Merci Philippe

        No soy muy dado a felicitar a los vecinos del Norte, es decir a los franceses. Y esa falta de simpatía creo que es debida a que llevan centurias completas despreciando y mirando por encima del hombro a todo lo que huela a español. Además, muchas de las ideologías e ideas más destructivas nos llegan desde allí, como el racionalismo, la Ilustración y el existencialismo. Y por si fuera poco nos regalaron a los Borbones.

      Desde hace trescientos años en España tenemos a una parte de nuestra población acomplejada frente a la supuesta superioridad moral, estética y material de los vecinos, en esa detestable élite que constituyeron los afrancesados y que tan negativa ha sido para nuestro desarrollo como nación.  Lo peor es que esta devoción casi siempre ha sido correspondida con desprecio. Dicen que, de Alejandro Dumas, es el autor de aquella frase de que África empieza en los Pirineos. Y que Stendhal la redondeó con aquella otra de “Si el español fuese musulmán sería un africano completo.” Frase redonda que recoge de una tacada un desprecio por los españoles, los africanos y los musulmanes, que sólo una mentalidad que se cree superior puede parir. Y ello sin entrar en el hecho de que a otros ilustres franceses como Voltaire y a los enciclopedistas en general les debamos una importante contribución a la leyenda negra antiespañola.

     Es por ello que recibo con extrañeza cuando llega algo verdaderamente positivo desde de la otra parte de los Pirineos. Y esto es lo que ha ocurrido con la decisión de una empresa francesa de establecer en España una réplica del parque temático de carácter histórico ya existente en Francia. Me refiero a la apertura hace unos pocos años en los arrabales de Toledo del parque “Puy du Fou”. El responsable último de esta decisión es el escritor, político y empresario francés Philippe De Villiers, quien ha decidido invertir un auténtico dineral en transformar un secarral castellano en un maravilloso cuento de hadas.

    En una reciente visita a Toledo con ocasión de una inauguración de uno de los espectáculos del parque, el Sr. De Villiers dijo a las autoridades que le recibieron que “este parque es un acto de gratitud y amor de Francia hacia España”. Y francamente, después de presenciar lo que allí se ve, creo que tiene razón. Y es por ello que yo como español, y aunque modestamente sólo me represento a mí mismo, le doy las gracias con profundo agradecimiento por el regalo.

       Pero no le doy las gracias por tener el arrojo y valentía de invertir en España creando riqueza en una zona no especialmente boyante, forjando actividad económica y muchos puestos de trabajo. O no sólo por eso. El parque es desde luego una inversión económica y empresarial que siempre es bienvenida, y que ya de por sí sería objeto de reconocimiento, aunque por supuesto les proporcionará a los inversores sus legítimos rendimientos.

      El agradecimiento más profundo deriva del tratamiento que el parque hace de la historia de España, a la que se trata con auténtico respeto, amor y consideración, lo que en la época actual de continuos agravios negrolegendarios es una maravillosa excepción. Reconozco que acudí con un cierto escepticismo sobre la visión de la historia que me podría encontrar allí, en unos tiempos de tiranía de la corrección política, de complejos de inferioridad frente a la civilización anglosajona y de sumisión a los dogmas woke. Pero mi sorpresa fue total, al no encontrar nada de esto, sino por el contrario una visión respetuosa, justa y absolutamente correcta de nuestra historia.

     Los momentos del acontecer histórico de España que se eligen como motivo para los impresionantes espectáculos que ofrecen son siempre aquellos que ayudaron a construir nuestra nación y de los que conforman nuestra auténtica memoria colectiva, y que tienden a fomentar un orgullo natural en cualquier pueblo que se quiera y estime a sí mismo. Desde hace ya mucho tiempo el rememorar al Cid, a Isabel y Fernando, o a Lepanto está casi proscrito y quien lo hace es tildado rápidamente de franquista. Por ello es de agradecer que se presente la historia de España sin complejos y que se presente con naturalidad, sin remordimientos, ni interpretaciones sesgadas y disolventes, hitos de nuestra historia como Numancia, la pérdida de España, Covadonga, Las Navas de Tolosa, el descubrimiento de América o la guerra de la Independencia (¡contra los franceses!).

    Quizás lo que más me ha sorprendido es constatar la ausencia total de los tópicos que interesadamente se han divulgado sobre los españoles y su historia. Es de agradecer que no encontré ni una sola mención a la Inquisición ni a Torquemada. No aparece por ningún lado el Padre Las Casas. Ni los autos de Fe. Ni la idealización de la cultura hispano-musulmana. Pero tampoco aparecen esas recreaciones de los románticos transpirenaicos, a las que estamos tan acostumbrados y que ya asumimos como propias, que nos suelen pintar como una cultura pintoresca, apasionada y exótica, que no puede superar un atraso secular por sus congénitos ramalazos de crueldad. No hay rastro de Merimée, de Washington Irving, ni de Schiller. Pero no es sólo eso, tampoco hay concesiones a la ideología woke, a los tópicos de la modernidad sobre la ideología de género, cambio climático, ni otros tantos.

   Por el contrario, se reivindican sin complejos las raíces cristianas de nuestra civilización, de la cultura española y por extensión de la europea. Destacando la belleza, la épica y la nobleza de nuestros antepasados, más que la cobardía y mezquindad que obviamente también aparecen en nuestra historia, como en la de los demás países, y que cada nación suele ocultar, para sólo recordar lo más memorable. Todas las naciones maquillan su historia, la ensalzan y la exageran en lo positivo y disimulan lo negativo, con la única excepción de España, donde los españoles parece que nos avergonzamos de nuestros antepasados. Pero no creo que sea lógico avergonzarse de la Reconquista, de la expansión por América, de Santa Teresa o de Cervantes. De otras cosas sí, es mejor olvidarse, como de las abdicaciones de Bayona o de la Primera y la Segunda República. Y desde luego también conviene conocerlas para evitar errores parecidos y para proscribir a los fautores de las páginas lamentables de nuestra historia.

      Pero si el contenido y el enfoque desde el que se nos muestra es impecable y se merece desde mi punto de vista un “nihil obstat”, no menos interesante es el continente, la presentación es impresionante. Se trata de montajes y espectáculos con una grandiosidad y un despliegue de medios y de talento que te deja a menudo boquiabierto y sorprendido por la belleza y majestuosidad de las diferentes exposiciones, con la traca final del apasionante «Sueño de Toledo». Debo reconocer que, en alguno de ellos, llegué a emocionarme hasta el punto de no poder reprimir unas lágrimas, como en el que recrea, de una manera más mítica que rigurosamente histórica la conversión de Recaredo, que sitúan en el desaparecido Monasterio de Sorbaces, que previsiblemente estuvo en el vecino pueblo de Guadamur donde apareció el bellísimo tesoro visigótico de Guarrazar.

    Es por todo ello que adentrarse en las propuestas que nos presentan en Puy de Fou es como recibir un soplo de aire fresco en la cara. Es como respirar auténtico oxígeno cuando uno está inmerso en un asfixiante y nauseabundo lodazal cotidiano de los medios de comunicación, de las series de televisión y de toda clase de consignas que esparcen de manera viral, es decir como auténticos virus, las redes sociales. Sin ninguna reserva mental y de la manera más sincera le doy las gracias al Señor De Villiers, lo que implica con igual honestidad darle las gracias a Francia por su generoso y espléndido regalo. Así que, si me permite por un momento el tuteo, merci Philippe.