Hace tiempo que no me meto demasiado con uno de mis odios favoritos. Si repaso este blog, al menos en sus inicios eran más frecuentes las alusiones al espantajo vistoso que los españoles tenemos a bien haber colocado al frente de nuestro gobierno. No es que haya decaído mi entusiasmo en combatirle. Es simplemente que prefiero evitarlo a toda costa, su imagen, su nombre, el sonido de su voz. Simplemente espero a que pase, como el cadáver del enemigo, sentado a la puerta de casa. Y ello no porque le desee mal en lo personal, que me trae al fresco lo que le pase al personajillo, sino que ese olvido deliberado lo hago por un instinto personal de supervivencia, por un escrupuloso cuidado de mi propia salud.
Y es así que a mí me gusta mantener un equilibrio personal, una estancia de la mente en un justo medio, huyendo de altibajos de ánimo. Trato de evitar las estridencias, persiguiendo un estado de pura ataraxia, como aquello que me parece que es lo más cercano a la felicidad. Evito cuando puedo grandes euforias y tristezas exageradas, persiguiendo una calma búdica, alejada de las grandes pasiones. Así intento vivir y a veces incluso lo consigo. Pero en ese “camino del Medio” de andar por casa, de todo a cien, que se mantiene en un precario equilibrio, hay un peligro ya reconocido. Cualquier tranquilidad y calma desaparece en mí, en cuanto aparece por cualquier resquicio audiovisual la imagen o la voz del Presidente del Gobierno.
Reconozco que la cosa se me ha ido de madre y es completamente patológico, pero sólo oír su voz -en particular la forma en que pronuncia la letra “p”-, me genera un desquiciamiento total. En el momento en que percibo su presencia visual o sonora entro en un estado de rabia, furia e iracundia descontrolada, quiero romper todo lo que se encuentra a mi alcance, quiero lanzar el mando a distancia contra la pantalla de tropecientas y cinco pulgadas por la que asoma, quiero arrancarme los pelos, quiero conseguir furiosamente un lanzallamas con el que destrozar todo lo que me lo recuerde.
Y esto no está bien. Soy consciente de ello. No es bueno para mí ni para todo lo que está a mi alrededor. Pero el problema se va agravando. Antes me molestaba lo que decía, lo que defendía, sus trapacerías verbales, su ridiculez chulesca, sus mañas, sus mentiras, su falsedad, su discurso. Pero esto quedó atrás, ahora me molesta profundamente su mera presencia. Me molesta que en mi horizonte aparezca su cara, antes llena de cráteres provocados por la viruela y hoy lisa como el culo de un bebé, me molesta su mechón blanco que crece y decrece según las ocasiones, me perturba el bamboleo de brazos mientras camina, me da repelús sus juveniles vaqueros marcando paquete, su cuello con corbata y sin corbata, y su tono susurrante de encantador de serpientes, o mejor dicho de serpiente encantadora de hombres. (Sólo esta breve relación de atributos presidenciales me hacen mantener un indescriptible rictus de asco y grima, la boca enarcada hacia abajo y un cosquilleo recorriendo la rabadilla). Todas ellas son visiones y sonidos que no quiero en mi vida, que quiero fuera de mi vista, de mis recuerdos, de mi pensamiento. Por esta razón cada vez me asomo menos a los medios de comunicación, ya que últimamente, está por todas partes, es imposible evitar su presencia.
Nunca jamás había sentido nada parecido por nadie. Tiene el especial talento de que rebusca y encuentra lo peor que hay en mí y además tengo la sensación de que disfruta con ello. He presenciado todo tipo de políticos por televisión, y como es natural unos me han caído mejor que otros. Algunos fatal es cierto, pero nunca jamás había desarrollado tamaña aversión por nadie. A los demás les he criticado su discurso, o puntualmente sus maneras o conductas, pero con ninguno de sus colegas de cualquier parte del espectro político, había conseguido llegar al extremo de comprobar que ya me da igual lo que diga, simplemente deseo olvidarle, ignorarle, suprimirle de mi mente y como no deseo mal a nadie, sólo quiero que desaparezca de las pantallas y pase a ser un jarrón chino, que es como Felipe González definió acertadamente a los expresidentes de gobierno, por aquello de que decoran mucho, pero nadie sabe dónde colocarlos.
Pero mi propósito es vano. Cada vez está más presente. Como se cree molón abusa de su imagen y ya sea sólo, o en compañía de ese ser de aspecto andrógino que pasa por ser su cónyuge, se presenta en todo tipo de entornos. Como si fuera el novio de la Barbie nos va presentando su imagen en distintos entornos para que conozcamos el pueblo llano lo que es ser un presidente del gobierno . El presidente monta en el Falcon. El presidente en Indonesia, con su señora y vestido con los colores de Ucrania. El presidente pasea por Europa con su groupie favorita, la “Fonderlayen” (observen las infinitas sonrisas y caídas de ojos de Doña Úrsula en su presencia). El presidente baja del Falcon en Albacete. El presidente se va de vacaciones pagadas por mí a Lanzarote. El presidente descansa en Doñana. El presidente en la cumbre de la Otan rivaliza con Macron en donosura y savoir faire. El presidente sube de nuevo al Falcon. El presidente se reúne con el pueblo elegido en la fortaleza de la Moncloa ( aclaro que cuando hablo de pueblo elegido no me estoy refiriendo a una reunión con los judíos –eso quizás será la próxima temporada- sino con los ciudadanos españoles cuidadosamente escogidos “al azar” de entre los afiliados a su partido para reírle las gracias o al menos no pitarle). El presidente hoy por fin no monta en el Falcon, porque va a dar un empujón al Rey inaugurando un Ave….. La relación es interminable, y para concentrarlas todas juntas, parece ser que ha grabado una serie de televisión con la que amenaza castigar con su visión en la próxima edición del Código Penal pactada con terroristas y separatistas, y como pena para quienes se atrevan a no votarle en las próximas elecciones. Sólo nos queda esperar que los amigos que tiene colocados en el Tribunal Constitucional después de ver la serie entiendan que sigue siendo inconstitucional la tortura.
Quizás algún lector se esté preguntando por las cuatro letras que sirven de título a esta entrada. Y los más perspicaces habrán pensado que se trata de un acrónimo. No van descaminados. A la hora de poner un título pensando en el personaje al que están dedicadas estas líneas, me sugería a mí mismo algunos títulos como QEPD , RIP, …. Pero finalmente me quedé con una frase que leí en una pancarta con la que le recibieron en nosequé ciudad, y que es la que mejor expresa mis sentimientos Q.T.V.T., o lo que es lo mismo: QUE TE VOTE TXAPOTE.


