RESISTIRÉ… (pero sin el Dúo Dinámico)

 

 En una  reciente entrevista televisiva, el escritor y polemista Arturo Pérez Reverte afirmó que el mundo que conocemos y en el que estamos viviendo se está acabando. Asimismo afirmó que no tiene solución, pero que lo que sí tenemos es la opción de elegir la manera de acabar, o bien terminar pataleando y resistiéndonos, o bien aceptar el fin con naturalidad. Consideraba que la opción correcta era la segunda y al efecto proponía educar para que nuestros niños y también los mayores asuman y acepten un ocaso sereno y digno.

   Realmente se refería a que nuestro mundo está acosado por el empuje de las fuerzas mundiales emergentes, tales como el Islam, las migraciones africanas y la enorme fuerza de China y otros frentes exteriores que nos acosan y nos acabarán destruyendo. Frente a ellos, en su opinión, no tenemos nada que hacer los países occidentales, profundamente debilitados y delicuescentes. Y en esto puede que tenga razón.

    No se refería este escritor sin embargo a otros ataques a nuestra forma de vida, que no vienen de potencias extranjeras, sino de fuerzas disolventes que tenemos en nuestro interior. Ignoraba, no sé si consciente o inconscientemente, a las ideologías que como una plaga se extienden por nuestra sociedad, alentadas no por otros países sino por fuerzas políticas instrumentadas por grandes magnates y poderes financieros. No tiene un nombre preciso este enemigo, ni una cabeza visible, aunque sí muchos tentáculos menores que nos aguijonean.

      Lo cierto es que la persistencia de estas fuerzas internas que dominan a los países y sociedades occidentales son una de las claves de  nuestra debilidad exterior frente a esas otras potencias. La  forma de vida y valores que propugna  la ideología dominante en España y en toda Europa, nos hacen más débiles cada día.   Y no de una manera indirecta sino de una forma esencial, ya que lo que se defiende desde esos postulados es la existencia de un ser humano sumiso, pasivo y bastante atrabiliario, que cree vivir en un parque de atracciones donde nada puede hacerle infeliz. Un tipo humano sometido a una especie de ensoñación en la que juega a salvar el planeta si deja de generar humo, en la que cree que por vivir en unos países que se entretuvieron en pintar cuadros y componer sinfonías, en los que se construyeron palacios y catedrales, no puede ser atacado por la realidad. 

    Esta posición no es otra cosa que una suerte de pensamiento mágico conforme al cual por mantener actitudes éticas según nuestro criterio vamos a triunfar, y que se alimenta de una superstición basada en que necesariamente ganaremos porque somos los buenos, los más guays del planeta, los que tenemos mejores sentimientos, y las intenciones más elevadas. Eso sí, siempre que respetemos y veneremos a todos los santones e ídolos del panteón de la progresía. Pero a pesar de la confortabilidad en la que nos mantiene sumidos, esta burbuja en la que vivimos encerrados, no nos protege de la insensibilidad y barbarie de quienes no comparten nuestra visión del mundo. De nada nos va a valer la técnica del avestruz.

 Con nuestra superioridad moral impostada estamos inermes ante la dependencia económica y energética de terceros, ante invasiones migratorias, ante ataques informáticos, y tampoco estamos protegidos de los misiles y de los ejércitos que se mueven por el tablero de risk mundial. En suma, estamos indefensos, pero además estamos confiados en nuestra invulnerabilidad e ignorantes de todo lo que se nos puede venir encima.

     Y aquí es donde vuelvo a la opinión inicial del autor de “Alatriste”. Lo que nos propone es que frente a esas invasiones y ataques nos quedemos aceptando serenamente nuestro destino y sin oponer resistencia. Si se tratara de una violación, este escritor lo que recomendaría a la violada es aquello de “relájate y disfruta”. No vale la pena oponer resistencia ante la inevitabilidad del mal. Pero yo no puedo estar más en desacuerdo.

       Esta posición de relajación ante lo supuestamente inevitable es una actitud cobarde, claudicante y complaciente con los poderes a los que supuestamente critica. En mi opinión la única opción éticamente admisible es oponerse con todas las fuerzas posibles a la dominación por nuestros enemigos. Luchar y resistir hasta donde sea posible. Entiéndase por tales enemigos a China, a Estados Unidos, a los países Islámicos, y a todo aquel que se quiera plantear que tiene derecho a dominarnos y a imponernos otra forma de vida para satisfacer sus intereses. Y en realidad quiero dejar claro que a mí me da lo mismo como esos países quieran vivir y las costumbres que quieran mantener. Es su problema y creo que hay que respetarles, siempre y hasta el momento en que pretendan inmiscuirse en mis asuntos. Si me opongo a ellos es por que quieren acabar con mi cultura y mi forma de vida. Y por ello también me opongo con igual virulencia a aquellos otros que desde dentro tienen idéntica finalidad.

     En mi opinión la única forma de defenderse es obtener el respeto de esas potencias y para ello lo que hay que hacer de manera inmediata es liberarnos de las ideologías disolventes de nuestra cultura y modo de vida. Escaparnos de estos planes de laboratorio que han diseñado a las generaciones de jóvenes más pusilánimes y atolondrados, que creen que todo se arreglará si somos respetuosos con la diversidad sexual, si suprimimos las ventosidades de las vacas, eliminamos los plásticos y vamos todos en patinete eléctrico. No digo que estén mal estas cosas, digo que no pueden ser un fin en sí mismo.

   Estoy convencido de que lo verdaderamente importante es tener fuerza para defendernos, fuerza interior, es decir convicciones de que queremos mantener una forma de vida, y fuerza exterior, es decir ejércitos y armas y valor para emplearlas para hacer valer nuestra soberanía real. Recuperar la energía perdida y que nos hizo ser una civilización de la que podríamos sentirnos orgullosos. Si seguimos instalados en la debilidad física y mental ocurrirá previsiblemente que seremos arrasados, no podremos seguramente ya vivir en la forma que queremos.

Pero lo que sí parece seguro es que también serán arrasadas todas las melindrosidades de los meapilas del calentamiento global, de los apologetas del veganismo, de las falsedades de las ideologías de género, de los animalistas talibanes y tantas cosas por el estilo. Es una curiosa paradoja, la deriva de la cultura de los países occidentales nos hace más odiosos a los ojos de nuestros enemigos y nos hace vulnerables frente a ellos, y puede que esa debilidad sea la causa de la destrucción de la ideología que nos debilita y nos haga recuperar nuestra esencia, liberándonos de las artificiosidades y devaneos de la ideología woke. A lo mejor con una bofetada de la realidad algún día despertamos de esta ensoñación.