HACERNOS UN «SALAZAR»

  Una de las noticias que más me ha divertido en los últimos tiempos es un suceso que en realidad ocurrió hace cincuenta años, aunque yo acabe de enterarme. Me refiero al hecho recientemente desvelado de que el presidente portugués Oliveira Salazar estuviera durante casi dos años engañado por su entorno sobre el hecho de que en realidad ya no era presidente, ya que había sido sustituido en el poder, si bien nadie se atrevió a decírselo. Según cuentan se sentó sobre una silla que cedió y tuvo una caída que tras varias complicaciones acabó dejándole en estado de coma. En el entretanto le nombraron un sustituto en la presidencia, Marcelo Caetano. Cuando despertó del coma creyendo que todavía era Presidente de la República, no hubo quien se atreviera a contarle la verdad, y todo su entorno cercano siguió haciéndole creer que seguía ejerciendo el poder. Dictaba decretos inexistentes, mantenía reuniones con falsos diplomáticos, hasta se editaba un periódico especial con una tirada de un solo ejemplar en el que se recogían las noticias sobre las falsas reuniones que mantenía. En suma un gran paripé con el que le tenían totalmente engañado. Murió dos años después sin saber que todo lo que tenía a su alrededor era un enorme trampantojo, un decorado, una ilusión óptica, una fata morgana.

       Este hecho me recuerda la anécdota posiblemente apócrifa de “ha muerto Stalin. Ya  pero a ver quién se lo dice”. Precisamente esta situación se narra en la delirante película “La muerte de Stalin”, aunque en este caso se facilitaba el asunto porque el dictador estaba realmente muerto. No así ocurrió con Salazar, que tuvo la osadía de recuperarse de una enfermedad irreversible, dejando a su entorno en una situación imposible que solo supieron resolver creando una realidad artificial con la que se le mantenía engañado, controlando de manera exhaustiva la información que le llegaba. Hay que reconocer que este “Good bye Lenin” a la portuguesa le mantuvo feliz sus últimos días. Y debiera agradecerlo porque ya desde el Rey Lear se sabe que no es buena idea para un dictador la de abandonar el poder antes de tiempo. Si no que se lo digan a Pinochet, que no supo seguir el ejemplo de Franco o de Stalin que mantuvieron el poder hasta el final. Y así le fue.

        Pero al margen de lo entrañable, y casi diríamos cómico, de la situación de Salazar, lo verdaderamente relevante es cómo se es posible que se pueda mantener a una persona viviendo una situación completamente falsa, en una representación continua, en la que solo se le permite saber lo que se quiere que sepa. Para ello es necesario controlar cada información que le llega y por supuesto ocultarle todo aquello que no debe saber. Sin embargo, el sainete se convierte en tragedia cuando esta situación se traslada del palacio presidencial de Portugal a la realidad cotidiana de nuestra vida de hoy.

   Porque la situación en la que se encontró Salazar se asemeja bastante a la que vivimos los ciudadanos occidentales cada día. La manipulación de la información es tan generalizada y tan grosera que solo llega a nuestro conocimiento aquello que interesa que llegue, y no nos enteramos de lo todo aquello que no es conveniente que sepamos. Los informativos, sobre todo los que nos ofrecen por televisión,  han perdido el pudor más elemental y son únicamente panfletos de descarada propaganda globalista.

    Son muchos los ejemplos de esta cotidiana manipulación. Basta con tener el atrevimiento de encender la televisión a las tres de la tarde o a las nueve en punto de la noche. En un momento comienza el animado espectáculo de luz y sonido donde nos cuentan cosas que aparentemente suceden, y se ocultan otras que no nos conviene que sepamos.

     Por poner un ejemplo de los últimos días, ha sido verdaderamente revelador el ocultamiento total que los medios han realizado de la situación por la que ha atravesado Canadá en las últimas semanas. Mientras decenas de miles de camioneros y otras personas colapsaban las carreteras en columnas de cientos de kilómetros protestando contra las medidas anticovid, mientras el centro de las ciudades eran tomados por las protestas contra la vacunación obligatoria, mientras el lindo presidente de Canadá tuvo que abandonar su sede oficial y esconderse en un lugar secreto para  evitar responder por sus fanatismos covidianos, mientras todo eso ocurría y ocurre todavía, ni una sola palabra sobre ello se oyó durante semanas en ningún medio de comunicación. Daba igual que fuera un medio audiovisual, escrito en papel o digital. Esa noticia simplemente no existió durante mucho tiempo. Algún tiempo después comenzó a asomarse tímidamente a algunos noticiarios, por supuesto nunca informando de manera neutral sino siempre tomando partido.

        Evidentemente el apagón informativo no es casual. Puede que un medio no quiera dar una noticia, pero es revelador que no la dé ningún medio de comunicación. Obviamente siempre hay excepciones y conductos por los que fluye la información al margen de los cauces mayoritarios. Pero la cuestión es que si no se divulga en los cauces oficiales y generalizados de información simplemente un hecho no existe.

A los camioneros por la Libertad canadienses no solo les secuestraron todas las cantidades recaudadas por medio de aportaciones populares por medio de crowdfounding , sino que incluso les expulsaron de «Twitter», con una reglas que solo aplican a quien le interesa, que nunca son los activistas de BLM u otros parecidos. La mayoría de las redes sociales son el paradigma de la censura en el Siglo XXI.

      De este modo no existen noticias sobre casos de varones asesinados o maltratados por sus parejas femeninas. O su tratamiento informativo es infinitamente menor que si ocurre lo contrario. Está vetado informar sobre la nacionalidad u origen de los delincuentes, para no caer en xenofobia, aunque ello implique hurtar un dato relevante de la información. Si una persona de origen africano roba y mata a alguien, apenas se habla de ello. Pero si la víctima es africano o si es gay, es portada de los periódicos a toda plana.

El apagón es siempre selectivo según el sesgo de lo que se quiere promocionar o condenar socialmente. De este modo, no existen para los medios informativos los terribles efectos secundarios de las vacunas contra el Covid. No existe la pederastia fuera de la Iglesia Católica. No existen los científicos que discuten el cambio climático. No existe memoria histórica para las checas ni para Paracuellos. No existe una terrorífica dictadura en China, ni existe la detención de cientos de miles de Uigures en centros de reeducación comunista. No existen los daños colaterales en población civil si el que bombardea es un tal Obama o Biden…. La lista sería interminable

       Ya nos vamos acostumbrando a los apagones informativos. Una parte relevante de lo que acontece no aparece en los informativos, ni periódicos digitales o en papel o en las redes sociales, y por tanto no existe. Pero en su lugar hay otras supuestas noticias con las que nos mantenemos entretenidos. Y el que se cuestione la veracidad de las consignas que recibimos a través de la información, es acusado de negar la realidad, y obviamente no merece otro nombre que el de «negacionista». Término que se ha convertido en el insulto preferido de la progresía, pero que a fuerza de escucharlo voy percatándome que más que un insulto es una descripción bastante correcta del pensamiento de muchas personas, entre las que me incluyo. Lo único que es éticamente admisible ante tanto embuste es negar todo lo que nos proponen e imponen. Ser negacionista es presentar una enmienda a la totalidad al mundo totalitario que nos apabulla. Como dice una de las últimas canciones Joaquín Sabina, yo lo niego todo.

       Como a Salazar nos preparan cada día un periódico “ad hoc”, con lo que conviene que nos enteremos para que no descubramos la realidad. Y es que realmente hace mucho tiempo que el pueblo no gobierna. Que, tal como le ocurrió Antonio de Oliveira Salazar, ha sido depuesto y el poder lo han tomado unas élites que se encargan a través de sus agentes de que vivamos embobados, adormecidos, anestesiados y sólo sepamos aquello que es conveniente que conozcamos. A los ciudadanos nos hacen cada día un “Salazar” y preferimos no darnos cuenta. Aunque puede que así vivamos más felices

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