanco (perdón por los atléticos, que no van por ahí los tiros) prohijado por la Coca-Cola. Sí, me refiero a ese payasete barbudo y bonachón que pretende colarnos la civilización anglocalvinista, con toda su parafernalia de renos, elfos y trineos voladores.  La diferencia con los Reyes Magos es abismal, aunque los dos compitan supuestamente por ser dadivosos con los niños en la Navidad. Los Reyes como hemos visto, aunque de manera muy rápida y superficial, son un símbolo espiritual y derivado de éste se les hace responsables de llevar regalos a todos los niños tal y como hicieron con el niño Jesús.

   Lo del barbudo es al revés. Una imagen comercial creada ad hoc para fomentar el consumo y el materialismo más burdo y menos espiritual que pueda pensarse. Sólo  a posteriori se le ha tratado de crear una historia y una leyenda que le haga un poco más presentable y algo más reverenciado que otros personajes de la televisión, como la mula Francis, Mr. Proper o muñeco de Michelin. Y así han tratado de identificarlo con el Santo Nicolás, un obispo turco, que no debió ver un reno ni un trineo en su vida. Después con las efusiones emanadas de la New Age y el neo paganismo, se le ha tratado de hacer una especie de símbolo solsticial. Lo cual no es otra cosa que una falsedad para tratar de una pátina de sensibilidad espiritual al consumismo más desaforado.