GLOBALIZACIÓN

En este mundo de descreídos, hay pocos que creen en Dios, pero todavía son menos los que creen en el demonio. El demonio según el Nuevo Testamento fue quien tentó al mismísimo Jesús con otorgarle el poder “sobre todos los reinos del mundo y la gloria de ellos”. Jesucristo rechazó esta tentación. Pero teniendo en cuenta que al día de hoy existe un poder global sobre toda la tierra y sobre todos los reinos del mundo, sólo cabe colegir que quien lo tiene lo ha recibido de quien puede darlo. Y si creemos a los Evangelios éste sería el demonio. Alguien habría aceptado el ofrecimiento del poder total sobre todas las naciones. Quizás ello nos lleve a replantearnos la existencia del diablo.

El diablo, el demonio o Satanás, son figuras demasiado casposas para la modernidad. Resulta más elegante presentarse, o semiocultarse, bajo la advocación de Lucifer. Como un ángel heterodoxo, portador de la luz, de la razón, de la modernidad y que anuncia un paraíso final socialista, en vez de la hecatombe del Apocalipsis, que vaticinan los cuervos de la caverna retrógrada. Mejor todavía esa corriente de poder la simboliza Prometeo, que es un Lucifer sin la pátina clerical. No es casualidad que la estatua de Prometeo presida unos de los grandes templos del mundialismo que es el Rockefeller Center de Nueva York.

PROMETEO EN EL ROCKEFELLER CENTER

Si católico es lo universal para Dios, globalización es lo universal para el demonio. A la vista del avance imparable de la Globalización sobre el planeta, se puede deducir que el demonio es quien está imponiendo por medio de sus esbirros  un poder total y global sobre toda la tierra y sobre todos los hombres. Parece que alguien sí que ha aceptado la tentación de tener el poder sobre todos los reinos del mundo. Y ese poder crece día a día, por Oriente y por Occidente por el Norte y por el Sur, hasta que no quede ni un hombre sin someterse, ni un rincón del planeta en que no muestre su presencia

Tolkien, ferviente católico, comprendió esa presencia oscura, vigilante y poderosa y la describió como nadie, pero con una mitología que evitaba nombrar al maligno por sus nombres habituales. Aunque, en mi opinión, fue demasiado optimista al suponer una victoria del hombre libre en la batalla final. Por otro lado como símbolo está bien, pero es dudoso que ese poder lo ostente un sólo hombre en la cumbre. Si el cristianismo extendió su poder por medio de apóstoles misioneros y por medio de una organización casi perfecta, con la que extendió San Pablo las redes de pescador de San Pedro por medio mundo. De manera análoga su eterno enemigo también se mueve por medio de una potente y compleja organización, en la que no faltan fundaciones, partidos, organizaciones, movimientos, revoluciones de colorines y multitudes de adeptos y secuaces. Y con una nueva red inmaterial a su disposición, como una hidra con millones de cabezas y terminales, como una tela de araña que atrapa las almas desprevenidas.

    El filósofo marxista italiano Diego Fusaro, ha denominado ese poder global como el “amo cosmopolita”, al tiempo que denuncia que las izquierdas actuales son el instrumento del que se vale para imponer su voluntad. La izquierda abandonó sus postulados tradicionales para levantar banderas que favorecen al gran poder más que a los trabajadores oprimidos. Por ejemplo, si el amo quiere mano de obra barata y manejable, conseguirá que toda la progresía defienda la apertura de fronteras y llegada masiva de pateras, aunque ello lleve a miles de personas a la muerte y sea contrario a los intereses evidentes de los trabajadores locales. Y según este clarividente filósofo, para este “amo no border” todo aquello que se le opone y se enfrenta a él,  es directamente fascista. Para este poder es fascismo,   “todo lo que no es orgánico del pensamiento único políticamente correcto y éticamente corrupto”. Casi todos encajamos en mayor o menor medida en esa definición y por tanto somos fascistas. Quedan pocos escondites para escapar al poder total.

Yo tengo mis resistencias mentales para creer en la existencia del demonio, pero tengo la sensación de que este poder omnímodo universal trasciende a la voluntad humana. Quizás va ser verdad aquello de que la mejor estrategia del demonio es hacer creer que no existe.